Opinión del Lector

Dialéctica en el metaverso

En sintonía con el desafío de entender el nuevo mundo del metaverso, mientras estaba dando el click metafísico, sonó la obra maestra del italiano Giorgio Gaber, “El Conformista”, la metáfora de un romántico encantado con la paz mediocre de no disputar diferencias.

“El conformista”, canción italiana y El hombre mediocre, libro argentino de José Ingenieros para llevar en un vuelo solitario, logran un acuerdo tácito frente al cartel luminoso que despierta el deseo.


Luego toman valor para ingresar al esquema de los juegos y los mundos virtuales, dejando a sus mentores en la puerta y siendo de una vez por todas protagonistas de un homenaje a sí mismos, avatares de su autorefencia sin los festejos que intimidan la modestia. En la etiqueta de trabajos de autor, ser otro en un universo distinto, sinónimo de una vida libre sin brillo reflejado.

Tomados de la mano en lenguaje acorde caminan al nuevo mundo escuchando “París ante mi” de Sandro, que se mete con el aroma de Valentín Alsina en sus cascos virtuales con pantalla táctil. Y se inserta con los binoculares somníferos finalmente al libre albedrío metaversiano que dispara la contracultura de la Metamorfosis de Kafka, para instalar las nuevas adaptaciones con sorpresas continuas y efímeras en un sentido más amplio del mundo virtual.

“El conformista”, en el metaverso, se anima a debatir nuevas identidades y el hombre mediocre toma la posta de la diversidad sexual. La canción de Sandro asoma con su protagonismo y se transforma dentro de ese universo en “Café La Humedad”. El trío se somete ya a la diversidad total.

Ser o no hacer en la complejidad de los vínculos actuales, dice una puerta abierta del Lobo estepario y luego nadie se reconoce en las vidas sorpresivas que toman las diferentes obras sin intérpretes ni autores. En la confusión llegan las facturas de gastos y nadie sabe ahí dentro quién es el que paga. Pero hay una certeza, todos saben quién es el que vende el servicio del metaverso.

Las obras ya extrañan a sus orígenes y la otra realidad empieza a llamar sin datos. Y un pibe de Villa Bosch llamado Marenco les cocina comida peruana en un taller del nuevo universo. El esquema entra en modo avión.

Las letras de las canciones se pixelan y ya todo es estar mal sentado en dos sillas. El talento que fue libro, canción y poesía se licúa en la incertidumbre. Los avatares tienen hambre de la realidad y se recuestan en los baldíos que se valúan en token no fungibles. De pronto, sorprende La piedad de Miguel Ángel que sigue siendo la misma en el metaverso y los acoge en su negocio de pastas.

Los críticos de arte del metaverso son ya un sindicato que resume las lógicas habituales para organizar las obras sin autor. Llega la calma y les dan una obra social y suena la ópera “Tierra, techo y trabajo”. Sólo falta saber quién banca detrás esta realidad autónoma de Buenos Aires. El monje negro es un ser de otro plano que no cree en los partidos políticos. Nada se entiende pero suena afinado a futuro redondo en el metaverso.

“El conformista” y El hombre mediocre en “París ante mí” miran La Piedad y dan rienda suelta al crimen y castigo de sus autores.

La resurrección los convoca a las ruinas circulares de Borges donde todo es sueño de otro. No obstante, el renacimiento italiano sucede en todos los metaversos y es siempre el que ordena el curso de los altibajos. Algunos de los curadores de arte siguen siendo incurables porque quieren justificar su conocimiento y las obras son libres cuando no tienen montado el ego del Demiurgo que las produce en el pensamiento creativo.

Giorgio Gaber y José Ingenieros han soltado sus obras al espíritu del tiempo y la emoción digital nos transformó para que el Sensus Fidei sea un circuito integrado. Welcome al metauniverso donde de arte no entiendo nada. Todo se excluye y el avatar de Luigi Pirandello suena como jefe de prensa de la interactividad entre mundos espejo.

Los seis personajes en busca de un autor reclaman el salón vip pero atienden una ferretería y en la realidad aumentada ya no hay rastros de los ideales del “hombre mediocre”, que accede en primera persona a las leyes físicas con el gusto adquirido del diseño manteniendo su corporeidad.

En la paleta de colores las nuevas pandemias suman al “Conformista” para la calma en el club de estadísticas lifelogging y lo que no entiendo también es magnético para seguir investigando.

El embrión multidimensional es como una masa madre y ya no detiene su evolución. Las obras se están queriendo desprender para entrar a una edad media sin autor, libres del mercado con firma. Morir ya no es morir en la vida real y la novela Snow Crash pide derechos de autor en la idea conceptual.

Mientras tanto el Amba del multiverso comienza a tener inmobiliarias y en una de las oficinas está el alma en otro plano de Pina Bausch organizando el loteo de salas de ensayo para el distrito de la danza, en el planeta urbano que conecta el boulevard de Herman Hesse con la usina de melancolía que promueve Edith Piaf.

“El conformista” emprende una salida contemporánea a las lunas del metaverso y todos coinciden que entrar es sacarse dolores de encima que enfrentan en la realidad. Ensanchar a la bella General Paz, la artista testigo de lo invisible, como lo describiría Simone Veil, en la frontera de una ciudad y el Conurbano. Ya queda corta la realidad en el sueño. El archivo de utopías es posible y las galerías de arte son copetines al paso.

Lo inútil es avatar conquistador.

Autor: Alejandro Marmo

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