Otra manifestación de una lógica comunicacional que vincula la delincuencia con la pobreza y que, para destruir a las víctimas y justificar su exclusión, sostiene que todo pibe pobre es un chorro.
El odio, como discurso social, se ha convertido en el símbolo por antonomasia que expresan con orgullo y como elemento diferenciador determinados sectores de la sociedad que hacen de la violencia su caballito de batalla. Es un odio que busca destruir a otros y que se apoya en construcciones imaginarias ―que nada tienen que ver con la realidad― que carga de prejuicios a la víctima del odiador.
Donde hay odio, hay discriminación, intolerancia, violencia, hostilidad, acoso y la destrucción de los sueños de vida de determinados grupos sociales que por motivos de clase ―entre otros― quedan condenados a convivir en un ambiente en el que son el blanco de ciertas difamaciones que pretenden justificar su exclusión.
Un ejemplo de ello es la crueldad con la que han sido representados históricamente los sectores populares, siempre víctimas de los discursos de odio, creados por una minoría que no solo buscan dejar afuera a las mayorías, sino que también parece, al menos desde el discurso, que buscara su completa aniquilación. Desde aquella falacia que sostuvo durante décadas que los cabecitas negras “hacían asado con el parquet” hasta las más actuales que afirman que las mujeres de bajo recursos “se embarazan para cobrar un plan social” o “usan la Tarjeta Alimentar para comprarse alcohol”.
Más allá de todas las mentiras que se construyeron, muchas de las cuales siguen circulando, y de las que se construyen a diario, el problema real es que éstas se convierten en el núcleo duro en el que cimentarán determinadas formas distorsionadas de ver el mundo. Nos referimos a aquellos discursos cargados de prejuicio que estigmatizan a nuestros jóvenes y los convierte en potenciales “delincuentes” porque existe una lógica comunicacional que correlaciona la delincuencia con la pobreza y que sostiene que todo pibe pobre es un pibe chorro.
Este es uno de los prejuicios que más se ha puesto de manifiesto y que recae sobre lo que ese discurso construido, que estigmatiza, que condena a priori, los denomina “pibes chorros”, constituyéndose en la cruz que deben cargar nuestros adolescentes y jóvenes. Una marca que los acompañará hasta que abandonen esa franja etaria al menos o superen esa condición social que parece ubicarlos como “los condenados de la tierra”, parafraseando a ese gran escritor Frantz Fanon. Es que no le alcanza a determinado sector con excluirlos, además tienen que justificar su exclusión construyendo una representación violenta sobre ellos.
Este tipo de discurso de odio, al que denominaremos arbitrariamente “discursos discriminatorios”, amenazarán sus derechos de ejercer libremente su ciudadanía (Torres y Taricco, 2019) al borrar su identidad, dejando a sujetos sin historias, sin nombres y sin proyectos de vida. ¿Cómo hacen estos pibes para salir a la calle sin que sean señalados por portar el estigma de ser un “pibe chorro”? ¿Qué clase de futuro pueden tener cuando sus derechos son vulnerados por la mayoría de las instituciones del Estado, en especial aquellas que deberían cuidarlos y protegerlos? ¿Cómo hacen para no elegir el camino de la delincuencia cuando ésta muchas veces se les presenta como la única salida que les deja la sociedad? ¿Cómo repensamos políticas de Estado y compromiso del conjunto social que transiten un cambio de paradigma? ¿Cómo construimos entre todos, todas y todes las condiciones para que las pibas adolescentes y jóvenes puedan ser libres de elegir su destino, no encorsetadas únicamente a las prácticas de cuidado en el hogar? ¿Cómo lograr que les pibes adolescentes y jóvenes puedan encontrar proyectos de vida libre, sin ser atrapados por la lógica del consumo problemático y las redes delictivas?
El objetivo de los discursos de odio es que estas preguntas no tengan respuesta. Que estas discusiones de les pibes pobres no se generen, que queden anuladas y vacías de contenido porque eso pretenden los discursos discriminatorios. No importa la discusión de la problemática, sólo interesa tener razón, gritando fuerte “hay que matarlos a todos” y eliminando la reflexión que pueda surgir a partir de datos duros y objetivos que derriben estas difamaciones, necesarias para elaborar los consensos que la sociedad necesita para cortar el círculo perverso de la pobreza.
La respuesta es entre todos, todas y todes; sin discursos de odio, sino de comprensión, de tolerancia, de amor a esos sectores frente a los cuales, debemos construir, un piso de dignidad.