El pakistaní Tariq Alí, uno de los intelectuales más relevantes de la región, desmenuza las causas y consecuencias políticas del fracaso de la "Guerra contra el Terrorismo".
La caída de Kabul ante los talibanes es una gran derrota política e ideológica para el Imperio estadounidense. Los atestados helicópteros que transportaban al personal de la embajada estadounidense al aeropuerto de Kabul recordaban sorprendentemente las escenas de Saigón, ahora Ciudad Ho Chi Minh, en abril de 1975. La velocidad con la que las fuerzas talibanes han asaltado el país fue asombrosa; su perspicacia estratégica notable. La ofensiva de una semana terminó triunfalmente en Kabul. El ejército afgano de 300.000 efectivos se derrumbó. Muchos se negaron a pelear. De hecho, miles de ellos se pasaron a los talibanes, quienes inmediatamente exigieron la rendición incondicional del gobierno títere.
El presidente Ashraf Ghani, favorito de los medios estadounidenses, ha huido del país y buscado refugio en Omán. La bandera del Emirato renacido ondea ahora sobre su palacio presidencial. En cierto sentido, la analogía más cercana no es Saigón, sino el Sudán del siglo XIX, cuando las fuerzas del Mahdi invadieron Jartum y martirizaron al general Gordon. William Morris celebró la victoria del Mahdi como un revés para el Imperio Británico. Sin embargo, mientras los insurgentes sudaneses mataron a toda la guarnición, Kabul cambió de manos con poco derramamiento de sangre. Los talibanes ni siquiera intentaron tomar la embajada de Estados Unidos, y mucho menos atacar al personal estadounidense.
La Guerra contra el terrorismo
El vigésimo aniversario de la "Guerra contra el Terrorismo" ha terminado así en una derrota predecible y prevista para los EE.UU., la OTAN y otros que se subieron al tren. Independientemente de qué se opine de las políticas de los talibanes –he sido un crítico severo de ellas durante muchos años–, no se puede negar su éxito. En un período en el que Estados Unidos ha destruido un país árabe tras otro, nunca surgió ninguna resistencia que pudiera desafiar a los ocupantes. Esta derrota bien puede ser un punto de inflexión. Por eso los políticos europeos se quejan. Respaldaron incondicionalmente a Estados Unidos en Afganistán, y ellos también han sufrido la humillación, especialmente Gran Bretaña.
Biden se quedó sin otra opción. Estados Unidos había anunciado que se retiraría de Afganistán en septiembre de 2021 sin cumplir ninguno de sus objetivos ‘liberacionistas’: libertad y democracia, igualdad de derechos para las mujeres y la destrucción de los talibanes. Aunque no hayan sido derrotados militarmente, las lágrimas que derraman los liberales amargados confirman el alcance más profundo de su pérdida. La mayoría de ellos –Frederick Kagan en el NYT , Gideon Rachman en el FT– creen que la retirada de tropas debería haberse retrasado para mantener a raya a los talibanes. Pero Biden simplemente estaba ratificando el proceso de paz iniciado por Trump, con el respaldo del Pentágono, que vio un acuerdo alcanzado en febrero de 2020 en presencia de Estados Unidos, los talibanes, India, China y Pakistán. El aparato de seguridad estadounidense sabía que la invasión había fracasado: los talibanes no podían ser sometidos por mucho tiempo que permanecieran en Afganistán. La idea de que la apresurada retirada de Biden ha fortalecido de alguna manera a los talibanes es una tontería.
Uno de los países más pobres
El hecho es que durante veinte años, Estados Unidos no ha logrado construir nada que pueda redimir su misión. La Zona Verde brillantemente iluminada siempre estaba rodeada por una oscuridad que los “Zoners” no podían comprender. En uno de los países más pobres del mundo, se gastaron miles de millones anualmente en aire acondicionado para los cuarteles que albergaban a los soldados y oficiales estadounidenses, mientras que la comida y la ropa se transportaban regularmente desde bases en Qatar, Arabia Saudí y Kuwait. No fue una sorpresa que una enorme villa miseria creciera en las afueras de Kabul y que los pobres se organizaran para buscar los restos en los tachos de basura. Los bajos salarios pagados a los servicios de seguridad afganos no pudieron convencerlos de luchar contra sus compatriotas. El ejército, construido a lo largo de dos décadas, había sido infiltrado casi desde el comienzo por partidarios de los Talibán, quienes recibieron entrenamiento gratuito en el uso de equipo militar moderno y actuaron como espías de la resistencia afgana.
Ésta era la miserable realidad de la “intervención humanitaria”. Aunque haya que reconocer los méritos: el país ha sido testigo de un enorme aumento de las exportaciones. Durante los años de los talibanes, la producción de opio se supervisó estrictamente. Desde la invasión estadounidense, ha aumentado drásticamente y representa el 90% del mercado mundial de heroína, lo que hace que uno se pregunte si este prolongado conflicto no debería verse, al menos en parte, como una nueva guerra del opio. Se han obtenido billones de beneficios y se han compartido entre los sectores afganos que sirvieron a la ocupación. A los oficiales occidentales se les pagó generosamente para permitir el comercio. Uno de cada diez jóvenes afganos es ahora adicto al opio. Las cifras entre las fuerzas de la OTAN no están disponibles.
