"Para hacerse comprender lo primero que hay que hacer con la gente es hablarle a los ojos”.
Como uno más de aquellos que aún conservan la costumbre de enviar “encomiendas” desde la terminal de ómnibus, llevé una caja de tamaño mediano para despacharla por ventanilla de una conocida compañía. Al llegar, me atendió un joven que sin mirarme, me dijo que debía esperar de 15 a 20 minutos hasta que volviera el “patrón”, porque él no entendía mucho de hacer papeles.
Así la cosa, al rato llegó el “patrón” con una jovencita, que por su parecido, estoy seguro sería su hija. Una vez ingresados en el pequeño local, la joven en cuestión se hizo cargo de “su” situación y digo “su” porque se sentó frente a la computadora, abrió el sistema y mientras se movía al ritmo de alguna música que habría quedado flotando en su cabeza, comenzó a buscar videos musicales en sitios que ya conocía, dada la experiencia en ubicarlos.
Al tiempo que escuchaba música de esos videos, abría la página de la Empresa para confeccionar la factura y comprobante, pero casualmente y como siempre…”el sistema estaba lento”, algo que me llevó a esperar unos 15 minutos más hasta que la joven dejara de ver y escuchar los videos. En ningún momento me miró a la cara y siempre estuvo bailando frente a la computadora como si el mundo pasara por la otra esquina y yo fuera un poste de la luz que estaba instalado atrás de la caja que debía enviar.
Cuando las canas se adueñan de nuestros cabellos, aprendemos a contar hasta 1000 antes de hablar o tomar alguna determinación para tratar de encontrar alguna respuesta a esta extraña situación que, por lo visto y no creo que solamente me ocurra, se reitera en muchos lugares en donde la juventud atiende al público. Es cierto que no debemos generalizar, pero cuando una mayoría se expresa de esa manera, es porque algo no anda bien y no hay comunicación entre los jóvenes y adultos. Quizá nosotros los veteranos, subestimamos a los jóvenes cuando dejamos de escuchar u observar los mensajes que nos iban dejando a las puertas del nuevo mundo y ahora pretendemos cambiar de la noche a la mañana un comportamiento que tampoco comprendemos mucho si se trata de evasión o sumisión.
Hoy la gente cruza las calles, camina por los parques y plazas, viaja o descansa “enchufada” a algún tipo de aparato electrónico que le bombardea el cerebro por medio de la música, excusa para evadirse de una realidad que no quieren o no pueden enfrentar y forman parte de ella. Para muchos jóvenes ya no existen los domingos en familia con el típico almuerzo junto a los padres y abuelos en donde la foto permanente era el saludo del encuentro y las voces de los mayores tratando de explicar los valores de lo cotidiano, simple, sencillo pero con responsabilidad frente a la vida.
Escuchando a un psicólogo explicar cómo se había extendido la edad de la adolescencia, comprendí que a la nueva y cómoda forma de extender la juventud, no le gusta asumir responsabilidades, pero traen hijos al mundo porque es lindo ser padres, critican a los mayores porque no saben criar a los hijos con las nuevas metodologías, trabajan 15 horas por día para poder pagar el sueldo de la niñera y la señora que le ayuda en la casa y olvidan que tarde o temprano deberán reflexionar antes que se les escape el placer de disfrutar en familia aquello que recibieron de sus viejos, a los que hoy no comprenden o no quieren comprender porque quizá no les agrada quedar fuera del mentiroso sistema que nos vende humo .
Así la vida continuará con su ritmo habitual y si de algo estamos seguros es que nacemos y algún día nos iremos de este mundo…todos e inexorablemente con viento a favor o en contra, volveremos al lugar de partida a pesar de no haber coincidido en la manera de pensar o actuar.
Seguirán fabricando celulares cada vez más sofisticados pero no podremos comunicarnos con los familiares porque “no habrá señal”, tendremos miles de amigos en Facebook a quienes jamás les veremos el rostro en persona y tampoco escucharemos su voz y al final nos quedaremos más solos que Adán el día de la madre porque una vez que se apaga el aparato, desaparecemos del sistema y brotan como malezas en el cerebro los momentos depresivos que hemos ido acumulando con tanta conexión a la nada.