Sin ánimo de pinchar el globo de elogios que la película merece, una reflexión acerca de cómo su boom de audiencia es un síntoma de las formas de memoria que habitan nuestro presente.
Me costó conseguir entradas. Un miércoles a las 4 de la tarde en un cine de Belgrano, había cola para verla. Con eso solo, la película ya es pura ganancia. Que día tras día, a sala llena, gente de todas las edades, en barrios que votan en un 60 por ciento a partidos de derecha, escuche los testimonios más significativos del juicio de 1985, ya vale la pena. La peli, por otra parte, está muy bien filmada, con una ambientación cuidadosa, diálogos creíbles, excelentes actuaciones, toques de humor y mucho material del juicio analizado, retrabajado desde la imagen, reconstruido desde las voces y puesto a funcionar en una trama con gancho y que aporta muchísimas informaciones sobre el pasado del juicio y de la dictadura. Para quienes vivimos esa época, el film genera un efecto de inmersión en esos años: nos encontramos con vestimentas y peinados familiares, marcas de autos, teléfonos públicos y ciertos modismos en el hablar que habíamos olvidado.
Sin embargo, y sin ánimo de pinchar el globo de elogios que la película tiene y merece, me gustaría reflexionar acerca de cómo esta peli (Argentina, 1985), nos habla de nuestra memoria, la de hoy (Argentina, 2022). Cómo su boom de audiencia e interés es un síntoma de las formas de memoria que habitan nuestro presente. Y mi preocupación se orienta hacia la figura del fiscal, a ese personaje construido por el film como un héroe solitario que resuelve, él solo –aunque ayudado por un equipo y un fiel compañero-, una situación complicadísima y riesgosa en un contexto en el que nadie daba dos mangos por lo que iba finalmente a suceder. El Strassera-héroe que construye la peli se basa en algunas premisas, que abarcan todos los clichés de las pelis de género Hollywoodenses (las de “juicios”, las de “deportes”, las de “detectives”, etc.). Quiero detallar sólo dos, pero hay muchas más.
1) Sobresale el protagonista, los demás son figurantes: la peli sostiene todo el tiempo la imagen y/o la mirada de Strassera. Casi no se aparta de lo que Strassera hace, dice, sabe o puede conocer. A este personaje se añade, poco después del inicio, la figura de un coprotagonista, Luis Moreno Ocampo, el fiscal adjunto, que funciona como el “fiel compañero” (figura que ya conocemos, desde Sancho Panza hasta Watson, llegando a mil series televisivas policiales y de detectives). Moreno Ocampo que hará el contrapunto “sensato” del héroe desbocado. Salvo Strassera, su núcleo familiar y Moreno Ocampo, no hay otros personajes que aparezcan más que por pinceladas. Las Madres de Plaza de Mayo casi no hablan.
Hay una sola que participa en algún dialogo, y es escueta y parca, como si los guionistas la hubieran puesto sólo para señalarnos que “había Madres de Plaza de Mayo”, pero sin querer que se sepa mucho qué hacían y qué les pasaba. Sí, está bien, la película no es sobre ellas. ¿Pero era necesario poner a tres madres que acatan sin chistar la directiva de sacarse el pañuelo blanco dentro de la sala de audiencias, en lugar de la Hebe aguerrida que se les planta y les dice que si había militares de uniforme ella podía concurrir con el pañuelo? ¿Era necesario poner como adversario a un defensor de los milicos (uno solo) que parece un “malo” de peli de haigh school, más bien chinchudo y patotero que portavoz de la todavía muy vigente Doctrina de la Seguridad Nacional?
Eran 23 los defensores de los comandantes, me pregunto si la peli -sin necesidad de perder un ápice de su frescura y dinamismo- podría haber construido una idea menos caricaturesca de esos abogados y de su férreo ataque a los testigos y al juicio en sí. Y en la misma lógica cae la caracterización de los jueces de la Cámara Federal: si el héroe es Strassera y los demás son figurantes, ellos no pueden verse más que como un grupo de burócratas que deciden tomar a su cargo el juicio –que en el guion se enuncia varias veces como “el más importante de la historia” –, de manera lacónica y despreocupada, diciendo que, si el fiscal no busca pruebas, tendrán que absolver a los comandantes. O sea… todo apunta a acrecentar la figura –sin duda importantísima en el juicio- de Strassera, pero sacando cualquier situación en la que otros personajes, sean “buenos” o “malos”, pueden llamar la atención y compartir protagonismo.
