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El poder de Jill Biden, protectora de un presidente debilitado

Fue, en realidad, la única que dio la cara en uno de los días de mayor oprobio en la historia de la presidencia estadounidense. Su marido estaba en Angola, dejando atrás una sorpresa descomunal: un comunicado en el que anunciaba un perdón absoluto, sin matices, que cubría toda una década de delitos de su hijo, Hunter. Era lunes, y la Casa Blanca estrenaba su decoración navideña. Jill Biden asumió el papel de anfitriona y dueña de la casa. Invitó a familiares de soldados, se paseó entre guirnaldas, belenes y árboles de Navidad, mostrándose serena. Los reporteros le preguntamos insistentemente por el polémico perdón, tomado durante el fin de semana de Acción de Gracias en Nantucket. Queríamos saber si ella había estado detrás de la decisión, si había convencido a su marido, después de que él prometiera una y otra vez que no haría lo que finalmente hizo. «Por supuesto que apoyo el perdón de mi hijo« , respondió finalmente Jill Biden, buscando un micrófono, acercándose brevemente a él antes de esfumarse con una sonrisa, dejando tras de sí más preguntas que respuestas.Durante una larga semana, esas han sido las únicas palabras que los Biden han dirigido a la ciudadanía estadounidense tras uno de los escándalos más sonados de una institución que, de por sí, acumula una larga lista de controversias. Hunter Biden era culpable , de momento, de dos delitos: fraude fiscal millonario y compra ilícita de un arma. Estaba a la espera de sentencia, que podría haber alcanzado hasta 42 años de prisión. Sin embargo, su padre se adelantó y lo indultó. No se limitó a conmutarle la sentencia, sino que le otorgó un perdón total que abarca esos delitos y cualquier otro que haya podido cometer entre el 1 de enero de 2014 y el 1 de diciembre de 2024.La matriarca italiana de un clan irlandés vuelve a estar en el centro de todas las miradas, esta vez por haber sido la única en dar la cara mientras su marido permanecía ausente, dejando en su viaje a África un torbellino de críticas y un bochorno nacional que también sacude a sus propios compañeros demócratas. Al igual que en la época de Nancy Reagan —apodada en su momento «la dragona»—, una primera dama vuelve a ser objeto de cuestionamientos por una supuesta influencia desmedida sobre un presidente cuya capacidad para ejercer el cargo es puesta en duda por muchos.El muro protectorMuchos en el Partido Demócrata lamentan ahora que Jill Biden actuara como un muro protector alrededor de su marido, aislándolo de consejeros críticos y defendiendo, de manera desafiante, que la edad del presidente era «un activo, no un lastre», como afirmó en enero. La primera dama logró ocultar durante años el evidente declive físico y cognitivo de Joe Biden, mientras su equipo y el de la Casa Blanca se apresuraban a desmentir cualquier señal de complicación. Señalaban a los medios, acusándolos de exagerar y alimentar una narrativa falsa.Sin embargo, ese frágil castillo de naipes se derrumbó en el instante en que Joe Biden tuvo que enfrentarse cara a cara, sin intermediarios, a Donald Trump en un debate electoral que lo desbordó por completo y precipitó su retirada como candidato. Tras ese debate, durante una breve parada en un hotel de Atlanta, la primera dama se dirigió a su marido frente a unas cámaras que ya olían la derrota y le dijo, con voz de maestra: «Gran trabajo, respondiste a todas las preguntas, te sabías todo».El gran apoyo del presidenteDesde ese momento, la prioridad evidente, a juzgar por los acontecimientos recientes, ha sido proteger a la familia más que salvar el legado del presidente. Un legado que ha quedado irremediablemente marcado por el controvertido perdón a Hunter Biden, quien, aunque hijo de la primera esposa del presidente, fue adoptado por Jill Biden tras la trágica muerte de aquella en un accidente de tráfico. Según han reconocido asesores cercanos, el presidente estudia ahora conceder más indultos, dirigidos a colaboradores y familiares, ante las investigaciones que previsiblemente impulsará el equipo de Trump.La lealtad es, sin duda, uno de los valores fundamentales de Jill Biden. Su misión principal, como han destacado sus biógrafos, siempre ha sido proteger a su familia y a sus aliados más cercanos. De ahí que figuras como Julissa Reynoso, una leal asesora y exjefa de gabinete, acabaran siendo recompensadas con cargos diplomáticos de prestigio, como el de embajadora en Madrid.Guardiana ante las crisisA quienes pensaron que el papel de mujer en la sombra, al estilo de los Reagan o Clinton, no encajaba con los Biden, se equivocaron. Jill Biden lo dejó claro en un amplio y vistoso reportaje de Vogue en 2021, al inicio del mandato, en el que afirmó con contundencia que no sería «solo primera dama o profesora, sino una figura clave en la administración de su esposo, una sustituta del Ala Oeste y defensora de sus políticas». También ha asumido el rol de guardiana del clan familiar frente a un marido desbordado por una sucesión incesante de crisis: la pandemia, la inflación, la guerra de Rusia en Ucrania, el conflicto entre Israel y Gaza, el colapso de la política migratoria y el aumento de la criminalidad en las ciudades.Cuando los escándalos de Hunter comenzaron y tuvo que responder ante la justicia por haber adquirido un arma ilegalmente al mentir sobre su adicción a las drogas, fue Jill quien asistió todos los días al juicio en Delaware hasta que Hunter fue declarado culpable. Para algunos, su presencia fue una demostración de poder en un pequeño estado donde los Biden han sido la familia política dominante durante medio siglo; para otros, fue un símbolo de unidad en una familia marcada por la tragedia constante: la muerte de la primera esposa e hija de Joe Biden en un accidente de tráfico en 1972, el fallecimiento de su hijo mayor, Beau, a causa de un cáncer cerebral en 2015, y la espiral autodestructiva de Hunter, sumido en las adicciones al crack y otras drogas.Álbum personal de los BidenEn esta travesía del desierto para los demócratas tras la derrota electoral y la pérdida del poder, la culpa se reparte, pero tarde o temprano suele recaer en el presidente. Joe Biden incumplió muchas promesas, y no solo la relativa a su hijo. En 2020, aseguró que sería un presidente de un solo mandato, que dejaría su legado listo en cuatro años y se retiraría con 82 años.Sin embargo, Jill Biden tenía otros planes. Según reveló Eugene Daniels, un corresponsal de Politico con buenas fuentes en el Ala Este de la Casa Blanca, donde trabaja la primera dama, fue ella quien alentó a su marido a romper su palabra, a buscar la reelección y quedarse cuatro años más. Para muchos dentro de su partido, esa decisión fue una imprudencia. Nadie mejor que Jill podía saber cómo estaba realmente el presidente: los lapsus, las caídas, el evidente agotamiento físico y mental.Lo fue protegiendo, construyendo una especie de telón a su alrededor: pidió a su equipo reducir sus intervenciones, acortar los discursos y limitar las respuestas a la prensa. A medida que avanzaba el día, la agenda se cerraba alrededor de las cuatro o cinco de la tarde, y se incrementaron los fines de semana en su residencia de Delaware. La ficción se mantuvo durante un tiempo, hasta que Trump volvió a cruzarse en su camino.

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