Desde su humilde rancho, el expresidente uruguayo hace un balance de su vida y reflexiona sobre la riqueza, Milei, el peronismo y la Argentina
RINCÓN DEL CERRO, Montevideo.– El “Pepe” quiere llegar al invierno, aunque acaso le quede demasiado lejos. A los 89, con cáncer de esófago, con un catéter en el abdomen para alimentarse y mil achaques, le cuesta pararse de su silla para saludar a las visitas. Pero sigue lúcido, rápido. Tanto como para no engañarse. “No me puedo quejar”, dice. “Con la vida que yo tuve... llegar a los 90 es un milagro. Tengo como siete balazos distintos en el cuerpo. Perdí el bazo, tengo un pulmón más chico, el corazón se me inclinó para allá… yo qué sé”. José Alberto Mújica Cordano, militante, tupamaro, preso político, diputado, senador y presidente de Uruguay, se convirtió en referente más allá de las fronteras de su país por un rasgo distintivo: hace lo que dice, vive como piensa. Es decir, con lo justo. Consu esposa, la ex vicepresidenta Lucía Topolansky, donan el grueso de sus pensiones a su amado Movimiento de Participación Popular (MPP), que integra el Frente Amplio, y a un programa comunitario de construcción de viviendas. “No es que quiera morirme, pero evidentemente... Me voy arrimando”, dice, sin lamentaciones, en la mitad de un rancho humildísimo, treinta minutos al oeste del centro de Montevideo. ¿La otra mitad del rancho? La cedieron a una familia que la necesitaba más que ellos, que siguen sin asistentes, personal de limpieza o custodios. Sólo hay un muchacho, que recibe a los visitantes en la calle y permanece atento a que todo esté en orden, pero sin interferir en las rutinas del matrimonio. Entrar al rancho conlleva agachar la cabeza para esquivar el alero, acostumbrarse a la penumbra de la salita pese al sol que brilla afuera, y dejar atrás los formalismos. “Tuteame”, invita al despuntar la conversación con LA NACION que se extenderá durante noventa minutos, y que apuntará más a su legado, al mensaje que quiere transmitir, que a la política coyuntural, aunque el “Pepe” aludirá a Javier Milei, a Cristina Fernández de Kirchner, al peronismo y a la Argentina. –¿Tenés miedo a la muerte? – Yo creo que a nadie le gusta morirse. Porque estamos programados para querer vivir, pero sabemos que al final nos morimos. No le tengo miedo, tampoco la deseo. Pero por la edad que tengo, y las dolencias. es una compañera amarga que está cerca. La tengo que pastorear. – Que varias veces te tiró besitos… –Varias veces. Me anduvo dando vueltas alrededor del catre y no me quiso llevar, pero sé que en algún momento me va a llevar. Y bueno... Es la única cosa democrática que hay en el mundo, hermano. Para todos parejitos. –No tenés fe declarada, ¿no? –No, no. No soy creyente, pero tengo un íntimo respeto por todas las religiones. Porque más del 60% de la humanidad cree en algo. Y todas las civilizaciones que nos precedieron creían en algo. El sapiens es un animalito utópico. –¿Y te gustaría creer? ¿Crees que te haría mejor creer? –Es probable, pero yo creo que la vida es la aventura de las moléculas, que no hay nada antes, ni nada después. Pero ojalá que me equivoque. –Si te equivocás, ¿qué crees que te va a decir el de arriba? –No creo que el de arriba se ocupe de nosotros. ¿Por qué vamos a ser más importantes que las hormigas, que hace millones de años que viven acá? Pero no sé... Si se diera eso, sería hermoso que haya alguien muy superior que se preocupe por nuestra suerte. Pero íntimamente no puedo creer. Creo que la vida es una aventura de la bioquímica. O un error de la bioquímica, que son las mutaciones y todo lo demás a lo largo de millones de años. Pero me doy cuenta que el homo sapiens no se puede resignar a la nada de la muerte. Y es prisionero de su imaginación y de su inteligencia.
