Opinión del Lector

El cumple de Mar del Plata

El 10 de febrero la ciudad turística más importante del país cumple ciento cincuenta años. No serán tantos compardos con otras urbes, pero fueron bastante intensos. Y puestos a proyectar, todo indica que su crecimiento no se detendrá, ni en lo demográfico ni en lo edilicio, y mucho menos en el lugar que ocupa en el imaginario de los argentinos desde hace décadas, más allá de los afortunados que la habitamos todo el año.

Orillando el millón de habitantes durante los veranos, Mar del Plata es varias ciudades al mismo tiempo. Se ve en el explícito mapa de los resultados electorales de la última elección para intendente, que pintó de amarillo la zona céntrica costera y de azul todas las barriadas que la rodean, reeligiendo a Guillermo Montenegro por sobre Fernanda Raverta. Lo difícil es tratar de armonizarlas, si es que eso es lo que verdaderamente se pretende.

Para ver cómo se fue conformando la ciudad, me encontré con uno de los profesores de la Facultad de Arquitectura de la Universidad Nacional de Mar del Plata que más han influido en la formación de los arquitectos. Domingo “Toti” Barilaro enseñó durante tres años en los 70 antes de ser cesanteado por la dictadura, y luego entre el 83 y el 93, hasta que fue desplazado en uno de los tantos concursos que suelen premiar más lo académico que el ejercicio profesional y las posturas críticas. Continuó su trayectoria como presidente del Colegio de Arquitectos y después como funcionario municipal. Ya jubilado, pero aun haciendo tareas de su profesión, con sus setenta y nueve abriles a cuestas, sigue batallando por sus ideas en la ciudad que eligió para vivir. Hace poco publicó un libro donde relata lo que ha caminado en la vida, al que llamó sugestivamente “Nunca entendí nada”.

"Soy platense, pero apenas recibido me vine a Mar del Plata, y aquí hice la mayor parte de mi trayectoria. Se trata de ciudades 'mellizas', con solo ocho años de diferencia, tienen casi la misma población, pero son tan distintas. La Plata nació planificada por el ingeniero Pedro Benoit y otros profesionales del Departamento de Ingeniería para ser la gran ciudad de Argentina, con espacios verdes por todos lados y sus benditas diagonales, toda pensada. En cambio, Mar del Plata fue encargada a un agrimensor por su dueño, Patricio Peralta Ramos. Una cuadrícula de manzanas, rodeadas de quintas y un poco más allá de chacras, con solo seis plazas y sin respetar el rico y cambiante perfil de la costa ni tener en cuenta sus lomas y sus arroyos. El fundador creía que sería una ciudad agrícola con el único objetivo de ser loteada. Muy poca imaginación ¿no?”

“Esa fue la urbe, pero faltaba la civitas, o sea la gente con su vida, su quehacer cotidiano. Cuando se articula con la traza y los edificios de la urbe, aparece la ciudad habitada, y eso es otra cosa, porque ambas se alteran mutuamente todo el tiempo. Esta es la manera correcta de mirar las ciudades”.

“Cuando Peralta Ramos invitó a sus amigos paquetes de Buenos Aires a invertir, estos se dieron cuenta del negocio del balneario. Para qué irse a Europa si podían hacer la gran villa veraniega acá mismo? Las guerras mundiales los favorecieron y la civitas modificó la urbe inicial trazada. La oligarquía construyó casonas, palacetes y castillos, trayendo arquitectos y materiales de Europa. A los cuales se les fue sumando la inmigración que venía a trabajar, cientos de artesanos de todos los oficios de la construcción, que se iban afincando de avenida Independencia para el otro lado. Así se armaron dos sectores muy bien diferenciados, una parte vacía durante nueve meses con poca gente y todo el lujo, y la ciudad habitada de todo el año con los recién llegados que serían los futuros marplatenses”.

“De a poco fue ascendiendo una clase media acomodada en Capital Federal que intentaba imitar a la clase dominante y se vinieron a construir en los lotes que iban quedando en el casco céntrico. Nacen los típicos chalets marplatenses de piedra. Y años después, con el surgimiento del peronismo y las vacaciones pagas, llegaron los trabajadores a los flamantes hoteles sindicales y poblaron la ciudad en el verano, Mar del Plata dejó de ser la villa exclusiva. Se llenó de cabecitas negras, hay que irse, dijeron los oligarcas. El policlasismo no duró casi nada”.

