Opinión del Lector

¿Cómo llegamos a que el votante es la víctima del gobierno que eligió?

El voto no se define por un único componente. A la hora de elegir, los ciudadanos atraviesan diferentes procesos que los llevan a tomar la decisión, pero las causas de los resultados electorales no están en ellos.



El destino de la Argentina se está jugando en el campo de la batalla política entre el gobierno y todos aquellos que lo sostienen (tropa propia, ajenos pero afines y comprados) por un lado, y el campo nacional y popular por el otro. De tal manera que el triunfo político de uno u otro es el que va a definir el mapa del futuro para el país. La crisis social, económica, política, cultural e ideológica es quizá la más importante de la historia. Nos atraviesa una crisis ética y moral, tratando de derrumbar todo intento de solidaridad, todo intento de un proyecto común para la construcción de una polis justa. Además, el discurso oficial “moralizante” que habla de “la casta”, las “empresas públicas deficitarias”, las “jubilaciones por discapacidad”, las “jubilaciones sin aportes”, “el déficit universitario”, etc., en sentido estricto es ficticio, porque es la “moral del sistema” que produce las “inmoralidades que denuncia”.



Si miramos esta realidad que padecemos sin condicionamientos, la pregunta que nos hacemos es ¿Cómo llegamos a esto en que el votante es la víctima del gobierno que eligió? El voto no se define por un único componente, aunque la cuestión emocional tenga un papel muy importante. A la hora de elegir, el votante atraviesa diferentes procesos que lo llevan a tomar la decisión definitiva. Las causas de los resultados electorales no están en los ciudadanos, que finalmente son víctimas de quienes conducen el sistema. El votante no encontró respuestas a sus problemas cotidianos en ninguno de los esquemas tradicionales y la consecuencia fue volcarse a un candidato que se paró en un extremo ideológico y supo entusiasmar al desencantado con el sistema.



En ese campo de batalla la tropa que hoy conduce el Estado esta disciplinada por el poder, en tanto el campo nacional y popular se nota un tanto disgregado. La situación actual por la que atraviesa el movimiento en general y particularmente el peronismo, exige de todas y todo un ejercicio de análisis de este presente que debe ocuparnos plenamente, si no asumimos responsablemente esta realidad, no crearemos expectativa ni de presente ni de futuro. Recordamos con tristeza lo que llamamos el pimpinelismo, que en su momento se entabló entre quién sin duda conducía el movimiento y el Presidente que ¿conducía? el gobierno. Si repetimos errores y metodologías estamos caminando hacia la fragmentación y subvencionando a la estrategia del enemigo.



La política de por si es sinuosa, no debemos extrañarnos por ciertas prácticas, el problema se presenta cuando el abuso de ellas nos lleva a poner en riesgo “el sueño colectivo” de la base. De ese pueblo que se mantiene firme, en mayorías y en minorías, dando la cara todos los días, sintiendo la persecución montada en la crisis. Cuando vemos a Milei regocijarse casi hasta la burla y a la vez nuestros compañeros en ataque desmedido hacia adentro, nos sentimos parte de una pesadilla de la que no podemos despertar.



Cada uno debe interpretar y asumir el rol que le toca y respetar el rol del otro, es decir reconocerlo como sujeto. Y esto es así porque cada cual debe saber con quién dialoga y desde dónde se dialoga. Debe haber un respeto mutuo de las posiciones, porque los roles fueron impuestos por el pueblo, así al menos es en democracia. Hay liderazgos que son indiscutidos o al menos no tan discutidos, aceptados es el termino justo. Pero esos liderazgos no son subrogables. El o la líder ejerce per se, sin intermediarios.



Dejemos de ser nuestros propios enemigos, primero Perón nos puso el bastón de mariscal en la mochila, luego Cristina nos dijo que saquemos el bastón y ejerzamos. Ahora bien, en el ejercicio seamos el mariscal lúcido que ambos quieren. Si es cierto que amamos las mismas cosas y de la misma manera odiamos las mismas cosas, que el liderazgo natural no se discute, nuestras diferencias están en quiénes conducen intermediamente el amor y el odio. Visto así que pequeño parece el problema, pero está claro que no es tal. El que conduce ejerce poder y el poder en el Peronismo tiene características verticales, descendentes podríamos decir desde el/la que conduce hasta el último militante. Asimismo, debe nacer desde abajo, la constitución del poder tiene características ascendentes, se llega por la voluntad popular.



Necesitamos una conducción que mirando hacia adentro configure una estrategia para el conjunto, que mire hacia afuera para poder volver a enamorar a la sociedad, que vía electoral nos dio la espalda ya demasiadas veces, cuando nuestra jactancia era que en las urnas éramos invencibles. En la democracia actual no solo se vota a favor de alguien, también se vota en contra. Muchos se enojan ante la propuesta de una autocrítica. Bueno si eso es dañino, evitémosla, pero afrontemos, para no repetirlos, aquellos errores que nos llevaron al actual estado de situación.



Quienes pretendan ponerse en calidad de conductores o ser candidatos deben olvidar el “dedo” y someterse a consideración del pueblo, hacerse conocer, visitar su territorio, caminar sus calles, mirar a los ojos a tantos que manifestaran su desencanto con los políticos. Escuchar, conocer su presente y su pasado, creencias, símbolos orgullos y esperanzas. «El único modo de resolver los problemas es conociéndolos». Aprender de quienes enamoraron a su pueblo no una sola vez, sino cientos de veces.

Autor: Germán Wiens|

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