–Tenés una ventaja, Pepe: hiciste algo con tu vida. Hay muchos que no y lidian con esa desesperación. –Sí, he vivido con causa, en el acierto y en los errores. Y siempre le digo a los muchachos que hay que tener una causa para vivir. Eso no quiere decir que la cosa sea la transformación de la sociedad en la que vivís. Puede ser la pintura, la poesía, la novela, un arte, tocar un instrumento... Pero tenés que tener algo que a vos particularmente te conmueva y te comprometa. Porque si no, ¿pa' qué vivís? ¿Pa' pagar cuotas? A la vida hay que inventarle una causa. Porque pa' eso nos dio conciencia la naturaleza. Si no, somos como un animal cualquiera que nació y... Y a otra cosa. –¿Cómo creés que serás recordado? –Como un viejo medio loco. Porque ya a los 21 años quería transformar el mundo y empecé a militar con 14. Y hasta ayer estaba militando. En la última elección, en el discurso que dije en el acto del MPP, me tenía que agarrar pa' mantenerme parado. Pero bueno, ya cuando estoy en retirada de la organización política a la que le dediqué casi 40 años de mi vida, resulta que recibimos el récord de votos como sector en la historia del país, ¡y todavía de yapa sacamos al Presidente! ¿Me entendés? –Una suerte de reconocimiento final, en vida. –Sí, claro, en vida. Y arrimando alguna brasa. Porque como he vivido mucho y he militado, obviamente tengo peso político en la sociedad en la que vivo. Seguramente que hay gente que me odia. Pero yo no puedo odiar a ningún compatriota, piense como piense. A la altura de la vida que estoy, no estoy pa' cultivar el dolor. La vida pasó. –Fuiste torturado y pasaste 12 años en un pozo, que te orillaron a la locura, pero decís que no estás para odiar. ¿Cómo hiciste? ¿Perdonaste? ¿Olvidaste? –No. No, ni perdoné, ni olvidé: no cobro. Porque una ley que tenés que aprender de la vida es que hay cuentas que no se cobran; se cargan. Si no, vivís prisionero del rencor y vivís envenenado. No tengo cuentas que cobrar. Las que pasé, pasé; son del pasado. La naturaleza nos puso los ojos pa' adelante. Lo que importa es mañana. Ayer pasó. Y yo no voy a cambiar el ayer, ¿viste? Y ahora que estoy viejo, más todavía. No sirve pa' nada. –Y al revés. ¿Te arrepentís de algo? –Ah, sí, desde luego. Fui gobierno en este paisito de tres millones y medio con tres vacas por habitante. Récord mundial, el país más ganadero del mundo. Pero que tenga un ocho y pico por ciento de pobres no tiene gollete, que haya personas con dificultades pa' comer no tiene gollete. Bueno, yo tengo alguna responsabilidad porque fui Presidente, ¿entendés? No hice todo lo que había que hacer. Claro, también aprendí que llegar a presidente no es tener el sartén del mango. Es más o menos.
–Ser presidente no significa necesariamente ser poder… –¡No! Lo aprendí con el presidente de Estados Unidos. En un discurso dijo que estaba de acuerdo con colectivizar las patentes y el conocimiento ante el Covid-19. Después nunca más abrió la boca. Se ve que le dijeron “¡Cállese la boca! ¡No diga pavadas!”. ¡Y él era el presidente de Estados Unidos! Pero los que deciden son en gran medida los intereses económicos. Fijate el cambio climático. Hace 33 años de aquel congreso de Kioto en que nos dijeron lo que iba a pasar y qué era lo que había que hacer. No falló la ciencia. Lo que falló fue la política, que no pudo enfrentar los intereses de la econde personas e importamos 28 millones de pares de zapatos. ¡Ni que fuéramos ciempiés! –Lo notable Pepe es que tu voz es escuchada y respetada, pero no replicada. –Claro. Yo sé que soy un viejo raro porque yo filosóficamente soy un estoico, fui Presidente y vivo en un rancho común y corriente, de lo que es el último escalón de la clase media uruguaya. Pero yo no preciso más porque para mí pobre es el que precisa mucho porque vive como desesperado. Pero ojo, es mi manera de pensar. El mundo no piensa así. Se sacrifica pagando cuotas. –¿Por qué? –Porque creemos que progresar es comprar cosas nuevas y ahí estamos, enganchados. Y nunca nos alcanza. Y entonces no nos alcanza con un trabajo y necesitamos otro, pero luego tengo que cambiar el auto, y así. Y cuando me quiero acordar soy un viejo. Y se nos fue la vida... Para vivir hay que trabajar y el que no trabaja está garroneando de algunos que sí trabajan. Pero la vida no es sólo trabajar; si no, nacimos esclavos. Hay que tener tiempo para vivir. Y si sos joven, no hay cosa más importante que el amor. –¿Qué es el amor? –El motor de la vida. Nos empuja a la reproducción. Es más fuerte que todo lo que podemos pensar. Está hecho para mantener la vida. El amor existe más allá de lo humano. Existe en los bichos, existen en las plantas, en el color de las flores. –¿Es distinto el amor a los 20 y a los 80? –Totalmente. A los 20 es fogata, es impulsivo. A los 80 es una dulce costumbre para dispararle a la soledad, que es el castigo de los ancianos. Estoy a cinco meses de los 90 y mi compañera tiene 80, y estamos juntos. Somos unos privilegiados. Y vos podés decir: Pepe, ¿sos feliz? Sí, hasta donde se puede ser feliz. He vivido con causa, con entusiasmo, con ganas ¿viste? Con compromiso. Y me he dado verdaderos lujos: esa escuela que está enfrente [por la Escuela Agraria], me costó un huevo, pero se la doné al Estado. Y el 80% de mi sueldo como Presidente lo daba para hacer casas y me sentía orgulloso de eso. ¿Por qué? Porque decidí vivir acá, me voy a morir acá y no preciso más. ¿Qué te parece? Es un lujo.
