Amigos:
Según los archivos que he consultado, el último Esclavo, apresado en la oscura espesura congoleña, ingresó a Charlotte -NC-, en 1860, y fue remitido por el Tratante a una muy adinerada familia de New Hampshire -NH-.
Los Estados Sureños, hacía mucho tiempo que se habían desentendido de esas prácticas, tan abominables por cierto.
Se estima que desde mediados del siglo XVII hasta ese precedente, unos setecientos mil negros provenientes del África meridional, ingresaron a estas costas.
Menos del 10% que, con igual propósito recalaron en el Brasil.
Pero, sin embargo, merced a sus capacidades reproductivas y del todo promocionadas por sus Amos, para 1861, en los umbrales de la Guerra, superaron holgadamente los cuatro millones, con asiento mayoritario en el Sur.
El Norte, más liberal y pro industrialista, poco a poco fue deshaciéndose de la agricultura y de esa forma trasladaron a su incipientes fábricas, las tecnologías británicas nacidas al calor de la Revolución Industrial, particularmente en las áreas ferrosa y manufacturera.
Sin perjuicio de haber confiado los menesteres de labranzas a la gente de Color, merced a una fuerte corriente inmigratoria que, procedente de Irlanda y Alemania, traía consigo en los vapores, una mano de obra mucho más calificada, como para desbaratarla entre bueyes y arados.
Los Sudistas en cambio, con muchísima menos densidad demográfica Aria, no tenían más opciones que ocupar a sus sojuzgados, pero esencialmente por una estricta razón de toda supervivencia.
Además porque carecían de las disponibilidades financieras de importación que, entre los Norteños era moneda corriente.
Y fue precisamente en homenaje a ello que, cuando los vientos libertarios comenzaron a soplar fuertemente, decidieron pues escindirse de la Unión.
Se podría afirmar que la primera Guerra Civil, se debió exclusivamente a que los pretendientes separatistas, no podían darse el lujo de esa manumisión.
Dependían, para su subsistencia de la precaria industrialización algodonera y sus plantaciones maiceras, apenas éso.
Ellos no pretendían que sus vecinos de arriba, volviesen a una economía ruralista, pero tampoco estaban en condiciones de imitarlos.
Y por eso rompieron relaciones con Washington.
Pírricas victorias iniciales, fueron, muy a pesar de ellas, sus peores y glorificadoras compañeras.
Toda vez que con ello, echaron el resto y cuando en 1865, en el sala de audiencias de un pequeño juzgado en Appomattox, se rindieron, todo frente a sus ojos, se había reducido a cenizas.
Lincoln que, de camino al Teatro Ford, donde un falso Rebelde que, en realidad no era más que, un contract killer lo asesinó, le ordenó a la orquesta de la Casa Blanca, tocar los acordes de una marcha: Dixieland, ni más ni menos que el himno de batalla de los Confederados.
En clara e inequívoca muestra que, no planificaba una típica venganza.
Una póstuma mueca de algo que, bastante antes, a los conjurados en su magnicidio, los llevó a ordenar la supresión de su existencia.
Su Secretario de Guerra, un despreciable sujeto, apellidado Stanton y con menor índice probatorio, también el vicepresidente Jonhnson, se estima, aportaron los fondos para que un actor shakesperiano, bastante furibundo y lunático, fuese el ejecutor.
Es curioso que, minutos después del homicidio, todos los accesos y egresos de WDC fueron cerrados y custodiados por el Ejército.
A excepción del que ahora es, el Puente Arlington, y lo es más que un jinete -John Wilkes Booth-, franqueó excepcional y solitariamente ese acceso
con un invaluable salvoconducto, en dirección al norte de la aún humeante Virginia, esa misma noche.
No existe nadie nacido en la ex Confederación que no haya sido instruido sobre ello y con abrumadoras pruebas incriminatorias, en muchas Escuelas Primarias, antes de los setenta, con todos los hijos de mis hermanas incluídos.
Pero como sea, el caso que los Rebeldes vieron en la liberación de los morochos la inexorable pérdida de sus rudimentarios capitales de trabajo.
Éso y la circunstancia que una bien nutrida cáfila de especuladores, se hicieron, luego de la capitulación, de grandes latifundios, sobre todo en Virginia, Alabama, las Carolinas Louisiana y Georgia por unos cuantos centavos, fue la tea con la que todo terminó de incendiarse.
Precisamente éso, fue lo que una escritora de allí nativa -Margaret Mitchell- retrató en su inmortal novela: Lo Que el Viento se Llevó.
Pero como fuese, la, a mi criterio, injustamente denominada Supremacía Blanca y también el Klan, deben sus nacimientos a estos -para algunos- confusos fenómenos.
Y la paralela consonancia con los movimientistas neonazis que, actualmente van ganando tantos adeptos en Alemania, Holanda, Dinamarca, Finlandia y Ucrania, pero con una predominancia aún mayor en Austria, se debe a lo mismo.
En el fondo, asumo y mucho que, cuanto vemos aquí, es el despertar después de un extenso letargo, de una corriente caucásica que, no reconoce fronteras interiores en EE UU y ello es lo más vigoroso y por ende lo torna en tan peligroso.
Los blancos, anglosajones y protestantes, para indicarlo sin ambages, desprecian a los hispanos en una proporción casi idéntica a cuanto sienten por los afros.
El irresoluto dilema es que, a los segundos, no pueden expulsarlos, solo asesinarlos.
Y en ello Estimados, deberán de observar ustedes la silueta de la yesca que, ya ha encendido una corta mecha; la de un nuevo Fratricidio.
En otros países de un fuerte retraso cultural, y plagados de directos descendientes de engrillados, tales enfrentamientos, bueno, simplemente devienen en utópicos, como en Cuba, algo menor en Colombia y fuertemente en Brasil.
Aunque muchas veces pienso que aquí, de no existir estas motivaciones, se hurgaría en otras, porque lo que se encuentra en crisis, no es esencialmente la intolerancia racial.
Sino más bien, la unánime condena a un obsceno sistema acumulativo de riquezas que, a cada momento del día, está más concentrado en menos manos.
En fín, creo que, por un lado, nadie es estrictamente culpable y por el otro, quizás y al mismo tiempo, todos lo somos.
Y es por dicha razón que siempre mantendremos las mismas incógnitas, acertijos, y la eterna pregunta...
¿DE DÓNDE VIENE TANTO ODIO?.
Cordialmente Carlos Belgrano.-