La herencia del papa emérito se resume en la promoción de la transparencia de las finanzas vaticanas y la austeridad papal.
La historia registra muchos intentos reformadores de la iglesia católica, todos bajo la impronta de la reforma gregoriana del siglo XI que selló la condición absolutista del pontífice y el celibato de los sacerdotes, principalmente.
El tiempo transformó algunos conceptos del credo, ciertos ritos, estructuras y amplió jurisdicciones y más. Singulares, importantes y revisionistas fueron algunas encíclicas papales que pusieron el acento en las cuestiones sociales, respondiendo a los extremos entre la inmensa riqueza de pocos y la enorme pobreza extrema de muchos.
El museo de la Reforma, único y situado frente a la catedral de Ginebra desafiándola, muestra un frondoso árbol genealógico del cristianismo, imagen muy conmovedora del desmembramiento iniciado antes que Constantino.
Los inicios del siglo pasado no fueron ajeno a las crisis. Es la centuria que se inicia heredando a liberales, marxistas, anarquistas y otras corrientes de la filosofía política, es aquel que fusila al zar y a toda su familia, el que conoce el horror de la Gran Guerra Mundial, dado que la negociada paz en Paris sellada con el Tratado de Versalles de 1919 jamás cerró heridas ni conflictos hasta el 7 de mayo de 1945 en que Alemania se rindió incondicionalmente ante los aliados occidentales en Reims y el 9 de mayo ante los soviéticos en Berlín.
También es el primero en el que algunos países alcanzan el desarrollo.
Benedicto XVI nace en 1927, fue hijo de un comisario de la gendarmería y de una cocinera de hoteles, los tres alemanes. Pasa su infancia en su tierra natal y a 30 kilómetros de la ciudad en donde el espíritu de Mozart vive intensamente, Salzburgo.
Tras ser enrollado en el servicio civil del nazismo y culminar serios estudios de filosofía y teología en la Escuela superior de filosofía y teología de Freising y en la universidad de Munich, en Baviera, fue consagrado sacerdote en 1951.
La veritas, extraída de las sagradas escrituras, nos hace libres. Así lo fundamentaba en la década de los 60's cuando fue profesor de Teología Dogmática y Fundamental en Freising, en Bona y en Tubinga, comprendiendo de forma anticipada que era indispensable la transparencia de las cuentas vaticanas y justicia por los crímenes de pederastia con sotana. Entendió, ya entonces, que el evangelismo y otros credos seguían creciendo a expensas de la feligresía católica.
No deseaba cargos por su condición de consumado teólogo, entonces único sobreviviente con Hans Kung del Concilio Vaticano II, docta asamblea sorpresivamente convocada por quien fue ungido papa en 1958 por su avanzada edad y ante la lucha entre conservadores y reformistas. Juan XXIII sorprendió al mundo con su decisión.
El Concilio acertó por impostergable y necesario, causó una catarsis de proporciones e inició la lenta reconfiguración del colegio cardenalicio con la incorporación pausada de más americanos, asiáticos y africanos. Los italianos primero y los europeos después perdieron el control para elegir al sucesor de Pedro.
El aristócrata Montini, Paulo VI, en 1977 designó a Ratzinger arzobispo de Múnich y éste adoptó el lema “cooperadores de la veritas”, manteniéndolo ya creado cardenal por el mismo pontífice.
Joseph Cardenal Ratzinger jamás abandonó su vocación espiritual, produjo decenas de obras teológicas y polemizó luengos años con el liberal Habermas sobre la compatibilidad de la fe con la razón, vieja discusión filosófica y teológica que arrastrábamos por lo menos desde Copérnico. Ambos teólogos concluyeron que sí eran compatibles la fe y la razón.
Corrían los años de la sísmica obra “Si Dios existe” del teólogo católico suizo Hans Küng que se inicia nada menos, abordando la certeza matemática como ideal y que formula muchas interrogantes existenciales.
Cuando el viejo profesor fue ungido papa en el 2005, siguió con su verdadera vocación resumida en tres profundas encíclicas y cargó por 8 años la cruz del Gólgota.
Pleno de humildad, grandeza, dignidad y trascendencia, abdicó al pontificado en latín y frente a pocos cardenales y colaboradores, declarándose carente de fuerzas para purificar el templo, de sus oscuras finanzas, de las luchas de purpurados por el poder, de la pedofilia con sotana y bajo el impacto del robo de su correspondencia personal por un cercano colaborador, hechos gravísimos recogidos en el informe secreto de tres cardenales no electores.
Abdicando impuso la veritas y nos ofreció una lectio magistralis de humildad, grandeza, de dignidad y de trascendencia. Por cierto, una decisión dura, radical, bávara.
Así, San Pedro sufrió un cataclismo cuyo epicentro aún se encuentra en sus cimientos y catacumbas, basílica renacentista cuyas diez capillas subterráneas no alcanzaron para callar o comprar las heridas conciencias heridas y que otros no vivan iguales calvarios.
La herencia del papa emérito, dignidad que reestrenó, podemos resumirla en la grandeza y valor abdicando, promovió la transparencia de las finanzas vaticanas y la austeridad papal, suprimió el limbo, impulsó la misa en latín, incorporó sacerdotes anglicanos casados y promovió el ecumenismo entre las tres religiones abrahámicas y con otras manifestaciones religiosas.
Habiéndonos pedido perdón en su testamento personal recién conocido, vivió sus últimos años conversando con su alma y ella con Dios, arropados por su inquebrantable fe. Aspiró a un entierro sencillo y lo vemos con la mitra Episcopal, desprovisto del palio, con un rosario que se confunden con sus manos cruzadas y sin su anillo, por habernos posiblemente ofrecido la mayor entrega de un vicario de Cristo.
Custodiado por canónigos penitenciarios, las sencillas pompas fúnebres presididas por un papa también constituyen un hecho histórico. No obstante, pocos cataron el talante de quien siempre tímido no despertó el calor de las masas, pero que un acucioso estudio de su trayectoria y de su papado nos revelará la magnitud de su legado universal.
Doctor en Ciencia Política, experto en gobierno e internacionalista