Cuando una mujer o una chica joven se plantea la posibilidad de provocar un aborto porque está embarazada, tiene que decidir algo de grandísima importancia, por dos motivos.
En primer lugar, su decisión será vital para el ser humano que ya se va desarrollando en su seno. De ella depende la vida o la muerte de ese niño.
En segundo lugar, su decisión determinará si ella, en su vida, será madre o una mujer abortiva.
Si aborta, seguramente nadie irá por el mundo llamándole “mujer abortiva”. Evidentemente, yo tampoco. Pero será ella misma quien se considerará así durante toda su existencia en este mundo. Podríamos decir que será como un “pseudosuicidio” moral, espiritual y psicológico.
Ahora bien, si decide no abortar y dar a luz al niño, será madre también durante toda su existencia en este mundo.
Si decide ser madre, tendrá, con toda seguridad, todas las ayudas necesarias de las miles de instituciones que hoy existen, gracias a Dios, para ayudarle a salir adelante con una vida digna y educar bien a su hijo. Especialmente, las numerosas instituciones de la Iglesia Católica que a ello se dedican.