Desde 2019, la economía mundial ha experimentado diversas presiones inflacionarias. En Estados Unidos, la inflación acumulada ha mostrado una evolución para tener en cuenta, en parte debido a la política monetaria expansiva y los estímulos fiscales, especialmente durante y después de la pandemia de COVID-19. Durante este periodo, la inflación en EE.UU. ha sumado alrededor de 18% ó 19,5% entre fines de 2019 y mediados de 2024 (según el índice que se tome, nivel PCE core o precios implícitos del PBI), lo que marca un cambio respecto a la estabilidad de precios previa. Este incremento ha tenido un efecto global, aunque su magnitud sigue siendo relativamente moderada en comparación con la experiencia inflacionaria de la Argentina. Esta inflación disparó la tasa de la FED en EEUU, pero eso dejémoslo como otro tema en esta nota.
En la Argentina, el panorama es más complejo. La inflación acumulada en dólares muestra una notable volatilidad, marcada por la depreciación continua del peso argentino y la segmentación cambiaria (o sea la brecha entre tipos de cambio). Sin embargo, es posible separar entre productos: los electrónicos, la construcción, los autos, y pocos otros siguieron al dólar financiero o un dólar celeste, sin embargo, la mayor parte de los precios, siempre han seguido al oficial. Y sobre eso queremos decir dos palabras aquí.
El gráfico muestra cómo, a pesar de las fluctuaciones del tipo de cambio y de la política monetaria restrictiva, los precios de los bienes básicos (GBA, Indec) al valor oficial en dólares en agosto de 2024 no se encuentran significativamente más altos que en 2017, incluso cuando se incorpora la inflación de EE.UU. Esto podría sugerir una cierta "moderación" (entre comillas) en términos relativos cuando se ajusta por la cotización oficial. Está claro, por otro lado, que esta situación no refleje la realidad de los consumidores y empresas que operan en un contexto de restricciones cambiarias y segmentación del mercado, básicamente porque el consumo, los ingresos y los salarios de la sociedad, anduvieron por debajo incluso que el dólar oficial.
Los precios al dólar "blue" muestran una trayectoria diferente. La brecha cambiaria es una manifestación de las tensiones económicas internas, donde la demanda de dólares excede la oferta oficial debido a la falta de confianza y las restricciones impuestas por el gobierno. Los precios al blue reflejan una economía que ha perdido la capacidad de controlar la inflación y que opera en múltiples mercados con reglas diferentes. Esta situación genera ineficiencias y segmentación, impactando tanto a los precios como a los salarios. Sin embargo, los precios masivos desde una mirada histórica no han seguido mayormente al blue, según los datos que estamos viendo.
El análisis de los salarios privados formales promedio al tipo de cambio oficial muestra una pérdida de poder adquisitivo significativa. Mientras los salarios se han incrementado en términos nominales, su valor en dólares todavía no se ha recuperado a los niveles de 2023 ni mucho menos a los de 2017. Esto ha afectado el consumo y la capacidad de ahorro, con implicaciones directas sobre el bienestar de la población y la estabilidad social. Por otro lado, la diferencia entre precios y salarios en dólares, en contra de los segundos, genera excedentes antes de impuestos, que van a cobertura, y eso es un elemento más que genera problemas en este contexto.
Además, como decíamos, ciertos bienes, como los electrónicos, autos y materiales de construcción, tienen precios que no siguen la evolución del dólar oficial. Esto se debe a factores como la dependencia de insumos importados y la política de precios administrados. Los bienes durables, por ejemplo, tienden a ajustarse según la cotización del dólar paralelo, ya que los importadores y fabricantes buscan protegerse contra la volatilidad cambiaria y las restricciones para acceder a divisas.
El tipo de cambio real multilateral (TCRM) del BCRA, que ajusta el tipo de cambio nominal según las variaciones de precios internos y externos, se utiliza para evaluar la competitividad externa. La realidad actual, con un TCRM que enfrenta múltiples presiones, destaca los desafíos de mantener una moneda competitiva mientras se intenta controlar la inflación y evitar la fuga de capitales. La fragmentación cambiaria y las múltiples cotizaciones generan distorsiones que dificultan la interpretación del TCRM y su efectividad como herramienta de política económica. De todos modos, este indicador, muestra una estabilización desde principios de agosto, en niveles que todavía son 20% más competitivos que la convertibilidad.
El hecho de que estos precios en dólares al valor oficial no estén significativamente más altos que los de 2017, cuando no había cepo, incluso cuando se considera la inflación estadounidense, refleja la complejidad de la economía argentina. El contexto de esto es el modelo de Milei de desinflación mientras se rompe todo lo demás, no hay ningún plan por afuera de recomponer precios de servicios y usar el dólar como ancla. Esto es problemático y dudoso para el largo plazo. La intervención del gobierno en el mercado cambiario, sumada a las restricciones y controles, crea un escenario donde la evolución de los precios no responde únicamente a factores de mercado, sino también a expectativas que buscan adivinar la quita o no del cepo en el corto mediano plazo, o una nueva devaluación. Cosas, ambas que, por ahora, no parecen que vayan a ocurrir de modo natural.
La economía argentina debe salir de la obsesión de la simple comparación de precios en dólares, y buscar elementos de reconstrucción de precios relativos a favor de los ingresos de la población y la tracción productiva, que es lo que no se está haciendo.