“Quienes emergen ahí son los primeros marplatenses auténticos que ya estaban afincados desde antes. Porque con el crecimiento vertiginoso de la ciudad, muchos se vuelven empresarios, o sea surge la burguesía local. Ya estamos en los 60. Esos emprendedores se dan cuenta de que la ciudad podría ser un lugar para que la clase media baja venga y compre un departamento en cuotas. Y construyen los enormes edificios sobre Colón y otras avenidas. Claro que de baja calidad, ya poco tienen que ver con las mansiones de la oligarquía. Y de la mano del desarrollo inmobiliario y del turismo de masas, llegan finalmente los inmigrantes del interior y de países limítrofes a trabajar en los oficios más humildes y variados. El imaginario de la 'ciudad feliz' se instala con mucha fuerza, y no se detendrá ni con el embate de la realidad. De nuevo, la civitas alterando la urbe. Pero el problema es que los que llegan no tienen donde afincarse, nace la conurbanización que explotará en los años 90, cuando encima empiece la malaria generalizada del menemismo. Y todo esto se agrava aún más porque los poderosos de la ciudad ni siquiera los consideran marplatenses”.

Son como capas superpuestas, le comento. “Algo así, pero esperá que todavía falta más. Por los ochenta, con la tablita de Martínez de Hoz, se vendieron muchos de los chalets de aquella clase adinerada que prefirió irse a vacacionar a Camboriú o a Miami, y fueron comprados por marplatenses que fueron ocupando la que fuera la urbe pintoresquista, a la que le faltaban los locales de servicio. Y ahí nació la calle Güemes, para que los más adinerados no tuvieran que irse hasta el centro de la ciudad. Todo siempre sin ninguna planificación”.

Mirando los sucesivos censos poblacionales, pocas ciudades en nuestro país crecieron con tanta fuerza en apenas cincuenta años. Sobre eso, Toti agrega, “para que tengas una idea, cuando yo llegué en el 72, éramos 200.000 habitantes y había unos cincuenta arquitectos. Actualmente, se multiplicó por cuatro la población y somos mil quinientos profesionales. Pero aunque seamos muchos seguimos sin políticas habitacionales”.

¿Es Mar del Plata una ciudad fenicia? “Yo no diría eso. Si tuviera que caracterizar a la gente de Mar del Plata con una sola palabra, diría que es emprendedora. Agregaría osada, y eso siempre fue así. La ciudad habitada fue creciendo a empujones, y por iniciativas de sus propios habitantes, para bien y para mal. Porque eso implica improvisación y que de repente haya muchos que se pongan a hacer lo mismo y luego quiebran, y cuando les va mal, a la larga nos va mal a todos. Por ejemplo, cuando armaban canchas de tenis, después de paddle, pistas de hielo, ahora cerveza y gin. Espero que estas últimas no corran la misma suerte que los otros rubros”.

“Pero no hay que ser negativo, se observan jóvenes con miradas innovadoras e interesantes. Por ejemplo, en el rubro de la tecnología y de la programación, con los microsatélites. Lo del Parque Tecnológico que se está fortaleciendo también me parece muy bien. Aunque por otra parte nunca se abrió la escuela para lo digital que dejó construida el ex intendente Pulti ya que los que lo siguieron la destinaron para uso policial. Lo del Plan Estratégico fue bueno, aunque terminó muy vinculado a los empresarios, y me parece que finalmente también se desactivó”.

¿Hacia dónde irá Mar del Plata? “Creo que nadie lo sabe, estamos a la deriva, atrapados por los negocios. ¿Alguien tiene algún proyecto de ciudad? Ni siquiera se discutió mucho en la campaña política que acaba de finalizar. Yo veo indicios de potencialidad en algunos sectores, hay algunas buenas intenciones incluso en la política, pero son más bien individuales. ¿Podrá gestarse algo más colectivo?”



Su pregunta nos interpela a todos los marplatenses. ¿Haremos algo el año próximo que modifique el rumbo, o solo soplaremos las velitas y cantaremos el cumpleaños feliz haciendo como si estuviera todo bien?

Autor: Juanjo Lakonich|

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