Es difícil negar que el Partido Demócrata de Estados Unidos se encuentra en su punto más bajo en lo que va de siglo. Las elecciones del pasado 5 de noviembre han supuesto un golpe de realidad fenomenal para los demócratas . Aquella noche vieron cómo Donald Trump -para ellos, el convicto, el fascista, el defraudador, el agresor sexual, el peligro para la democracia, el bufón- ganaba con claridad su segundo mandato. A la vez, ellos perdían la mayoría en el Senado y comprobaban cómo se esfumaba el sueño de recuperar la de la Cámara de Representantes . En el Tribunal Supremo , una mayoría reforzada de jueces conservadores, heredada de la primera presidencia de Trump, cuando tuvo la oportunidad de nominar a tres magistrados.Quizá la conmoción momentánea fue mayor en 2000, cuando Al Gore perdió la Casa Blanca ante George W. Bush por 537 votos. Y sin duda el chasco fue mayor, por más inesperado, cuando Trump paseó por el techo de cristal que Hillary Clinton iba a romper en 2016. Pero el Partido Demócrata no quedó tocado, como lo está ahora.Su candidata, Kamala Harris, ha sido la primera aspirante presidencial demócrata en perder el voto popular en dos décadas. Trump ha crecido en casi todos los electorados, incluidos los que los demócratas daban como inexpugnables, como las minorías raciales o las grandes ciudades. La clase trabajadora , que ya se entregó en parte a Trump en 2016, ha acabado por decir adiós al partido que fue su casa. Los demócratas no tienen líderes en la recámara. El partido no tiene hoja de ruta y está dividido sobre cómo recuperar apoyos. El lema de campaña de Harris era \'A new way forward\', \'Un nuevo camino hacia adelante\' . Sonaba vacío en campaña y ahora suena a broma pesada.Noticia Relacionada DE LEJOS opinion Si De supervillanos a superhéores Pedro Rodríguez Presumir de ser el malo perfecto de James Bond se premia con la Casa BlancaEl Partido Demócrata, sus líderes, sus activistas y sus votantes no han acabado de pasar las cinco fases del duelo por la victoria de Trump. Algunos, pocos, siguen instalados en la primera, la de la negación. No se pueden creer que, después de todo, ganara el multimillonario neoyorquino. Después del asalto al Capitolio del 6 de enero de 2021 , de las cuatro imputaciones penales del año pasado, de la declaración de culpabilidad en Nueva York por delitos. Muchos son demócratas instalados en una burbuja progresista, que no ven más allá de su patio en Brooklyn o en San Francisco ni leen más allá de la edición dominical de \'The New York Times\'.La segunda fase, la de la ira, sigue ocupando buena parte de las discusiones desde la noche electoral. «La culpa es de los izquierdistas radicales y su ideología \'woke\'», dicen los moderados. «La culpa es de los moderados, que se han acercado a Liz Cheney (exdiputada republicana) en lugar de a los activistas», dicen los de izquierda. «La culpa es de Joe Biden, por no haberse ido antes», dicen los que antes no protestaron por su intención de ir a por una reelección con casi 82 años. «La culpa es del \'establishment\', que ha abandonado a la clase trabajadora»; dicen todos.La negociación, la tercera fase, es incipiente: la necesidad de aceptar algunas culpas, vislumbrar cambios. En enero, empiezan las discusiones en la Convención Nacional Demócrata, el aparato del partido, para poner en común lo que ha pasado.La cuarta fase, la de la depresión, ha calado sobre todo en los activistas y voluntarios que han trabajado durante meses sin descanso en el terreno. La quinta, la de la aceptación, es la fundamental para que los demócratas entiendan lo sucedido y pongan en marcha un nuevo rumbo. No pueden tardar mucho: tienen la oportunidad de recuperar poder en las elecciones legislativas de otoño de 2026.Economía e ideología \'woke\'Los diagnósticos sobre lo ocurrido en las pasadas elecciones son muchos: la economía -en especial, los precios- en la Administración Biden-Harris puso la elección cuesta arriba; la ideología \'woke\' irrita a muchos electorados , en especial a la clase trabajadora, el bastión tradicional demócrata; Biden debía haber renunciado a la reelección y anunciado un proceso de primarias abierto; Harris era mala candidata -poco conocida, con bandazos ideológicos- y no tuvo tiempo de mejorar; el partido no sabe hablar a los votante de las cosas que les importan, como sí lo hace Trump. Pero la realidad de los votantes demócratas, cristalizada en las urnas y en las encuestas, es una: el desapego. Es relevante que donde más terreno ha ganado Trump en las últimas elecciones es en territorios -estados, ciudades- gobernados por demócratas. En la ciudad de Nueva York, por ejemplo, Trump mejoró en 22 puntos sus resultados en distritos populares como