Mujica en la motoneta con la que se trasladaba al Congreso, trabajando en el campo, en la escuela agrícola que donó, haciendo campaña en bicicleta, en un acto Tupamaro y en su asunción como presidente de Uruguay, en 2010
–¿Qué es ser libre? –Sos libre cuando gastás tiempo de tu vida en las cosas que vos decidís y que a vos te motivan. Pero mientras estés cumpliendo obligaciones porque necesitas esto o lo otro, no sos libre, sos dependiente. Por eso recomiendo la sobriedad en el vivir. No la pobreza, sino la sobriedad. Hay que asegurarse un mínimo de estabilidad en la vida, pero no se puede vivir con que voy a cambiar el auto cada dos años, o que tengo que cambiar la heladera, porque me pasaré la vida pagando cuotas. –Equiparás felicidad con libertad… –Sí, sí. La libertad es tener tiempo que uno lo gasta como quiere. De repente, es tener la pasión de la música y te pasas jodiendo con una viola, o con un bandoneón, o con un violín, porque a vos te motiva. Para otro, un deporte. Yo tuve la chifladura de mejorar el mundo en el que vivo. –¿Tu pasión es la militancia, la política? –Sí, sí. Empecé a militar a los 14 años, en una agrupación anarquista que te parecerá libertaria, pero no ésta onda libertaria que tienen ustedes ahora en la Argentina, que son mamarrachos. Los verdaderos libertarios son ácratas, son anti estado, pero también anticapitalistas. Quedan muy pocos. –Milei, Trump y otros... ¿Te preocupa la deriva hacia la ultraderecha? –Me preocupa la evolución de la democracia. Si un país tan singular como Estados Unidos, con la universidad más brillante del mundo, con esa intelectualidad, elige a un tipo como Trump ¿dónde mierda está la democracia? Reconozco que los fenómenos inflacionarios vuelven locos a los pueblos. Pasó en Alemania, el pueblo más instruido de Europa, que votó por Hitler y nos metió un cáncer a la humanidad. Sé que la hiperinflación vuelve loca a la gente porque quiere zafar de eso y vota contra lo que hay, sin saber a favor de qué vota. Y ahora está de moda criticar al Estado, pero el Estado es como una caja de herramientas: el Estado no tiene personalidad, el Estado somos nosotros. Los responsables de lo que hacemos con el Estado somos nosotros, aunque queremos sacarnos la responsabilidad de encima diciendo que el Estado tiene la culpa ¿te das cuenta? El Estado es una creación institucional y hay Estados que jugaron a favor de su pueblo y hay Estados que jugaron en contra, pero la culpa siempre es del que tiene la manija, de los errores humanos.
