Opinión del Lector

Del otro lado del puente

“Al sur de Buenos Aires, del otro lado del puente, Avellaneda, corazón industrial y fabril de la gran metrópolis latina. Hace ya muchos años, Avellaneda tenía dos caras, dos vidas. De día, la luz, el trabajo fecundo. De noche, la sombra, el delito y el crimen con todos los gestos de la infamia. Luz y sombra libraron una batalla y la luz prevaleció”. Así reza la voz en off que da inicio a la película Del otro lado del puente, un notable y oscuro film noir de un director con pocas luces, Carlos Rinaldi, que fue estrenado hace setenta años, en julio de 1953. En él, Carlos Cores interpreta a Aguirre, un trabajador de un astillero de Avellaneda en la década del treinta que se convierte en gangster al cruzar el puente y caer atrapado en las garras de una femme fatale porteña. Su historia toma un motivo habitual del cine clásico nacional: el hombre de provincia honrado y trabajador, que se corrompe en la ciudad. Su particularidad, aquella que la vuelve cine negro, es el carácter fronterizo de Avellaneda que, al igual que su protagonista, es tironeada entre la oscuridad de la moderna ciudad y su honrada tradición rural.

La provincia de Buenos Aires fue narrada en reiteradas ocasiones por el cine clásico nacional bajo una mirada romántica. Fogueados por las crecientes migraciones internas y por el casi nato interés del séptimo arte en la problemática de la modernidad, estos cineastas construyeron personajes bonaerenses que se desplazan a la ciudad en busca del progreso. Entre Juan sin ropa (1918) y Detrás de un largo muro (1958), existen numerosas películas que describen a la provincia como un espacio exclusivamente rural con habitantes pobres e ingenuos, pero moralmente rectos, y a la ciudad como centro de una modernidad donde priman los excesos.

En este motivo migratorio el cine policial encontró campo fértil. En la frontera entre provincia y capital, estableció la de la ley. Cruzar el puente significó, dependiendo de la dirección, entrar o salir del crimen. Así, Manuel Romero presentó en La vuelta de Rocha a Dora, una cantante de la provincia que ingresa en un mundo criminal al conseguir trabajo en un cafetín de La Boca. O, a la inversa, Luis Saslavsky retrató en La fuga a un contrabandista porteño que se refugia en una escuela rural bonaerense, simula ser maestro y recupera sus valores dando clases sobre los padres de la patria.

Si el cine clásico tiene una gramática de esencialismo, de orígenes y destinos. El cine negro introduce tímidamente el problema de las fronteras. Con él, los espacios y las identidades se enturbian de contradicciones. De ahí la potencia de Avellaneda como ciudad noir. Indudablemente bonaerense, en Del otro lado del puente el municipio funciona como espacio fronterizo, un lugar ambivalente entre el campo pobre pero honrado y la ciudad oscura. Entre sus astilleros, fundiciones y mataderos nada es cristalino, ni siquiera la identidad. Al inicio de la película un italiano viejo de Avellaneda le advierte a Aguirre que se dirige a Capital “Tené cuidado, puente no une, separa. Esto es lo tuyo”. A lo que el protagonista únicamente responde “¿Quién sabe qué es lo mío ni lo tuyo?”



Esta pregunta, sin embargo, debe ser respondida. Como adelantó la voz en off al inicio de la película el problema de lo fronterizo tiene solución, la “luz prevaleció” y Aguirre pagó con la muerte haber cruzado el puente. En 1953 faltaban algunos años para que el cine nacional pudiera dejar la pregunta de Aguirre sin respuesta, para que eligiera sumergirse en las profundidades del Riachuelo sin intenciones de salir. Así como lo hace Sotto Voce, el policial de Mario Levin de 1996 que construye una Avellaneda viva en sus contradicciones y que finaliza con un último plano navegando en el Riachuelo, en la frontera de la provincia de Buenos Aires y bajo los puentes.

Autor: Felipe Méndez Casariego|

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