Por Domingo Salvador Castagna*
Arzobispo emérito de Corrientes, Ciudadano Ilustre de la provincia
Cuenten a Juan lo que ven y oyen.
San Mateo presenta el doble reconocimiento que Jesús formula ante los doce discípulos: sobre su persona y sobre la de su precursor. Juan está preso y necesita que sus inmediatos seguidores sepan la verdad sobre el Mesías.
La respuesta de Jesús es clara y contundente: «… Y mandó a dos de sus discípulos para preguntarle: ¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro? Jesús les respondió: Vayan a contar a Juan lo que ustedes ven y oyen: los ciegos ven y los paralíticos caminan; los leprosos son purificados y los sordos oyen; los muertos resucitan y la Buena Noticia es anunciada a los pobres» (Mateo 11, 2-5).
En Cristo se cumplen, a la perfección, los signos mesiánicos previstos por los Profetas. Aquellos enviados no necesitan más pruebas. Basta presenciar lo que Jesús hace para identificarlo como el Mesías.
Los Apóstoles recurren al mismo procedimiento para convencerse de la mesianidad del joven Maestro. Los hechos prevalecen por encima del discurso.
La Palabra que lo dice todo.
¡Qué lección única! Se habla mucho, hasta el hartazgo. La verborragia de quienes creen decirlo todo, sin decir nada, constituye un estilo empobrecedor de la verdadera comunicación. Dios, con una Palabra lo dice todo: es elocuente.
Nosotros, más algunos que otros, necesitamos utilizar muchas palabras para decir algo, y no acabamos de lograrlo. Somos locuaces, no elocuentes. Jesús es la única Palabra del Padre: «Todas las cosas fueron hechas por medio de la Palabra y sin ella no se hizo nada de todo lo que existe» (Juan 1, 3).
La sabiduría, expresada en los hechos, manifiesta su capacidad evangelizadora.
Los discípulos de Juan Bautista, guiados por el mismo Jesús, llevan a su maestro la respuesta que buscaban: «Vayan a contar a Juan lo que ustedes ven y oyen».
En Jesús se cumplen los anuncios proféticos de Isaías, y por ellos Jesús se identifica como el Mesías esperado. Algunos comentaristas aseguran que Juan encarcelado envía a sus discípulos para que éstos identifiquen en Jesús al Mesías, y que él no abrigaba ninguna duda. Es así, todo el relato evangélico lo corrobora: el bautismo en el Jordán, y su declaración calificando al Señor como el Cordero de Dios.
Palabra corroborada por los hechos.
El testimonio de la santidad -los hechos- se presenta como prueba irrefutable de la eficacia renovadora de la gracia.
El mundo no llega a sentirse llamado a la conversión por la sola prédica, si ésta no es confirmada con el testimonio de santidad de quienes predican. Es esperanzador que el mundo haya llegado a distinguir, y a conectar, la palabra y el testimonio. Al mismo tiempo se constituye en el mayor desafío.
San Pablo nos ofrece su confidencial certeza: «Sigan mi ejemplo, así como yo sigo el ejemplo de Cristo» (1 Corintios 11, 1).
Cristo es el Salvador. El mundo necesita conocerlo, para amarlo. En ese vínculo con Él se produce la salvación. El encuentro de Jesús con Zaqueo, lo pone de manifiesto: «Hoy ha llegado la salvación a esta casa…» (Lucas 19, 9).
Aunque no lo exprese abiertamente, el mundo clama por su Redentor. Con frecuencia, lo hace por caminos que no conducen. Necesita que humildes testigos de Cristo localicen, con hechos, el verdadero Camino.
Es el momento de leer -o releer- los Hechos de los Apóstoles. Es preciso desmitologizar algunas formas religiosas, o pseudo religiosas, para que Dios logre ser todo en todos, en el Misterio de su Verbo encarnado.
El ardiente deseo de recibir a Cristo.
El Adviento despliega su contenido doctrinal y litúrgico, para convertirse en un acontecimiento de Vida. No podemos tolerar que pase, sin dejar una huella de santidad en nuestras vidas.
Para ello tendremos que poner lo nuestro: el ardiente deseo de recibir a Cristo, el Dios encarnado de nuestra carne. De esta manera, el Adviento será preparación ilusionada de la venida de Dios a nuestra vida terrena.
Como en tiempos de Noé, la desorientación moral está empujando a generaciones enteras a la ruina. Dios no enviará un diluvio exterminador. Ya ha venido su Hijo divino para ofrecer el perdón y la santidad.
Celebramos esa venida -«para quedarse»- en la Navidad. Es más que una emotiva Fiesta, maquillada hoy con románticas e intrascendentes expresiones festivas. Es un acontecimiento que se alimenta de su propia riqueza y sigue produciendo frutos de salvación. Preparemos esa Navidad.
* Homilía del
domingo 11 de diciembre