Opinión del Lector

De la ignorancia de Duhalde a la ignorancia de Milei

Solo una persona que ignorara las complicaciones que significaba salir de la convertibilidad, que creyese que “quien depositó dólares recibirá dólares”, como dijo Duhalde en 2002 y después tuvo que ser corregido por su ministro de Economía, podía asumir la irresponsabilidad de poner patas para arriba aquel sistema económico. Solo un secretario de Finanzas provincial podía asumir el Ministerio de Economía en ese contexto y con esa fragilidad. Ambos pagaron los costos y los beneficios los cosecharon quienes luego continuaron la tarea, Roberto Lavagna y más tarde Néstor Kirchner. Con ingenua honestidad, a los pocos meses de asumir como presidente, Duhalde decía públicamente que “no sabía que el mundo estaba tan interconectado” y que “no imaginaba que todo era tan complejo”.



No pocas veces en la historia de la humanidad la ignorancia fue la partera de cambios que luego pudieron encontrar su rumbo y que, sin la ignorancia del agente, no se hubieran podido producir. Un hegeliano pensaría que el ignorante es el cuerpo que eligió la historia para seguir su rumbo y salir del atolladero circular de un dilema donde los costos del remedio y de la enfermedad son tan similares, que la racionalidad inmoviliza. En casos extremos, el técnico experto se convierte en el maestro ignorante porque no puede aprender a desaprender, y hace falta un Alejandro Magno que, frente al nudo gordiano, en lugar de desatarlo, como creían que era el procedimiento correcto todos su fallidos predecesores, lo corte con su espada de un golpe.



En los dilemas, la historia apela a la brutalidad, entendida como carencia del refinamiento que genera el conocimiento. Ignorancia lisa y llana, la mayor de todas, que es la de quien ignora que ignora y por eso tiene tanta certeza.



Hace 22 años, Duhalde fue el ignorante que Argentina precisó para decidir un rumbo; ahora, en diciembre de 2023, la sociedad argentina (el espíritu de la historia) eligió a otro ignorante, Javier Milei, en su caso políticamente, para volver a patear el tablero, esta vez en sentido opuesto al de Duhalde, buscando retroceder en el tiempo para restaurar y profundizar aquello que se descartó en el primer “que se vayan todos”. Lo mismo su ministro de Economía, Luis Caputo, un secretario de Finanzas que asume un papel que lo excede y al cual un técnico más completo quizá no se hubiera arriesgado a asumir acompañando a un presidente tan débil.



¿Tendrán valor las palabras o los periodistas, como hacemos de ellas nuestro oficio, exageramos al reclamar cierta adecuación del significante con el significado?



Para darle sentido a este tiempo distópico, excéntrico y por momentos absurdo, hay que apelar a la metafísica adhiriendo a la doctrina del progreso y atribuyendo un orden a los acontecimientos que solo el futuro demostrará. Quienes vivieron los primeros meses de la presidencia de Duhalde, a comienzos de 2002, recordarán la misma sensación de estar atravesando una distopía que luego el paso del tiempo explicó. Como en En búsqueda del tiempo perdido, de Proust, “los acontecimientos del pasado fructifican bajo la mirada retroactiva del presente”.



Duhalde y su ministro de Economía, Jorge Remes Lenikov, fueron el instrumento de la alianza entre un sector de poder y el humor de época de una parte numerosa de la sociedad. ¿Serán Javier Milei y Luis Caputo el instrumento de otro sector de poder en alianza con otro numeroso sector de la sociedad que en su asociación interpretan el humor de esta época? Y de ser así, ¿correrán el efímero destino de Duhalde y Remes Lenicov o el de otro agente de la historia que también vino a poner patas para arriba el sistema económico que lo precedía, pero tuvo la habilidad de perdurar lo suficiente como para ser él mismo quien cosechara los frutos, como hicieron Carlos Menem y, durante muchos años, su ministro de Economía, Domingo Cavallo?



Ver a al cofundador del partido de Domingo Cavallo y actual ministro del Interior, Guillermo Francos, entregarle en una caja de regalos la Ley Ómnibus a otro Menem (Martín), que ahora preside Diputados no puede no hacer recordar la frase de Karl Marx en su 18 Brumario de Luis Bonaparte: “La historia se repite dos veces, primero como tragedia y luego como farsa”, tomada de un texto de Hegel.



Recuerdo en la época de Bolsonaro la vergüenza que sentían algunos brasileños al tener que explicar ciertas “excentricidades” de su presidente. Similar a la vergüenza de muchos norteamericanos al explicar a Trump cuando presidía su país. Explicar hoy a un extranjero la relación del Presidente con su pareja, que lo imita en el teatro, crea los mismos dilemas estéticos que una “revolución libertaria” producida a través de un decreto de necesidad y urgencia.



A veces, que el drama regrese como farsa ayuda a digerir y desdramatizar las vivencias. Por ejemplo, el uso de la palabra “revolución”. Imaginemos qué hubiéramos dicho si Cristina Kirchner, al asumir en 2007, hubiera propuesto una “revolución socialista” en lugar de la “revolución libertaria” que propone Milei. Siguiendo con lo absurdo, los jóvenes mileístas también podrían cantar en el Patio de la Palmeras de Casa Rosada: “Acá tenés los pibes para la revolución”. Vale recordarles que toda revolución e intento de ella utiliza armas que luego se vuelven contra el que las empuña.



¿Tendrán valor las palabras o los periodistas, como hacemos de ellas nuestro oficio, exageramos al reclamar cierta adecuación del significante con el significado? Si finalmente todo es un show, como el de Fátima Florez, en un sentido ideológico o el opuesto, y lo que principalmente reclama el soberano sea no aburrirse, los verdaderos ignorantes somos aquellos que esperamos cierta coherencia entre las palabras y las cosas, como explicaba Foucault.



Jürgen Habermas escribió en Conocimiento e interés sobre la falsa conciencia que para Hegel era toda ideología (irreflexiva), criticando la fe en el racionalismo porque “la ciencia solo puede ser comprendida epistemológicamente como una de las categorías del conocimiento posible (...) comparado con el conocimiento absoluto el conocimiento científico aparece necesariamente limitado (...) en un mundo cotidiano en el que nos encontramos siempre de forma inevitablemente contingente (...) el racionalismo es asunto de creencia, una opinión entre otras opiniones”. El ignorante viene a llenar el vacío insondable en esos momentos en que el conocimiento se devela irresoluto y “el futuro solo puede conocerse ambulando en el proceso de construirlo”, arrojados al destino como el dasein de Heidegger.



La híper de 1989 y el estallido de la convertibilidad de 2001 fueron la causa mientras que Menem y Duhalde, la consecuencia. En 2024 la situación pareciera invertirse y ser Milei el implementador del cambio de régimen económico sin que hubiera llegado a estallar el régimen anterior. Y como no somos criaturas amnésicas, quizá no era necesario que se produjera el estallido ya que “el futuro solo puede hallarse incubándose tanto en el pasado como en el presente en la forma de una vaga premonición de lo que ha de venir, como una suerte de reminiscencia invertida”, (escribió Ernst Bloch en The principle of hope).



Kant, en La religión dentro de los límites de la mera razón, la definió como “quien confía sin saber cómo sucederá lo que espera”. Milei, como toda aspiración de revolución, es una religión que –literalmente– apela a las fuerzas celestiales para cumplir su cometido. Quizá lo ayuden.

Autor: Jorge Fontevecchia|

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