Opinión del Lector

El mendigo del Dock Sud

El puente Nicolás Avellaneda cruza el Río Matanza-Riachuelo y une a la Ciudad de Buenos Aires con el partido de Avellaneda. Y es el punto de partida para una de las canciones más recordadas de la etapa que sirvió para cerrar el primer capítulo de la historia del rock hecho en la Argentina. “El mendigo del Dock Sud”, que Mauricio Birabent, Moris, inmortalizó en su disco “Ciudad de guitarras callejeras”, vivía debajo del “puente de hormigón” y aseguraba ser feliz en tiempos en los que la marginalidad era una cosa bien distinta de la que por estas horas se reproduce peligrosamente.



El puente se inauguró el 5 de octubre de 1940 y su construcción resultó un hito arquitectónico para aquel momento ya que fue una de las primeras obras del mundo que combinó el acero con el cemento. A lo largo de unos 1600 metros, une a la avenida Sargento Ponce, en Dock Sud, con la avenida Almirante Brown, del barrio porteño de La Boca.

Yo soy el mendigo de Dock Sud/ vivo debajo del puente de hormigón y soy feliz. Hoy el sol brilla, 15 de mayo/ y yo sentado al final del Riachuelo soy feliz./ Las palomas vuelan de fábrica en fábrica/ el río de aceite parece contento./ Como el Mar Negro de mis libros de historia/ yo conozco la historia del Dock Sud industrial…”, dice la primera parte de la canción que en la edición original del disco editado por la RCA Victor se describe como “una melancólica canción que refleja el sur abandonado de la gran ciudad".

La historia del Dock Sud industrial de la que habla Moris es una de las bases identitarias del suburbio de los inicios de la segunda parte del siglo XX. Las imágenes que se reproducen en la memoria colectiva dan cuenta de un conglomerado de industrias como la fábrica de ventiladores Toth, la de cocinas Dauco; los frigoríficos La Blanca y Anglo; los talleres navales Príncipe y Menghi; la Ribereña del Plata; los astilleros Alianza; la aceitera Dock Oil, las usinas Italo, y la energética Compañía Hispano Americana de Electricidad, la CHADE. Además de las petroleras Shell, Esso y Astra.

El cierre de la primera parte de esa canción, que fue retomada por varios grupos con el paso de los años e inmortalizada en el disco en vivo de Los Piojos, “Huracanes en luna plateada” (2002), tiene una referencia directa a esa parte del cordón fabril avellanedense. “Yo fui obrero de la Shell", dice, contundente, Moris en la previa a un corte que modifica los tiempos del tema.

La acentuación específica sobre ese punto no parece atarse solamente a cuestiones compositivas, sobre todo viniendo de un observador como Moris. Dock Sud fue uno de los escenarios más emblemáticos para Shell en el país. Uno de los hitos fundamentales de esa historia tuvo lugar el sábado 9 de mayo de 1931, cuando se inauguró la refinería en la esa ciudad del partido de Avellaneda, que fue la primera de la petrolera en el país. Según cuenta la historia de la propia empresa, ese avance representó un progreso significativo para actividades industriales e hidrocarburíferas de la época, ya que permitió transformar la materia prima que la compañía extraía de sus yacimientos de Comodoro Rivadavia para lanzar al mercado los subproductos, que hasta entonces eran importados. Ese progreso también generó un importante impacto en la generación de puestos de trabajo en el lugar, que ayudó a conformar el cordón industrial que, al sur de la Ciudad de Buenos Aires, empezó a crecer a pasos agigantados.

Sin embargo, para el momento en que Moris escribió “El mendigo del Dock Sud”, la situación ya había empezado a alejarse de sus tiempos de esplendor. Volviendo a la descripción del tema que acompaña la edición del disco, se habla de “los ríos sucios del puerto” en los que “la voz quejumbrosa y marginal del viejo mendigo canta”.

Yo soy el mendigo del Dock Sud/ y conozco el fin del Riachuelo/ ahí dónde comienza el aceite estancado/ y la civilización./ Yo soy el mendigo del Dock Sud/ dónde está la nafta y el petróleo/ ahí están los ríos llenos de basura/volcándose hacia el mar”, canta Moris al promediar el tema y hay, allí, un cuestionamiento de época que luego se proyectó a lo largo de toda la obra del cantautor: el lado menos vistoso del avance de la civilización. El dañino.