Pero, ¿era necesario que, para mostrar la audacia de Strassera, se olvide que fueron esos jueces quienes condenaron a Videla y a Massera a prisión perpetua y quienes firmaron el punto 30 de la sentencia (ausente en la película) que llevaba a seguir abriendo juicios contra los represores subordinados? (“mandaste a Videla en cana”, dice el hijo de Strassera, cuando se conoce la sentencia). Pues bien, este es un primer punto que nos habla más que del pasado, del presente. De la necesidad de nuestra época de poner la mirada en individuos que sobresalen, más que en relaciones sociales de paridad, competencia, complementación, antagonismo, etc. Y es, definitivamente, un rasgo que nos dice lo mucho que disfrutamos esas pelis en la que el héroe sale indemne, demostrando su valor y dispuesto a continuar con su lucha… en el caso del héroe-Strassera, escribiendo la apelación a la sentencia (disculpen el spoiler pero es la escena final de la película), como si los realizadores estuvieran pensando en lanzar una segunda temporada.
2) El héroe empieza de cero. Cualquiera que conozca cómo se hizo el juicio a los ex comandantes, sabe que el inmenso trabajo de la fiscalía se basó en una no menos inmensa acumulación y sistematización de informaciones que hizo durante años (también con un esfuerzo titánico) el movimiento de derechos humanos, en Argentina y en otros países como España y Francia.
En la peli, al héroe-Strassera se le encomienda conseguir “la prueba” de la culpabilidad de los comandantes en tiempo récord y por un buen rato la peli se dedica a mostrar de qué manera su joven equipo viaja por el país consiguiendo testigos y acumulando expedientes. Como hizo Erin Brockovich (aunque con bastante menos carisma que Julia Roberts), los ayudantes de la fiscalía se pierden en las montañas, hablan con los pobladores entre las ovejas y consiguen en lugares apartados del norte o del sur argentinos que las víctimas testimonien en el juicio. Poco importa si eso fue así o no. La trama tal vez lo necesite: ese interregno más “light”, con toques cómicos, nos prepara como espectadores para meternos de lleno en la sala de audiencias y escuchar esos durísimos testimonios obtenidos con tanto trabajo. Pero ¿era necesario, para sostener el heroísmo del fiscal, inventar una situación en la que prácticamente empieza de cero?, ¿se necesitaba borrar de un plumazo todo lo que ya habían sistematizado y explicado organizaciones como el CELS con valentía y esfuerzo durante la dictadura? O sea, ¿había que dejar de lado todo lo que sí se necesitó para que el juicio fuera realizado, justamente, en “tiempo récord”?
Cuando una empleada de la CONADEP muestra un gigantesco archivo donde los fiscales deben buscar “la prueba” como si tuvieran que encontrar una aguja en un pajar, dan ganas de decirle al joven que está en la escena que, por favor, lea el informe Nunca Más. Claro, es cierto, en el Nunca Más no se publicaron todos los casos, pero ese informe disponible meses antes del juicio ya daba explicaciones fundamentadas para entender la represión como sistema y no como casos aislados. Y lo mismo hizo el programa televisivo también titulado “Nunca Más”, elaborado por la CONADEP a mediados de 1984, que Strassera y su familia miran al comienzo del film. O sea, la sistematización y explicación que construye la fiscalía se debió en buena medida a un trabajo ya hecho.
Vuelvo a decir que mi idea no es señalar el dato histórico que falta, ni decir en qué la peli podría haber sido mejor. Solamente mostrar de qué modo ese héroe que la peli construye es sintomático de las memorias del presente (no 1985, sino Argentina 2022). Este héroe individual, que empieza su odisea como si nada ni nadie lo sostuviera detrás, que no se apoya en los años de lucha previos, que no abreva en las informaciones recabadas ni en los testimonios ya brindados y publicados, que no recibe el trabajo jurídico de organizaciones fundamentales para la configuración de nuestra democracia (CELS, APDH, CADHU, etc.), nos dice más sobre los espectadores del film que sobre sus protagonistas. El héroe de la peli arma equipo, no pertenece a redes ni a colectivos, conecta desde lo individual hacia otros individuos. Está en un presente puro y la historia comienza cuando él llega.
Cualquier resonancia con un presente en el que palabras como “reinventarse” o “entrepreneur” se valoran mucho más que otras como “legado”, “memoria” y “transmisión”, es pura coincidencia.