n la Argentina, uno de cada 44 niños reúne criterios para poseer un Trastorno del Espectro Autista (TEA). Aunque existen casos muy diferentes, la evolución y el pronóstico –según el perfil que cada niño presente– dependerá de factores como el diagnóstico temprano, las terapias recibidas y el nivel de involucramiento familiar.
Los trastornos del espectro autista se definen como un déficit persistente en la habilidad para iniciar y sostener una interacción social recíproca. Las personas con TEA mantienen una comunicación con un rango de intereses restringidos, repetitivos y patrones de conducta estereotipados.
El diagnóstico temprano es clave para lograr un sano desarrollo en cada uno de ellos. Pero, ¿cuáles son los marcadores de sospecha de TEA en niños pequeños? Algunos de los signos de alerta en chicos de 18 a treinta meses pueden ser la falta de respuesta al nombre, la ausencia de comprensión de órdenes simples, el desinterés por comunicarse, la incapacidad para señalar aquello que desea, la molestia ante los ruidos fuertes, el rechazo a tocar diferentes texturas, la selectividad en los alimentos, el jugar alineando los objetos y la presencia de movimientos repetitivos con las manos, a modo de aleteo.
Los signos son muchos, pero es preciso mencionar que, para hablar de autismo, estos rasgos tienen que combinarse entre sí; nunca se trata de un síntoma aislado, sino de un conjunto de ellos. Además, en niños de entre 18 y treinta meses, algunos signos de sospecha pueden ser compartidos con otros cuadros; por lo tanto, el contar con ellos no siempre supone un diagnóstico definitivo de autismo.
El tratamiento para el TEA varía en función de la edad y de las condiciones individuales de cada paciente. Si se observan los síntomas, es recomendable consultar primero con el pediatra y luego con el médico neurólogo, quien determinará las derivaciones adecuadas para acceder al diagnóstico formal. Esa observación suele estar a cargo de un fonoaudiólogo especializado en el área de neurolingüística y de un psicólogo, que se ocupa de la aplicación de un test específico para el diagnóstico de autismo.
En etapas tempranas (a los dos o tres años), se suele contar con la asistencia de un terapista ocupacional, para armonizar el procesamiento de las sensaciones, y de un fonoaudiólogo, para mejorar aspectos ligados a la comunicación. En niños mayores es recomendable incorporar la terapia psicológica para ayudar en los procesos de organización del comportamiento y para disminuir las conductas inadecuadas. En la etapa escolar se suma la psicopedagogía, para acompañar en el proceso de aprendizaje. Adicionalmente, los niños con TEA suelen requerir el apoyo de un asistente personal en el colegio que los guíe en las actividades escolares.
La evolución y el pronóstico en cada caso está asociado a múltiples factores, entre los que podemos enumerar las condiciones personales de cada niño; la frecuencia y calidad de las terapias y el nivel de involucramiento familiar. La familia constituye uno de los pilares fundamentales para el tratamiento del autismo, ya que sus integrantes son los encargados de replicar las estrategias aplicadas en las terapias y de naturalizar los comportamientos y habilidades de comunicación. Solo así, se logrará un adecuado tratamiento y una verdadera inclusión en la sociedad.
*Directora de la Diplomatura en Trastornos del Lenguaje Infantil de la Facultad de Ciencias Biomédicas de la Universidad Austral.