Opinión del Lector

El imperio de la mediocridad

La constante decadencia del país se explica en gran medida en la inocultable mediocridad de la dirigencia política.



Las próximas elecciones presidenciales se llevarán a cabo en un país que llegó a participar del 7% de todo el comercio internacional y a acumular el 50% del PBI de toda América Latina. Si bien la renta no se hallaba distribuida de manera justa, lo estaba muchísimo más que ahora.

Hasta hace relativamente pocos años nuestro país poseía un índice de analfabetismo muy bajo, un Estado ineficaz pero presente en lo referente a garantizar la educación y un sistema sanitario igualitario a través de las obras sociales y los hospitales públicos; en relación con la delincuencia se trataba de un país seguro debido a que no existía el escandaloso nivel de pobreza actual.

La constante decadencia del país, acentuada en las últimas dos décadas, se explica, en gran medida, en la inocultable mediocridad de la dirigencia política y en la complicidad del periodismo panelista partidista.

Una causa fundamental de esta decadencia está signada por el hecho de que el Estado, además de constituirse en escenario de la puja de intereses económicos cruzados, se encuentra “infiltrado” por la inoperancia generalizada de nuestros gobernantes. La enorme mayoría de las veces, el dirigente o funcionario político no accede a un cargo, sea en el gobierno o en el Estado, por su capacidad sino por una particular “destreza” para rosquear.

Nos hemos acostumbrado a que los principales funcionarios de Nación, provincias e intendencias dediquen los mayores esfuerzos a cómo mantenerse en sus funciones, a que vuelvan a ocupar cargos en los que manifiestamente han fracasado, a deambular por distintas jurisdicciones asumiendo de manera improvisada los puestos más impensados, y a que todos los estamentos administrativos del Estado estén colmados de cargos políticos.

No cabe duda de que en incontables casos se cumple el principio de Peter Laurence que declara que “en una jerarquía todo empleado tiende a ascender hasta alcanzar su nivel de incompetencia”.

El síntoma más claro de la mediocridad reinante se refleja en el hecho de que la mayoría de los políticos nos advierten constantemente que sus adversarios son peores que ellos y de lo peligroso que resultaría votarlos, en lugar de explicarnos porqué ellos serían mejores. En las últimas elecciones primarias, la mayoría de la gente votó más en contra que a favor, y en esto incluimos los votos en blanco. Algo similar sucederá seguramente de haber ballotage: saldrá ganador aquel que menos oposición haya tenido.

El nefasto resultado de esta imperante mediocridad es la alternativa Milei. Si Milei accede al ballotage es de esperar que pierda debido al espanto que causa su figura y sus proyectos; en los hechos la gente votaría en contra de él y no a favor del que fuera a ganar, fuera Massa o Bullrich quienes también espantan, aunque menos.

Si en cambio gana Milei, de todos modos el establishment no va a permitirle hacer las reformas que quiere implementar. Lamentablemente hoy la alternativa más deseada para sostener a nuestra tambaleante democracia consiste en que se imponga la mediocridad, inoperancia y ambición de poder de los políticos actuales, frente al delirio bizarro, destructivo y fascista de Milei.

Planck, uno de los fundadores de la revolucionaria mecánica cuántica afirmaba que una nueva verdad científica no triunfaba al convencer a sus adversarios y hacerles ver la luz sino porque con el tiempo sus adversarios se morían y aparecía una nueva generación familiarizada con ella.

Será necesaria una nueva generación de dirigentes que se haga eco de los aspectos positivos de la idiosincrasia argentina y no de los negativos que nos han llevado a consentir la decadencia. Una nueva dirigencia que, por empezar, pueda llevar a cabo con prioridad absoluta, algunos de los mandatos fundamentales de la Constitución Nacional, en particular el artículo 14 bis que entre otras cosas ordena el acceso a una vivienda digna para todos. Una nueva dirigencia que garantice la educación y la salud y sea capaz de adecuarlas a los tiempos, comprometiéndose, por ejemplo, a que los parientes más cercanos de los funcionarios de jerarquía deban asistir a escuelas y a hospitales públicos como forma de forzar a que ellos mejoren; o que, si como se dice, se accede a los cargos más importantes del gobierno por vocación de servicio, se cobre el salario mínimo.

* Escritor, filósofo y físico. Ex director del Departamento de Historia de la UBA

Autor: Leonardo Levinas|

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