“Basta de cornisas, basta de saltar” vocifera Andrés Ciro Martínez en “Dientes de Cordero”, una de las tantas canciones que describieron el escenario de la Argentina del estallido del año 2001. Aquella que apareció en “Maquina de Sangre”, el disco de Los Piojos que este año cumplió sus dos décadas de vida, combina una descripción escenográfica con una mirada optimista de la rebelión popular que terminó con el gobierno de Fernando de la Rúa y la Argentina del neoliberalismo. O al menos eso pensamos durante un buen tiempo.
La banda nacida en El Palomar es una de las que mejor fue describiendo el devenir de una década marcada por la profundización de las políticas de vacimiento y represión. Lo había hecho con canciones que daban cuenta del devenir cotidiano de un país que se iba quedando sin trabajo y entregaba sus más preciados recursos. Lo hacía a la par de una movilización popular que se incrementaba y que desde las órbitas estatales se intentaba contener con las políticas represivas que iban a terminar con 39 muertos en el diciembre trágico en el que el último presidente radical abandonó el poder a bordo de un helicóptero.
“Miles de pueblitos-villa, crecen en el interior, feudos medievales donde, te llaman "Señor". La escuela no abre, cierra el hospital sentis el latido lobo, en la yugular”, decía el tema que daba cuenta de aquel final, en el que aparecen árboles ardientes, piquetes, horcas y “lobos temblando frente a la TV”.
Casi una década antes, cuando todavía Carlos Menem no había culminado su primer período al frente del gobierno nacional, Martínez, Piti Fernández, Tavo Kupinski, Micky Rodríguez y Dani Buira, habían grado el tema “Pistolas”.
“Cemento caliente al piso rosa la pared que te hizo aullar como un bebé/ Jubilados de un derecho que cortaron como helecho el techo hizo caer/ Solos, y ora vez sin nada después de haber dado entrada sin salida a la vejez/ Retumban las venas los muchachos y las nenas a la carga otra vez”, cantaban en aquella canción que, casi a modo de inconsciente prefacio, el ahora cantante de Ciro y Los Persas reeditó junto a Wos hace apenas un par de años atrás.
“Que se maten nomás en el Gran Buenos Aires”, rezaba aquella canción que federalizaba la foto hablando del florecer de los ghettos y los barrios cerrado, el cinturón de Rosario y las revueltas populares en Santiago del Estero. “Pongamos policías y que se maten nomás”, resumía una letra que servía como foto de una época que apenas comenzaba.
Esa época, en la que los Piojos empatizaron con el latir de una sociedad en crisis de la que emergieron las audiencias que convirtieron a la banda en una fenómeno de multitudes iba a explicitar una especie de guía intelectual que marcó un hecho casi inédito en la historiografía del rock autóctono. En el disco “Verde paisaje del infierno”, del año 2000, Martínez le dedicó un tema a Arturo Jauretche.
El gesto no quiso pasar desapercibido, ni mucho menos, quiso plantar bandera. Tal es así que la canción se llamó, directamente, “San Jauretche”.
En uno de los resúmenes históricos más elocuentes del cancionero popular argentino, Los Piojos lograron que cientos de miles de personas cantaran: “Sarmiento y Mitre, entregados a las cadenas foráneas/ Del sillón y Rivadavia, hoy encuentran sucesores/ Qué les voy a hablar de amores y relaciones carnales/ Todos sabemos los males que hay donde estamos parados/ Por culpa de unos tarados y unos cuantos criminales”. El presagio del final de un relato y el comienzo de una nueva época reunidos en una especie de mantra en el que se evocaba el viejo pensador nacido en Lincoln para que “venga la buena leche”.
Cuando la historia es cíclica, escuchar esas canciones, a dos y tres décadas de su creación termina resultando un manual de estilo para comportamientos políticos y sociales que, aunque sorprenda, parecen empezar a formar parte de la idiosincrasia del país. Lo muestras las acciones y reacciones que argentinos y argentinas experimentamos en carne propia a lo largo de las dos semanas que lleva el gobierno de Javier Milei.
Volviendo a la canción de “Máquina de Sangre”, Martínez nombra como “abollada estrella” a las “ollas que destellan, en la noche azul”. Las cacerolas, de modo sorprendente, volvieron a sonar en todo el país luego de los anuncios del decretazo con el que el presidente libertario decidió avanzar a contramano de todos los poderes que conforman al Estado argentino. El hecho, ninguneado por las autoridades ejecutivas que proyectan el modo campaña aún a veinte días de haber tomado el mando, da cuenta de un temprano llamado de atención del que en la Casa Rosada parecen no querer tomar nota.
“No la ven” dicen los libertarios. “No queremos”, parece ser la respuesta que se activó de modo casi automático. Y que ya trajo aparejado grandilocuentes despliegues policiales que, en algunos lugares, ya accionaron excesivos mecanismos represivos.
Nadie sabe todavía cuánto va costar el boleto de transporte, cómo se pagaran las tarifas de los servicios básicos, cuánto saldrá comer, vestirse, ir a la escuela, vivir. Ese argumento juega a favor del oficialismo que parece exigir el "periodo de gracia" con el que habitualmente se analiza a los gobiernos que recién asumen. Los resultados de lass políticas, dicen, todavía no se ven ni se sienten. Dicen, pero hay una evidente señal de quienes se oponen a que el país ingrese en el círculo vicioso que llevará a las viejas canciones a ser descubiertas por las nuevas generaciones.
No ya a partir de un revival nostalgioso o de una playlist que repase viejas épocas, sino a través de una nueva empatía que arroje por tierra, de la forma más temida, el argumento más cruel de los que se escuchó a lo largo de esta campaña: “No sé, yo a esa época no la viví”.
“Desde la ciencia al deporte, desde la creación de la riqueza a la moral patriótica, el tono está dado por el optimismo o por el pesimismo", escribió alguna vez Jauretche. "Nos quieren tristes para que nos sintamos vencidos y los pueblos deprimidos no vencen ni en la cancha de fútbol, ni en el laboratorio, ni en el ejemplo moral, ni en las disputas económicas", advertía el hombre que proponía "combatir alegremente", y se sentía seguro de una victoria final que nunca termina de llegar.
Siguiendo esos preceptos, ayer hubo una marcha, y posiblemente haya muchas más de aquí en adelante. Habrá quienes quieran combatir alegremente y estarán aquellos a los que la risa y el canto les duela. En el fondo, preferirían que hacerlo no fuese necesario.
Otra vez, el círculo.
"Basta de cornisas, basta de saltar".