“Esta etapa en la Argentina va a durar más tiempo que una elección”
Pepe Mujica
Las franciscanas, otro rasgo del estilo campechano de Mujica, y en sus últimas apariciones políticas: en un acto de campaña y votando en las recientes elecciones
–¿Qué le dirías a un joven? –Le diría: mirá, pibe, acá está el infierno y el paraíso. Acá, en la tierra. La vida es hermosa, tratá de vivirla. Pero procurá ser lo más derecho que puedas, para que no te arrepientas más adelante. No vivas de jodido, aunque te parezca que sos bobo. A la larga, ser derecho te ayuda a ser feliz. –¿Sos optimista sobre el futuro? –Mirá… tengo una contradicción. Soy optimista biológicamente. Porque quiero a la vida y quiero a la humanidad, pero intelectualmente soy bastante pesimista. Tengo miedo que los humanos no puedan enmendar las cagadas que han hecho. Y diré más: tengo miedo que esta humanidad camine a una especie de holocausto ecológico, a un desequilibrio de la naturaleza de tal magnitud que termine pagando un precio desmesurado. Pero es que no podemos sujetarnos. Estamos manejados por un egoísmo que no tiende a aminorarse; tiende a multiplicarse. El mundo tiene cada vez más ricos, pero es cada vez más desigual. ¿No tendría que haber un tope para la riqueza que se acumula? ¿Hasta cuándo los humanos tienen que acumular? ¿Y para qué? La naturaleza tiene límites por todos lados, pero la acumulación de riqueza no. Las contradicciones que tenemos los humanos a la larga no coinciden con el interés de la vida. –¿Te sentís como una mosca blanca? –Yo soy un sembrador al que algún día le van a dar razón, aunque me temo que sea tarde. Porque creo que necesitamos una civilización más sobria. Así nos vamos al carajo. No creo que la gente tenga que trabajar más de ocho horas, pero para lograrlo hay que ponerles la pata en el pecho. Porque acá tuvimos gremios que consiguieron las seis horas. ¿Y qué hicieron? Ahora tienen dos trabajos y trabajan más que antes. ¡No, m’hijo, no! ¿Qué querés? ¿Recibirte de cornudo? ¡Necesitas tiempo para tu familia, para tu hogar, para tus hijos! Son cosas elementales. Pero te pueden decir, “yo no quiero que a mi hijo le falte nada”. Macanudo, pero mirá que le faltas vos, que te vas de madrugada y vienes de noche, y los chiquilines no se arreglan solo con comida. –¿Tenés nuevos proyectos? – [Levanta un brazo, señalando un punto, más allá de la pared de la salita]Tengo una cuchilla media pelada de arriba y quisiera vivir este invierno para plantarle árboles, que no van a ser para mí, pero cerca de la carretera nadie va a plantar un carajo porque tapan todo. Es una tierra preciosa y soñé que le voy a plantar 200, 300 pecanes. Después voy a poner árboles maderables, para que queden ahí. Quisiera capitanear eso, este invierno, si estoy vivo. No puedo dejar de ser un campesino y cuando puedo, ando una horita en el tractor, ¿viste? Siembro alfalfa, le pasamos la pastera, le pasamos la enfardadora... En fin. –Pero hoy tus objetivos son a... –El siguiente invierno, el siguiente verano, el siguiente invierno... Hago planes cortitos. Pero tengo que hacer planes, siempre. Por lo menos intenciones. Es mi manera de ser.
“La Argentina es un país milagroso y raro”
Pepe Mujica
La escuela agraria y el reconocimiento de la gente que se acerca a dejarle mensajes, parte del legado que deja Mujica
–¿Tenés fuerza para leer? –Siempre estoy leyendo. Ahora leo dos libros, mirá. Estoy leyendo este de [Yuval Noah]Harari, “Nexus”. Y estoy leyendo “Para comprender y cambiar el mundo de hoy”, [de Roberto Savio, Giuliano Rizzi, Gustavo González]. Son tres soñadores viejos, que no cambiaron nada, pero escribieron un buen libro. Porque cambiar el mundo es lo más difícil que hay, pero siempre habrá que luchar para intentar mejorarlo. Porque así es la historia humana: sé que la democracia representativa tiene defectos y además es mentirosa, porque nos prometen igualdad cuando sabemos que hay algunos que son mucho más iguales que otros. Pero como decía Winston Churchill, es la mejor porquería que hemos inventado. ¿Por qué? Porque por lo menos… –Podés cambiar el gobierno que tenés... –Exacto. Te cultiva la esperanza. Cuando tenés una barra que está ahí, fija… ¡Mierda! Te amputa el derecho a tener esperanza. –¿Hay algún libro que te ha marcado? –Sí. El libro que más adoro es “El Quijote”. “Siglos dichosos, cuando lo mío y lo tuyo no nos separaban”, dice Cervantes en el “Discurso de los Cabreros”, cuando habló con nostalgia del mundo primitivo, cuando no se seguía la propiedad. Eso está en el fondo de nuestra melancolía intelectual. –Creí que ibas a decir Seneca o Marco Aurelio. –Seneca es una figura contradictoria por lo que fue su vida contra su pensamiento. El define al pobre como el que precisa mucho, pero era un tipo de fortuna en España. Él fue un estoico en el pensamiento, y la diferencia es que yo soy bastante estoico en la vida práctica, al punto que me han tratado de marxista. Pero Marx se comió una parte de la historia: se encandiló con la economía, pero no comprendió el papel de la cultura y de las tradiciones. –¿Cómo hiciste para sostener la esperanza cuando estabas preso? –Sabía que iba a salir y que iba a seguir luchando. Estaba convencido. Estuve siete años sin poder leer, pero ¿sabes una cosa? Tuve la suerte que cuando fui muy joven, de los 16 a los 21, leí un disparate. Tenía el vicio de leer. Me iba a una biblioteca que había en la Aduana que tenía de todo. Me pasaba de cuatro a seis horas, todas las tardes, leyendo filosofía, los clásicos, contemporáneos, literatura e historia. Entonces, cuando estuve de preso, años después, empecé a rumiar lo que había leído. Le empecé a sacar un jugo que me había pasado inadvertido. Al punto que te diré que esos años que estuve sin libros fueron los más fecundos de mi vida. Pa’ no volverme loco tenía que hablar con el que llevamos adentro. –¿Te ponés de acuerdo con el que llevas adentro? –No, a veces discrepo conmigo mismo. Te diría, más de la mitad de las veces. Porque me quedé corto en esto, porque me equivoqué allá... –¿Sos muy duro con vos mismo? –Soy duro... Pero hay cosas que no las puedo corregir. Soy demasiado irritable. Y a veces ofendo al pedo. Y después me arrepiento. Pero no puedo con mi temperamento. Y después me pateo las bolas.