La situación de la mujer
En cuanto a la situación de la mujer, no ha cambiado mucho. Ha habido poco progreso social fuera de la Zona Verde infestada de ONG. Una de las principales feministas del país en el exilio comentó que las mujeres afganas tenían tres enemigos: la ocupación occidental, los talibanes y la Alianza del Norte. Con la salida de Estados Unidos, dijo, tendrán dos. (En el momento de redactar este artículo, tal vez se pueda enmendar por uno, ya que los avances de los talibanes en el norte acabaron con facciones clave de la Alianza antes de que Kabul fuera capturada). A pesar de las reiteradas solicitudes de periodistas y activistas, no se han publicado cifras fiables sobre la industria del trabajo sexual que creció para servir a los ejércitos ocupantes. Tampoco hay estadísticas creíbles sobre violaciones, aunque los soldados estadounidenses con frecuencia utilizaron la violencia sexual contra ‘sospechosos de terrorismo’, violaron a civiles afganos y dieron luz verde al abuso infantil por parte de las milicias aliadas. Durante la guerra civil yugoslava, la prostitución se multiplicó y la región se convirtió en un centro de tráfico sexual. La participación de la ONU en este negocio rentable estaba bien documentada. En Afganistán, aún no se conocen todos los detalles.
Más de 775.000 soldados estadounidenses han combatido en Afganistán desde 2001. De ellos, 2.448 murieron, junto con casi 4.000 contratistas estadounidenses. Aproximadamente 20.589 resultaron heridos en combate según el Departamento de Defensa. Las cifras de víctimas afganas son difíciles de calcular, ya que no se cuentan las “muertes de enemigos” que incluyan a civiles. Carl Conetta, del Proyecto sobre Alternativas de Defensa, estimó que al menos 4.200-4.500 civiles murieron a mediados de enero de 2002 como consecuencia del asalto estadounidense, tanto directamente como víctimas de la campaña de bombardeos aéreos como indirectamente en la crisis humanitaria que siguió. Para 2021, Associated Press informaba que 47.245 civiles habían muerto a causa de la ocupación. Los activistas de derechos civiles afganos dieron un total más alto, insistiendo en que 100.000 afganos (muchos de ellos no combatientes) habían muerto y tres veces ese número había resultado herido.
En 2019, el Washington Post publicó un informe interno de 2.000 páginas encargado por el gobierno federal de Estados Unidos para analizar los fracasos de su guerra más larga: "The Afghanistan Papers". Se basó en una serie de entrevistas con generales estadounidenses (jubilados y en activo), asesores políticos, diplomáticos, trabajadores humanitarios, etc. Su evaluación combinada fue condenatoria. El general Douglas Lute, el ‘zar de la guerra afgana’ bajo Bush y Obama, confesó que “carecíamos de una comprensión profunda de Afganistán, no sabíamos lo que estábamos haciendo... No teníamos la más remota noción de lo que estábamos haciendo(...) Si el pueblo estadounidense supiera la magnitud de esta incoherencia…”. Otro testigo, Jeffrey Eggers, un Navy Seal retirado y miembro del personal de la Casa Blanca bajo Bush y Obama, destacó el enorme desperdicio de recursos: “¿Qué obtuvimos por este esfuerzo de un billón de dólares? ¿Valió la pena gastar ese billón? (…) Después del asesinato de Osama bin Laden, dije que Osama probablemente se estaba riendo en su tumba de agua considerando cuánto hemos gastado en Afganistán”. Podría haber añadido: ‘Y seguimos despilfarrando’.
¿Quién era el enemigo? ¿Los talibanes, Pakistán, todos los afganos? Un viejo soldado estadounidense estaba convencido de que al menos un tercio de la policía afgana era adicta a las drogas y otra parte considerable eran partidarios de los talibanes. Esto planteó un problema importante para los soldados estadounidenses, como testificó un jefe anónimo de las Fuerzas Especiales en 2017: “Pensaron que iba a ir a ellos con un mapa para mostrarles dónde viven los buenos y los malos ... Costó varias conversaciones entender que yo no tenía esa información en mis manos. Al principio, seguían preguntando: ‘¿Pero quiénes son los malos, dónde están?’”
Donald Rumsfeld expresó el mismo sentimiento en 2003. “No tengo visibilidad de quiénes son los malos en Afganistán o Irak”, escribió. “Leí toda la información de la comunidad de inteligencia, y parece que sabemos mucho, pero de hecho, en cuanto presionas, descubres que no tenemos nada que sea procesable. Somos lamentablemente deficientes en inteligencia humana”. La incapacidad de distinguir entre un amigo y un enemigo es un problema grave, no solo a nivel schmittiano, sino práctico. Si no se puede distinguir entre aliados y adversarios después de un ataque con bombas improvisadas en un mercado de la ciudad abarrotado, se responde atacando a todos y creando más enemigos en el proceso.