el Bronx y Queens respecto a 2020. Pero, sobre todo, Harris perdió medio millón de votos en la ciudad respecto a Biden cuatro años antes. Por primera vez desde 2016, según Pew Research , hay más republicanos (50%) que demócratas (43%) que dicen que el partido representa los intereses «de gente como ellos». Y tampoco había visto el futuro de su partido tan negro desde entonces: solo el 51% de los demócratas es optimista al respecto, frente al 86% de los republicanos.El izquierdista de mayor peso en EE.UU., el senador Bernie Sanders , trató de imponer su mensaje sobre las causas de la derrota electoral y emitió un comunicado devastador al día siguiente de la cita con las urnas. «No debería ser una sorpresa que el Partido Demócrata que ha abandonado a la clase trabajadora se haya encontrado que la clase trabajadora le ha abandonado a él»; escribió. Es algo difícil de negar. Lo que descose al partido es explicar por qué ha ocurrido y cómo remediarlo.El problema de Sanders es que la facción izquierdista que él representa, y la elite cultural, mediática y académica que le da apoyo, es parte central de ese abandono. No tanto por su mensaje económico -aunque muchos votantes de clase trabajadora huyen despavoridos cuando se les presentan ideas socialistas-, sino por su extremismo en algunas cuestiones sociales. En la última década, los demócratas han dado un fuerte volantazo hacia la izquierda y han apoyado políticas que no son prioritarias para buena parte de la clase media y de la clase trabajadora: ideología de género, agenda LGBTQ, el \'Green New Deal\', el discurso contra la policía, la idea de \'fronteras abiertas\', la cancelación de deuda de estudiantes. Muchos líderes demócratas no solo las han apoyado, sino que, a pesar de ser en muchos casos minoritarias, han permitido que se conviertan en una ortodoxia de la que nadie se puede separar ni un milímetro de forma pública. Pero los votantes se han separado de ellas con su voto.Harris trató de moderar su mensaje cuando heredó la candidatura de Biden a finales de julio. Era quizá demasiado tarde y demasiado incoherente. Ella había pasado de ser una moderada como fiscal general en California a coger la bandera izquierdista como candidata a la presidencia en 2020, cuando defendió políticas muy progresistas.Más moderaciónLa última época dorada electoral de los demócratas fue con Barack Obama . Si él sirve de lección, el camino es la moderación. El primer presidente negro de EE.UU. tuvo un mensaje económico cercano a la clase media y trabajadora y era visto como un candidato de cambio, pero no de revolución social . Obama fue muy cauteloso con el discurso racial, con el matrimonio gay, con el aborto, con la reforma sanitaria o con la inmigración.Es algo que, de alguna manera, también ha hecho Trump para ganar este año. Él ha hecho grandes avances en bastiones demócratas -como la clase trabajadora de minorías raciales-, sobre todo con su mensaje populista económico, pero también saliéndose de la ortodoxia republicana en asuntos como la protección de las pensiones de la Seguridad Social, el aborto -donde se distanció de las posiciones más duras- o la implicación de EE.UU. en conflictos por el mundo.Ese viaje de regreso al centro será combatido por los izquierdistas, pero hay un consenso creciente en el Partido Demócrata de que hay que imponerse a la minoría más extremista.Además de reconciliarse con los intereses de sus votantes, el Partido Demócrata tiene que aprovechar la travesía por el desierto que le espera en los dos próximos años para cultivar líderes. Quienes lo tienen más fácil son aquellos con algo de poder, como los gobernadores demócratas. Junto al activismo en la calle -ahora deprimido, pero que seguro que será protagonista cuando Trump jure su cargo-, las únicas armas que les quedan a los demócratas son los tribunales, el filibusterismo en el Senado -la exigencia de una mayoría reforzada de 60 votos para aprobar gran parte de la legislación- para limitar la agenda legislativa de Trump y los gobernadores estatales para limitar su poder ejecutivo. Algunos de ellos ya han proclamado que serán la barrera frente al \'trumpismo\'. Por ejemplo, Gavin Newsom en California, J.B. Pritzker en Illinois o Kathy Hochul en Nueva York. Es también una forma de postularse para las presidenciales de 2028, para las que de momento la nómina de candidatos de peso es un folio en blanco. La más conocida es la propia Kamala Harris, y su futuro político provoca melancolía. Otras figuras moderadas - Pete Buttigieg , secretario de Transportes; Gretchen Whitmer , gobernadora de Michigan; Josh Shapiro , gobernador de Pensilvania- podrían aspirar a ser quienes devuelvan al partido al centro de la política de EE.UU.