Mujica quiere llegar al invierno, aunque acaso le quede demasiado lejos. A los 89, con cáncer de esófago, con un catéter en el abdomen para alimentarse y mil achaques, le cuesta pararse de su silla para saludar a las visitas
–Imagino que te pasó más de una vez, cuando has hecho comentarios sobre Javier Milei o Cristina Kirchner. –Cristina es un fenómeno brutal de la Argentina. Porque hay un cacho muy grande del pueblo argentino que la adora, como a una especie de diosa. Me gustó el último discurso que vi suyo, diciendo que iba a acentuar la formación de la gente. Me parece bárbaro porque esta etapa en la Argentina va a durar más tiempo que una elección. Esto ha desatado un proceso. Y tampoco se trata de volver a la Argentina para atrás. ¿Cómo vas a bancar que un país como la Argentina tenga el 50% de pobres? Eso es un pecado contra la naturaleza. Fíjate vos que Uruguay tiene el 8% de pobres y no tenemos petróleo, no tenemos gas, no tenemos la pampa que tiene la Argentina. Son esas cosas que... la Argentina es un país milagroso y raro. –¿Estamos ante otra etapa en la Argentina? –La etapa que va a vivir la Argentina es distinta a todo. Ni puede ser esta, ni puede ser la de ayer, la de los punteros. Eso tiene que ser una etapa archivada. La Argentina merece otra cosa. En parte, creo que Milei encarna el hartazgo con lo viejo, con la etapa anterior. Pero no es la respuesta correcta, y se va para el otro extremo. Además, [los libertarios]tienen la manía de agarrársela con el Estado, que no es ni bueno ni malo, depende de nosotros. Necesitamos alguien que esté cuidando los equilibrios. Ese es el papel del Estado. –¿Qué es la Argentina? –La Argentina es... la Argentina tiene una cosa que no tiene otro país, el peronismo, que andá a ver qué puta es. Porque ahí hay de todo. Eso no es un partido. Es una mística. Si agarra para bien, es un balazo; y si no, un agujero, porque tiene de todo ahí adentro. Y tiene un peso místico en una parte muy grande de la Argentina, para la cual Cristina es una diosa y tiene un peso de la puta madre en la Argentina, que ojalá que lo pueda conservar para formar nuevas generaciones. Porque vendrá otro tiempo y lo deseable es que esa fuerza se encamine a favor de los problemas sociales y no caiga en la trampa del poder al que los humanos estamos siempre expuestos. Pero yo confío en que si la dictadura no pudo con el peronismo, es inmortal. Es una reserva moral del pueblo argentino y yo eso lo respeto mucho. No quiero decir que sea peronista porque no sé lo que es ser peronista. Porque no es un pensamiento: es un sentimiento que tiene una parte considerable del pueblo argentino. Pero eso es una fuerza. Se aglutinan alrededor de eso, aunque tengan diferencias, y aunque uno sea obrero y el otro patrón. Es una cosa muy seria. Es una palanca que tiene el pueblo argentino. –¿El poder es tan adictivo, tan afrodisíaco? –Sí, y ése es el problema que tienen los caudillos de mucho peso: nunca se quieren retirar. No se dan cuenta de que en la vida tenemos un tiempo para llegar y un tiempo para irnos. Mirá: el mejor dirigente es el que deja una barra que lo supera con ventaja. Porque tenés que pensar siempre en pasado mañana porque las causas sociales permanecen en el tiempo, son más largas que nuestra vida. Entonces, hay que ayudar a que se formen nuevas mentalidades, nuevos compromisos.