La furia contra la política del aislamiento social no es por lo que ella prohíbe sino, a la inversa, por lo que ella exige: salir de la indiferencia.
I. A partir de las llamadas teorías sexuales infantiles, Freud intentó describir los modos singulares con los que cada quien clasifica lo propio y lo ajeno, admite o rechaza ciertas identificaciones y qué códigos de intercambio crea o asume. La presencia de un número significativo de sujetos, en quienes observamos modalidades comunes para las tres configuraciones mencionadas, nos permite suponer un determinado tipo de agrupamiento al que, por otra parte, no entendemos necesariamente como un colectivo. En efecto, y ya lo hemos planteado en otras ocasiones, el sujeto individualista se localiza antagónicamente respecto de aquel que se supone a sí mismo como parte de un conjunto.
Vale, no obstante, indicar dos imprecisiones teóricas que, dadas las limitaciones de toda escritura, resultan parcialmente inevitables. Respecto del título, solo por extensión o con cierto forzamiento conceptual es posible aludir al individualismo como una defensa. En este punto espero que el lector, con el desarrollo que sigue, advierta en qué sentido utilicé ese sintagma. Por otro lado, en relación con el antagonismo señalado, una mayor rigurosidad nos exige destacar una prevención. La noción de antagonismo expresa no solo las pugnas que pueden desarrollarse entre dos sectores políticos por ejemplo, sino también las que operan al interior de cada sujeto. Una fórmula esquemática, pero que ilustra esta proposición, sugiere que el sujeto colectivo debe afrontar las vicisitudes propias de la sofocación del egoísmo; mientras que el sujeto individualista encara las causas y consecuencias de la expulsión del otro.
II. Un supuesto teórico --que no pierde de vista los hechos-- es que todo mecanismo defensivo siempre fracasa, y aquello sobre lo cual recaía la defensa retorna en sentido contrario sobre el propio sujeto.
Los interrogantes, entonces, son dobles. Por un lado, sobre el momento en que la defensa es exitosa y, por lo tanto, logra expulsar aquello ante lo cual interviene; por otro lado, cuál es el estado del sujeto individualista cuando sus defensas fracasan. En este último sentido, ¿con qué se encuentra de sí mismo y no lo puede soportar? Quizá debamos afirmar, pese a resultar paradójico, que el sujeto individualista no es capaz de convivir consigo mismo.
III. Ejemplifiquemos con la deuda externa. Resulta notable la agresión a un gobierno que se esfuerza por lograr un acuerdo con los acreedores, un acuerdo sobre el endeudamiento salvaje, desmedido, que creó un gobierno neoliberal. Y esa historia se repite. La derecha hipoteca el presente y el futuro de millones de argentinos y un gobierno popular procura retornar a un sendero, no exento de dificultades, pero sí de mayor racionalidad. Quizá no deba asombrarnos tanto la reacción del individualista. Posiblemente, el momento del endeudamiento corresponda al momento en que sus defensas rigen exitosas, momento en que la euforia hace perder de vista toda prevención. Luego, retorna un gobierno popular que debe hacer frente a la devastación neoliberal y ya no hay euforia posible ni deseable. Estos mecanismos, que la clínica nos ha enseñado a ver en los llamados adictos a las deudas, conducen a que la angustia quede disfrazada en el momento en que un gobierno profundiza el desvalimiento social, en tanto esa realidad ya no será desmentida cuando un gobierno popular la visibiliza. De manera muy similar puede entenderse lo dicho por el inclasificable Pichetto, cuando le pidió al gobierno que deje de contar los muertos y dé un mensaje esperanzador.
IV. Una digresión: asisto a una videoconferencia en que el expositor es una persona que padeció enormes adversidades, con consecuencias de todo tipo, y pese a las cuales con tenacidad y en soledad se sobrepuso. Al final, se prodigan grandes elogios y emociones hacia el héroe, alabanzas que, intuyo, no solo procuran ensalzar un modelo de autosuperación individual sino que, particularmente, encubren el grado de impotencia propia de los elogiadores, de aquellos a los que, como decía Mordisquito, les llega a faltar el té de Ceilán y son capaces de estallar en una crisis psicomotriz.
V. Si uno intentara seleccionar un concepto que defina la acción de la derecha, seguramente encontrará un conjunto variado, difícil de unificar en una fórmula abarcativa. Sin embargo, creo que el término apropiación resulta bastante extensivo para describir su política y su retórica. Los terrenos pueden ser diversos (los cuerpos, la sexualidad, el trabajo, la salud, los derechos, etc.), pero en cada uno de ellos, históricamente, encontraremos que ante toda demanda social que no pudo impedir o sofocar, intervino para apropiársela y tergiversarla, pervertirla, hasta lograr neutralizarla. Hoy lo observamos respecto de la libertad.
