Amigos, periodistas y otros, preguntan, cada vez de forma más constante, cómo se ve lo de Argentina en Brasil. Hay tantas cosas para hablar, pero está claro que ahora se refieren a Milei.
Claro que no buscan razones para explicar el fenómeno, que los mismos argentinos están en mejores condiciones que nadie de analizar y comprender. Preguntan, en el fondo, cómo es posible evitar, superar, impedir un fenómeno brutal como ese. Y si se llega a esa situación, cómo se mira desde afuera la posibilidad de que se elija a alguien así, cómo se vería a la Argentina y, en el caso de Brasil, cómo conviviríamos brasileños y argentinos.
Basta con que suceda esa votación, más allá de si llegará a ganar o no. Basta con que una proporción importante de los argentinos haya manifestado la preferencia por Milei, para que estemos obligados a pensar la posibilidad brutal que alguien como él, que propone lo que propone, que dice lo que dice, sea elegido presidente de Argentina.
Al final, Brasil ya fue gobernado por Bolsonaro. Algo que, de alguna manera, puede ser comparado con lo que podría ser Milei, en caso de que ganara.
La primera diferencia es que Bolsonaro sólo fue elegido en una situación de clara ilegalidad. Como el Poder Judicial lo reconoce hoy – con el reconocimiento jurídico de la inocencia de Dilma Rousseff-, el lawfare fue un proceso que se alargó con la prisión de Lula, su condena y su impedimento de ser candidato a la Presidencia de la República.
Si no hubiera sido así, Brasil no habría padecido todos los sufrimientos que tuvo a lo largo de 7 años. Pero ello no impidió que Bolsonaro fuera electo, tuviera una votación muy alta –menor de la que hubiera tenido si las elecciones se hubieran dado de forma legal – y mantiene una proporción de adeptos en la sociedad, aunque decreciente.
Todo ello, para que tengamos en cuenta que los dos países viven o han vivido circunstancias similares y que tienen que comprender y enfrentar el fenómeno. Bolsonaro es un personaje definitivamente derrotado políticamente, pero el bolsonarismo, como fenómeno, aunque decreciente, ha sobrevivido hasta aquí.
Haber impedido que ello ocurriera en Brasil hubiera necesitado de un Poder Judicial mayoritariamente democrático, que no ocurría en aquel momento.
El entonces presidente del Supremo Tribunal Electoral presidió la sesión del Senado que aprobó el impeachment de Dilma Rousseff. Ese mismo Poder Judicial decidió esa semana por la inocencia de Dilma Rousseff que, así, no debería haber sufrido un juicio político.
No me pregunten por qué actuaron así: la cabeza de los jueces sigue siendo uno de los misterios insondables de nuestro tiempo.
No se puede garantizar que Brasil siga inmune a Bolsonaro o a otro fenómeno similar. Pero, si aprendemos de los errores del pasado, que permitieron que el bolsonarismo creciera peligrosamente en la sociedad y en las instituciones, entonces podremos defendernos para impedir que vuelva ocurrir.
Dado que la degradación de la imagen de la politica y de los políticos, con la consecuencia de las malas condiciones de vida de las personas, está entre las razones del surgimiento y fortalecimiento de la extrema derecha, hay que atacar a esas causas.
Se puede decir que hoy Brasil se defiende bien de esos fenómenos, antes que nada por tener un presidente con gran legitimidad política y que ha logrado, hasta aquí no sólo resguardar, en cierta medida, la legitimidad de la política. Pero también porque hay un gobierno con resultados positivos, en el crecimiento de la economía, en la generación de empleos, en la disminución, aunque todavía pequeña, del hambre, de la miseria, de las desigualdades.
Respecto a las consecuencias para Brasil, ya existía la preocupación de que, en caso de que ganara un candidato de la derecha tradicional, las relaciones económicas entre los dos países no se verían afectadas, dado que los dos países tienen intereses en mantener los intercambios actuales.
Las preocupaciones se darían en el plano político, especialmente en la politica internacional, donde habría diferencias grandes. Pero no se planteaban preocupaciones respecto al Mercosur.
En el caso de Milei, las relaciones económicas serían radicalmente suspendidas, por la rarísima declaración de prácticamente una ruptura de relaciones con China y Brasil. Argentina saldría del Mercosur y no acompañaría a Brasil en otras actividades económicas.
Con todo, nunca estarían tan distantes y hasta contrapuestos los dos países, desde el abrazo fraterno de Néstor Kirchner y Lula, que ha dado inicio a las políticas de integración regional y las relaciones más estrechas y hermanas entre Brasil y Argentina.