Opinión del Lector

A dos años de impunidad: ¿quién mandó a matar a Cristina?

No pretendo hacer de este texto un manifiesto político, simplemente relatar las sensaciones de una militante que observa y vivencia la política como su forma de vida, no su “medio” sino su forma de vida.



Hace dos años volvía de un viaje que hice unos días después del suicidio de mi hermana. Solo quienes han atravesado el suicidio de alguien tan cercano pueden comprender el estado emocional en que queda el resto.



Los últimos días de ese viaje había visto por YouTube como se incrementaba el asedio a Cristina en su propia casa, la militancia movilizándose para cuidarla, después del brutal ataque a su despacho del que ningún funcionario responsable de las áreas se hizo cargo.



Una de esas noches desde 14 mil kilómetros vi como reprimían compañeros en Uruguay y Juncal, como la policía del PRO insultaba y atacaba sin reparos a nuestra militancia. La impotencia es más grande desde lejos y cuándo la tristeza atraviesa tu ser.



El 31 de agosto regresé a Buenos Aires y el intrépido Fiscal Luciani ya había hecho su alegato mediático y delirante, echando más leña al fuego del odio que crecía. Hasta ese momento todo lo que se me cruzaba por la cabeza era la inacción de “nuestro gobierno” en nombre de una “institucionalidad” inexistente y corrompida. La rabia de ver una dirigencia lenta y adormecida que fue empujada por la militancia a aparecer y dar la cara.



El 1 de septiembre estaba mirando TV, mientras cenaba y pensaba en esas cosas, cuándo me sorprendió el intento de asesinato. Millones lo vimos y creo que no importó la filiación política en ese momento el estupor y el terror se apoderaron de las almas. Estábamos presenciando un milagro, escribo “milagro” y recuerdo que soy atea, pero eso fue lo que sentí segundos después del impacto de las imágenes.



A dos años de impunidad: ¿quién mandó a matar a Cristina?



El teléfono no dejaba de sonar y la sensación compartida que se había llegado a un punto increíble que fue la ruptura del pacto democrático corría como reguero de pólvora.



A veces, los dolores colectivos contribuyen a apaciguar los dolores personales, a veces se mezclan y todo es parte de esa nube oscura que se siente como compañía. Esto último me pasó a mí. Una nube oscura y pegajosa me nublaba el pensamiento, sin embargo, lo único que tenía como efecto de la lucidez era una pregunta: “¿Quién la mandó a matar?”.



La reacción del gobierno nacional fue de una estupidez superlativa, en el mejor de los casos. A las pocas horas se escuchó por parte de un alto funcionario hablar de “lobos solitarios”, otros miraban para el costado y aseguraban que “todo estaba en manos de la “Justicia”. La “Justicia”, paradójicamente una de las patas más férreas del aparato de estigmatización y promotora del odio hacia la dos veces presidenta argentina.



Después de un silencio atronador de tres horas, desde la Casa Rosada se anunció un feriado para el otro día. Un anuncio tan estúpido como las reacciones y comentarios televisivos que corrían sin ton ni son por esos momentos.



Al otro día todos fuimos a la Plaza, no sabíamos bien a qué íbamos, tal vez a abrazarnos y sentirnos menos solos frente al ataque más brutal contra la democracia, la paz social, la vida de todos y todas. Porque si esa bala hubiera salido, otra sería la historia hoy.



Tengo 53 años y voy a marchas y manifestaciones desde los 12, cuando mis padres me llevaban a exigir que no haya “Amnistía para los milicos” allá por el ’82. Nunca, jamás había sentido miedo, ese miedo que hiela la sangre, que hace que los movimientos sean mecánicos y el estado de alerta es tan apabullante que la sangre fluye como un torrente loco por el cuerpo. Ese día sentí miedo por primera vez. Miedo que algún loco sacara un arma y disparara contra la multitud, miedo que la policía del PRO aparezca a masacrarnos, miedo por el futuro, miedo por la Patria, miedo por todo lo que sabía, habíamos perdido.



Hoy se cumplen dos años de impunidad. Asistimos a un juicio que juzga a los “perejiles” de la historia, pero no están en el banquillo los autores intelectuales, los instigadores y los financistas. Todos sabemos quienes son. No hace falta demasiada lucidez, con solo mirar los diarios de esos días aparecen con claridad.



No están cuestionados ni la jueza de instrucción ni el fiscal que contribuyeron a borrar pruebas desde el minuto cero, no están cuestionados los funcionarios de nuestro gobierno que no previeron el ataque, no está cuestionada la dirigencia que tibiamente se manifestó esperando que ella, quien había sido a quien intentaron matar” de alguna línea de acción.



Algo se rompió el 1 de septiembre de 2022, algo nos cambió y el presente en el que vivimos hoy es producto de esa ruptura de la que todos y todas por acción u omisión somos responsables.



Habrá que convertir el dolor y la rabia en lucha colectiva como hicieron las Madres y Abuelas, habrá que honrar nuestra historia de mártires, bombas y desapariciones con acciones que estén a la altura de las circunstancias.



Habrá que volver a creer que la política es mucho más que la rosca superestructural, las decisiones unipersonales y las acciones espasmódicas de ONG’s nóveles.



Habrá que mirar hacia adentro en serio y dejar se seguir como feligreses a los pastores mediáticos otrora periodistas, estén del bando que estén. Habrá que profundizar el pensamiento un poco más allá de un posteo en redes sociales.



Habrá que tejer nidos que cobijen a una militancia hastiada y agobiada por la realidad que nos circunda y sin hilos que entrelazar.



Si seguimos por esta senda la disolución nacional será la realidad tan temida.

Autor: Daniela Bambill|

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