VI. Al menos públicamente, quienes se oponen a la cuarentena (y, en general, a todas las políticas públicas) no rechazarán las frases referidas a cuidar al otro. Es decir, ninguno de ellos expresará lo contrario. En todo caso, en su silencio o en otros dichos y conductas se podrá identificar su genuina posición sobre el punto. Por ejemplo, cabe preguntarse en qué medida una política social de cuidado de sí y del otro puede quedar librada a lo que se mentó como responsabilidad individual. En esa misma línea, uno se inquieta en la observación de aquellos para quienes las restricciones específicas (para poder hacer realidad eso de cuidarse y cuidar al otro) son vividas (o denunciadas) como si se tratara de acciones represivas. Mi hipótesis es que la furia contra la política del aislamiento social no es por lo que ella prohíbe sino, a la inversa, por lo que ella exige, a saber, salir de la indiferencia (uno de los estados principales del individualismo).
VII. También podemos decirlo así: comprender el individualismo como defensa consiste en pensar el más allá de esa posición, a la que podemos describir como un narcisismo infatuado que aspira a una omnipotencia imposible. Quizá no sea difícil imaginar por qué alguien desearía ser omnipotente; pero tal imaginación queda desconcertada de inmediato, pues, finalmente, el individualista aspira a su fracaso.
VIII. El libertario propone que cada uno se ocupe de sí mismo y, cuanto mucho, su protección alcanzará a sus familiares, quizá algún amigo. Sin embargo, difícilmente comprendamos de manera acabada el individualismo si únicamente lo vemos de ese modo, si pensamos que solo consiste en que “yo me ocupo de mí y que cada uno se ocupe de sí mismo”. En efecto, para poder ocuparme excluyentemente de mí debo desconocer no solo a un otro que presenta posibles necesidades, no solo tendré que abominar de toda solidaridad, sino que también tendré que desestimar mi propia necesidad de ese otro. Dicho de otro modo, el individualismo requiere de la negación más radical de la común vulnerabilidad que nos identifica y nos reúne como parte de una misma especie.
De hecho, dadas las reacciones libertarias a la cuarentena necesitamos pensar qué ideas relativas al contagio hay subyacentes, qué angustias moviliza, como para que lo que debiera expresarse como temor preventivo se transforme en negación.
IX. También son objeto de nuestra indagación los estados afectivos del individualista, estados que esencialmente se exhiben como odio. Una parte de esta ira se comprende como sustitución de otra emoción, el dolor. Así, pues, el individualista es incapaz de registrar y expresar su dolor, quizá porque pondría en cuestión su individualismo de ilusa omnipotencia. Esto es, en lugar de darle cabida a aquel afecto, que lo conduciría hacia el otro, entroniza la furia que resulta funcional a sus aspiraciones expulsivas. Quizá, el odio no sea una opción sino el corolario inevitable del individualismo.
Este odio, a su vez, es funcional a la operación catártica, cuya importancia no debe estimarse solo en relación con la verborragia manifiesta. En efecto, el valor de los gritos en la economía psíquica no habremos de buscarlo en el absurdo de las consignas expresadas, sino en el propósito de desembarazarse del miedo y el pensamiento.
X. La injuria darwiniana, pensó Freud, asestó un golpe a nuestro narcisismo, pues el hombre, con su civilización, pretendió no solo prevalecer entre sus semejantes animales sino establecer un abismo respecto de ellos. Intuyo que pocas figuras describen tan gráficamente la maquinaria neoliberal, y lo que ella hace de nuestros nexos intersubjetivos, como la imagen de lo abismal. El libertario, con su rabiosa defensa individualista, extrema la pretensión señalada por Freud, pues ya no solo busca desemejarse respecto de los animales sino que, además, se ilusiona con no ser, ni siquiera, parte de la especie humana, parte de lo común.
XI. Alguien dice que los individualistas no soportan la diferencia y de inmediato me pregunto si efectivamente es así y por qué. Parece indudable que el repertorio de invectivas que muchos de ellos exhiben, con una cada vez más preocupante desinhibición, va en esa dirección, la de la estigmatización, la xenofobia, etc. Sin embargo, la violencia del racismo no impide advertir el absurdo, esto es, la exageración sin freno de la diferencia, en cuyo caso uno se pregunta: ¿por qué el sujeto que no soporta la diferencia se ve llevado a exacerbarla? Me respondo: porque en su afán de suponerse ajeno a la especie, lo aterroriza no tanto la presunta diferencia sino la insoslayable afinidad.
Sebastián Plut es doctor en Psicología. Psicoanalista. Director de la Diplomatura en el Algoritmo David Liberman (UAI). Coordinador del Grupo de Investigación en Psicoanálisis y Política (AEAPG).