“El mendigo del Dock Sud” abre la cara B de “Ciudad de guitarras callejeras”, un disco que, según se contaba por aquellos años, había salido a destiempo. No faltaba demasiado para que Moris emprendiera su exilio europeo y, asfixiado por el clima opresivo que comenzaba a acrecentarse en la Argentina, decidiera mudar su familia y sus canciones a España, donde casi que volvió a fundar un movimiento marcado por el rock cantado en castellano. “Temas escritos ayer, orquestados con ideas de hoy por un staff de músicos que vienen de ayer y otros de hoy”, decía la reseña de la Revista Pelo, que define a Moris como “el único modelador del rock argentino que se mantuvo solitario en una línea que, obviamente, forma parte de su estilo, pero que implica también una experiencia inexplotada en esa porción del ritmo: la canción”.

Hay una particularidad que se destaca en los tres temas que anteceden a “El mendigo del Dock Sud” en el listado de canciones que componen el material. A diferencia del primer disco, “30 minutos de vida”, de 1970, más universal y filoso en sus planteos de tipo existencial y político, en “Ciudad de guitarras callejeras” aparecen referencias geográficas muy concretas. En “Querido amigo Pipo”, aparece “Palermo al mediodía”. En el “Rock de Campana” se describe un viaje a la ciudad ubicada al nordeste de la Provincia de Buenos Aires. Y en el emblemático “Muchacho del taller y la oficina” se describen lloviznas en Hurligham, trenes a Luján y calles de José León Suárez. Descripta como un rock “simple, directo y sin moralejas”, en “Tengo 40 millones”, directamente se nombra una dirección: Maipú al 400, donde “hay un bicho en la puerta del quilombo que te invita a pasar, mirar adentro”.

Esa tendencia también iba a ir in crescendo con el devenir de la obra de Moris, pero apenas si encontraba algunas referencias en la etapa previa: los rosadales de “Pato trabaja en una carnicería”, “El piano de Olivos” en esa rareza instrumental del LP que había editado el sello Mandioca. Así, si el bosque y el circo con sus jaulas de “El Oso” describen un paisaje, desde “Ciudad de guitarras callejeras" también hay que sumar el campo de “Vengo cabalgando por el campo” y la ciudad onmipresente que vuelve a aparecer en “Te tocarán el timbre”, donde el cantautor lleva al escucha “desde las profundidades de un hotel, hasta los lugares más caóticos de la urbe”.

En el disco, se sumó un seleccionado de músicos que, en muchos casos, habían convivido con Moris desde los tiempos de La Cueva y La Perla del barrio porteño de Once, desde donde emerge la canción “A veces estoy cansado”. Ciro Fogliatta, Litto Nebbia, Lalo Fransen, Daniel Russo, Ricardo Santillán, Roberto “Corre” López, Ricardo Jelice, Víctor Gómez y Rubén Parra. Rodolfo Alchourrón se hizo cargo de los arreglos de cuerdas del material que estuvo producido por otro personaje emblemático de los primeros años del rock argentino: Horacio “Gordo” Martínez.

Entre las canciones del disco, “El mendigo del Dock Sud” es actualmente el tema de Moris con más reproducciones en Spotify, la plataforma virtual que marca el pulso del consumo musical en todo el mundo.

El disco fue presentado oficialmente en el Teatro Astral, y de la crónica que aparece el número 53 de la Pelo se desprende un detalle que da cuenta de la importancia del momento, la apuesta y la decisión por grabar aquellas canciones que fueron las que acompañaron a Moris antes de su partida hacia España: los argentinos tenemos una rara vocación por saltar etapas que luego son indispensables, espaldas para evolucionar. El recital de Moris fue un buen intento para reparar esa costumbre. Del mismo modo, si él hubiera abandonado su material más querido para la grabación de su segundo álbum, para abrazar algo más reciente, se habría traicionado y hubiese dejado un blanco en el día del recuento. Porque siempre hay un recuento, un montón de caminitos que hacen la vida y la historia pequeña y grande de las cosas”.

Todos esos caminos y ese fragmento de vida se hacen presentes en un material que todavía brilla por su exquisitez compositiva y primigenio sonido, marcados por una sensibilidad distinta, que marcó una forma de comprender y abordar la canción urbana en el país.

Autor: César Pucheta|

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