La pandemia nos sacó de la calle, nos encerró en la casa, nos instaló en la computadora como sucedáneo de amigos y compañeros. Nos alejó de algo que nos enriquece cuando compartimos anhelos y actuamos en comunión por ellos. Hoy es el primer 24 de marzo después de la pandemia. Será volver a la calle para repudiar a los genocidas de la dictadura cívico militar y recordar a los luchadores. Será un reencuentro.
Buscaremos a las Madres entre la multitud y tendremos esa satisfacción profunda de saber que están allí con lo que ellas simbolizan, como una especie de meta culminante de lo que somos como comunidad. Lamento que los Mileis y los Macris no puedan sentir esa gratificación tan constituyente de lo que hemos avanzado. Lamento incluso que en vez de aceptarlo y disfrutarlo, abjuren de esos valores y después de tanto años prefieran ovillarse en la cucha de la indiferencia o del rechazo.
Existe un puente entre la indiferencia y los genocidas y sus partidarios. Así funcionaron durante la dictadura: los genocidas asesinando y los indiferentes permitiendo. Y algunos de ellos enriqueciéndose gracias a los genocidas. Y después de muchos años, para justificarse, los indiferentes tienen que justificar a los asesinos y quedan mezclados.
Fui a todos los actos del 24 de marzo, incluso a varios de los anteriores al de 1996, que fue el primero con tanta masividad. Son raras las vueltas de la conciencia. Porque en los primeros años de democracia, los actos del 24 de marzo eran convocados por los organismos de derechos humanos y a la sumo consistían en una radio abierta en el Obelisco o en Plaza de Mayo a los que asistían 400 o 500 personas como mucho.
El movimiento de derechos humanos ya tenía una presencia fuerte y a la Marcha de la Resistencia de diciembre, en cambio, iba mucha gente. Pero el 24 de marzo era un día en rojo. Había un tema con la fecha, un aura oscura que a todos los repelía. El miedo, la vergüenza, el dolor, la cercanía en el tiempo. Había excusas, que para mí todavía son inexplicables, para rechazar o subestimar la fecha.
Pero en 1996 se estaba peleando para que los juicios, que se habían suspendido en Argentina, pudieran abrirse en España. Los fiscales españoles habían visitado el país y se habían reunido con los organismos de derechos humanos. Estaba en el aire que para que se abrieran los juicios allá, era importante hacer una demostración masiva en Argentina de respaldo a los juicios.
Se hizo una primera convocatoria reducida en el local de Abuelas, frente al Abasto. Recuerdo que estaban Estela Carlotto, de Abuelas, María Adela Antokoletz, de Madres, Adolfo Pérez Esquivel del Serpaj, Víctor De Gennaro, por la CTA, Luis Zamora, Eduardo Jozami, Aníbal Ibarra, Horacio González y Eduardo Aliverti. Y varios más que seguramente se me escapan de la memoria. Hubo algunos intercambios y finalmente se decidió que se hicieran más reuniones para que se fueran sumando más organismos. Página publicó una notita corta con la invitación que se redactó y con las firmas de los que habíamos estado.
Las próximas reuniones se hicieron en el local de la avenida Independencia de la CTA y como cada vez era más la gente que asistía, se estableció un día fijo de la semana durante febrero y marzo. En menos de un mes ya asistían más de 400 representantes de comisiones de derechos humanos de centros de estudiantes o de agrupaciones barriales y de sindicatos y movimientos sociales. Fue impresionante la repercusión que tuvo una convocatoria que se había demorado doce años. Esas reuniones eran tan abiertas y con tanta gente, que se producían extensísimas discusiones en las que era muy difícil ponerse de acuerdo en algo. Los organismos y la CTA actuaron como contención de ese hermoso caos y el acto se hizo.
El 24 no es solamente derechos humanos. Es un vínculo entre derechos humanos y poder. Por eso es una fecha política que produce un parteaguas, delimita campos. Con ver quién está y quién no, el panorama político se aclara.
Hubo fuerzas políticas que participaron ruidosamente en marchas por los derechos humanos y que tras ser poder o gobierno, se retiraron con vergüenza y ni siquiera atinaron a promover sus propias acciones en ese tema y lo fueron relegando y terminaron como socios políticos de los que apoyan a la dictadura.
Aquel 24 de marzo del '96 fue domingo. Nunca se había hecho un acto tan grande por los derechos humanos. Se disiparon todas las dudas que algunos podríamos haber tenido sobre la respuesta de la sociedad. Algunos habían planteado no hacerlo en domingo porque la gente se iba a quedar en su casa. Pero fue impresionante la llegada de decenas de miles de familias, de pibes jóvenes y gente mayor que llegaban por su cuenta con un entusiasmo movilizado por la certeza de estar allí para aportar cada quien la voluntad del Nunca Más.
Y con ese fervor masivo se disipó también la esperanza de las corporaciones mediáticas, de la derecha y de sus corporaciones de borrar la memoria y convertir a los derechos humanos en un tema menor para los argentinos. No terminaron allí de intentarlo, pero desde ese 24 quedó muy claro que la sociedad había asumido ese mensaje como parte de su bagaje de valores esenciales.