Opinión del Lector

Cara a cara, en el peor momento

Para bailar un tango hacen falta dos, tantos como para pactar. La voluntad no basta pero sin ella se hace imposible conseguir un acuerdo. A las diez de la mañana, hoy mismo, se verán las caras hurañas el presidente Alberto Fernández y el Jefe de Gobierno porteño Horacio Rodríguez Larreta. Concuerdan el peor momento de la interminable pandemia y de su relación política desde diciembre de 2019 cuando comenzaron a convivir en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

Ustedes son muy chicos y no tienen por qué recordarlo pero en un pasado remoto la coexistencia parecía buena. Acostumbraban realizar conferencias de prensa y presentaciones conjuntas en las que participaba siempre el gobernador bonaerense Axel Kicillof y a menudo otros mandatarios provinciales. En aquel entonces este cronista elogiaba dicha praxis como un momento virtuoso del federalismo y de la convivencia democrática. Sigue pensándolo, a sabiendas de que es imposible repetirlo tal cual como era.


Larreta arribará con su libreto a cuestas, con un segundo amparo ante la Corte Suprema pocos días antes de la audiencia de conciliación de un pleito que es “solo” o nada menos que por dinero. Hay quien dice que la Corte tomó el toro por las astas. Conociendo al Tribunal, es sensato pensar al revés: demuestra activismo sin transpirar la camiseta. Le devuelve la pelota a “los políticos”; armará una escena y luego se tomará tiempos vaticanos. Nada indica que la vía judicial zanje el conflicto por la suspensión de la presencialidad en las aulas. Alberto Fernández lo decidió sin consultar a HRL, ambos concuerdan en ese aspecto. Lo hizo con velocidad sorpresiva, dejando en off side a los ministros Carla Vizzotti y Nicolás Trotta que formularon declaraciones en sentido inverso horas antes del discurso presidencial.


A Fernández lo estremecen los contagios crecientes, el riesgo cierto de saturación del sistema sanitario. Necesita ganar tiempo, una exigencia que signa su mandato también en la negociación de la deuda externa. En marzo-mayo del año pasado (redondeamos) ganaba tiempo para fortalecer el sistema de salud, mejorar la infraestructura hospitalaria, conseguir insumos críticos, capacitar a profesionales de provincias, conducir la política nacional. Sus adversarios se alineaban, lo alababan.

Hoy en día el presidente Alberto quiere mitigar los efectos de la segunda ola que azota al mundo, a la región, a los países limítrofes, a Brasil. Para acotar los contagios, de nuevo para evitar la sobreocupación de camas críticas (o en salas comunes). Y para seguir vacunando, por último en la enunciación pero primero en las prioridades.

Puesto a determinar cuál es la peor falacia de Larreta y de Juntos por el Cambio, este cronista elige el serpenteante discurso sobre las vacunas. Fueron veneno, motivaron acciones penales… los cambiemitas son hipocondríacos jurídicos, judicializan todo. Larreta las distribuyó en parte con criterio elitista, privilegiando a las prepagas o a profesionales privados que atienden de forma remota.

El Gobierno nacional ganó la polémica respecto de las vacunas. La mayoría abrumadora de la gente común ansía vacunarse. Lo revelan datos tangibles: la cantidad de inscriptos. Y costumbristas, la alegría ante cada dosis. Esa victoria genera obligación de atender a una demanda popular creciente. Los rivales políticos subestiman lo conseguido, reclaman un calendario preciso. Macanean de nuevo porque saben por experiencia propia que el mercado mundial es capcioso, concentrado. Perdón por repetir conceptos de columnas anteriores, es que vivimos en una variante del día de la marmota.

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Alberto Fernández acertó al concertar compras de la Sputnik V. La opo vociferaba consignas anacrónicas, macartistas. Se equivocaron, sin autocrítica.

El oficialismo nacional no se encierra en el chavismo. El Canciller Felipe Solá conversando con su colega estadounidense Anthony Blinken y AF con el enviado Juan González pidieron que se destrabara el mecanismo de vacunación COVAX. Algo se consiguió: las 900.000 dosis que arribarán el domingo desde Amsterdam para paliar una semana de escasez que HRL usó para meter miedo y victimizarse, dos especialidades de la casa. Argentina no encabeza el ranking de vacuna en proporción al número de habitantes pero integra decorosamente el pelotón de los países de rango y renta media. Si consigue reanimar las remesas de Sputnik y consigue que China honre el contrato referido a las Sinopharm podrá acrecentar en menos de un mes el digno (aunque no suficiente) porcentaje logrado que creció especialmente en las últimas semanas.

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Larreta es hábil comunicador. Vuelca conceptos sencillos, repite como mantra, hace ademanes serios. Soslaya su trayectoria y la de su partido en materia de salud y educación. Presupuestos avaros, favoritismo hacia los sectores privados, mezcla de desdén y odio a los gremios, avaricia para las escalas salariales. Halaga con la palabra a los profesionales de la salud pero les niega licencias o vacaciones. La historia condena a la derecha que es absuelta por su narrativa.

La presencialidad educativa fue caballito de batalla larretista en 2020 que retoma esa bandera. No hay forma de medirlo pero es más que posible que esa postura armonice con la de numerosas familias tanto como la de pibes y pibas. Ayer, el primer reflejo de los gobernadores de casi todas las provincias fue no involucrarse en la querella entre Nación y CABA. Nadie se apuró a cambiar el esquema de presencialidad. Conocedores de los terruños propios, perciben que sus gobernados no quieren implicarse en peleas “entre porteños” (Fernández, Kicillof y Larreta). Y que “la gente” quiere escuelas abiertas aunque la expresión peque de imprecisa y sean minoría los alumnos con presencialidad parecida a la de años atrás. Pocos chicos, contadas horas, no todos los días, propenden a ser la regla. Difícil mirar en conjunto la vastedad de un país diverso, policlasista.

Si la suspensión durara dos semanas o un plazo corto similar, el entredicho perdería sustancia, el amparo se haría abstracto. Un punto que nadie señala, por ahora.

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Quien esto firma pagaría por ser mosca o lámpara un rato para presenciar sin ser visto el palique de hoy. Le cuesta suponer que alguno retracte mucho las posiciones previas. Se leería como una defección, como “haber arrugado” en términos futbolísticos. La tribuna partidaria se lo haría sentir.

Hay un tópico que exige alta responsabilidad y quizá sea el máximo común denominador: compatibilizar la acción de las fuerzas de seguridad. Uniformados de “distinto signo” sin directivas precisas de sus mandos configuran un peligro para los ciudadanos. Media experiencia de labores conjuntas, para nada formidables pero mejores que la falta de sincronización.

Todo esto acontece en el peor momento de la peste, con la gente cansada, con las vacunas abriendo una luz en el horizonte. La mirada al interés colectivo, la conducción, recaen sobre el presidente quien --alelado por como escalan hechos que meten miedo-- decidió extremar las medidas de cuidado. También socorrer económicamente a los damnificados por las restricciones. Otra práctica ajena a la caja de herramientas de Rodríguez Larreta, pródigo en alabanzas verbales y amarrete a la hora de abrir la billetera.

Autor: Mario Wainfeld

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