Las elecciones Primarias de hace una semana pusieron en jaque, a repensar nuestro sistema electoral. Desde hace tiempo este llamado a la urnas (Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias) deja herido de muerte a quien está en el oficialismo, ocurrió en su momento con Maurico Macri y ahora con el oficialismo presidencial que está en plena competencia para mantenerse en el poder.
Pero además de lo político e institucional hay una cuestión de zozobra económica en el día después de las elecciones, que también se vivió en las Primarias durante la presidencia del ingeniero.
Ahora, la crisis política y económica es mucho más profunda pero incluso con un nuevo paradigma. Surge de esta elección de hace siete días atrás un personaje, un candidato que no es de la política tradicional argentina. Y es lo que rompió todos los esquemas, quemó la biblioteca de los estrategas y expertos en marketing político. Aún no se sabe hasta dónde llegará este postulante que resultó ser el más votado. Pareciera ser que el 30% ganado la semana pasada apenas es su piso y no su techo.
En la sorpresa el resto de la dirigencia aún se encuentra en pleno proceso de control de daños. Sin embargo lo que emerge de los resultados del 13 de agosto es que la crisis de representación a la ciudadanía está rota, pero no se rompió el pasado domingo. Es un proceso de rotura de al menos 20 años. Lamentablemente la ciudadanía dejó de creer, primero en los dirigentes y ahora ese descreimiento se extendió y tocó al sistema político de representación.
Entonces: ¿Qué hacer? Quizás empezar por recomponer la relación entre dirigencia política y la ciudadanía. El primer paso es trabajar en las soluciones de los dramas cotidianos de la gente: inseguridad, calles en mal estado, hospitales y escuelas sin servicios básicos, mejoras en los servicios de transporte público de pasajeros. Y obviamente poner un control a la escalada inflacionaria.
Todos estos ítems tampoco son nuevos, los padecemos desde hace años y se profundizaron durante y luego de la pandemia de coronavirus.
Y el segundo punto en importancia para recomponer el tejido de representatividad es que la dirigencia acuerde, deje de hablarle a sus tribunas y entienda que la política es lo contrario. Es hablarle al que no es como uno. Bajar los decibeles del enfrentamiento y dejar de decir que el otro es un demonio.
Hay que habitar la disidencia entre todos. Esa es la esencia de la democracia. Parece una obviedad pero lamentablemente en la Argentina hace tiempo las obviedades también pareciera ser que se rompieron.