La Cleptocracia organizada
El coronel Christopher Kolenda, asesor de tres generales en servicio, señaló otro problema con la misión estadounidense: la corrupción fue desenfrenada desde el principio; el gobierno de Karzai se “autoorganizó como una cleptocracia”. Eso socavó la estrategia posterior a 2002 de construir un Estado que pudiera sobrevivir a la ocupación. “La corrupción menor es como el cáncer de piel, hay formas de lidiar con ella y probablemente estarás bien. La corrupción dentro de los ministerios, nivel superior, es como el cáncer de colon; es peor, pero si lo detecta a tiempo, probablemente se controlará. La cleptocracia, sin embargo, es como un cáncer de cerebro; es fatal”, dijo. Por supuesto, el Estado paquistaní, donde la cleptocracia está incrustada en todos los niveles, ha sobrevivido durante décadas. Pero las cosas no fueron tan fáciles en Afganistán, donde los esfuerzos de construcción de la nación fueron dirigidos por un ejército de ocupación y el gobierno central tuvo escaso apoyo popular.
¿Qué hay de los informes falsos en los que se decía que los talibanes fueron derrotados para no volver nunca? Una figura de alto rango del Consejo de Seguridad Nacional reflexionó sobre las mentiras difundidas por sus colegas: “Fueron sus explicaciones. Por ejemplo, ¿los ataques [de los talibanes]están empeorando? Eso es porque hay más objetivos a los que disparar, por lo que el que haya más ataques es un indicador falso de inestabilidad. Entonces, tres meses después, ¿los ataques siguen empeorando? Es porque los talibanes están desesperados, así que en realidad es un indicador de que estamos ganando” (...) “Y esto siguió y siguió por dos razones: para que todos los involucrados no perdieran la cara y para que pareciera que las tropas y los recursos tuvieran tal efecto que eliminarlos haría que el país se deteriorara”, explicó.
Los errores de inteligencia
Todo esto era un secreto a voces en las cancillerías y ministerios de defensa de la OTAN en Europa. En octubre de 2014, el secretario de Defensa británico, Michael Fallon, admitió que “se cometieron errores militarmente, los políticos en ese momento cometieron errores y esto se remonta a 10, 13 años atrás (...) No vamos a enviar tropas de combate a Afganistán, bajo ninguna circunstancia”. Cuatro años más tarde, la primera ministra Theresa May reasignó tropas británicas a Afganistán, duplicando sus combatientes “para ayudar a abordar la frágil situación de seguridad”. Ahora, los medios de comunicación del Reino Unido se hacen eco del Ministerio de Relaciones Exteriores y critican a Biden por haber hecho un movimiento equivocado en el momento equivocado, con el jefe de las fuerzas armadas británicas, Sir Nick Carter, sugiriendo que podría ser necesaria una nueva invasión. Los partidarios conservadores, los nostálgicos coloniales, los periodistas títeres y los sapos de Blair hacen fila para pedir una presencia británica permanente en el Estado devastado por la guerra.
Lo sorprendente es que ni el general Carter ni sus relevos parecen haber reconocido el alcance de la crisis a la que se enfrentaba la maquinaria de guerra estadounidense, como se expone en ‘The Afghanistan Papers’. Mientras que los planificadores militares estadounidenses han ido despertando lentamente, sus homólogos británicos todavía se aferran a una imagen de fantasía de Afganistán. Algunos argumentan que la retirada pondrá en riesgo la seguridad de Europa, ya que al-Qaeda se reagrupará en el nuevo Emirato Islámico. Pero estos pronósticos son falsos. Estados Unidos y el Reino Unido han pasado años armando y ayudando a al-Qaeda en Siria, como lo hicieron en Bosnia y Libia. Tal alarmismo solo puede ser creído en un pantano de ignorancia. El público británico, al menos, no parece habérselo tragado. La historia a veces impulsa verdades urgentes en un país a través de una vívida demostración de hechos o de la pérdida de credibilidad de las élites. Es probable que la retirada actual sea uno de esos momentos. Los británicos, ya hostiles a la “Guerra contra el Terrorismo”, podrían endurecer su oposición a futuras aventuras militares.
Los planes para el futuro
¿Qué deparará el futuro? Replicando el modelo desarrollado para Irak y Siria, Estados Unidos ha anunciado que una unidad militar especial permanente, compuesta por 2.500 soldados, estará estacionada en una base kuwaití, lista para volar a Afganistán y bombardear, matar y mutilar si fuera necesario. Mientras tanto, una delegación talibán de alto nivel visitó China en julio pasado, prometiendo que su país nunca volvería a ser utilizado como plataforma de ataques contra otros Estados. Mantuvieron conversaciones cordiales con el Ministro de Relaciones Exteriores de China, que supuestamente abarcaron los lazos comerciales y económicos. La cumbre recordó reuniones similares entre muyahidines afganos y líderes occidentales durante la década de 1980: los primeros aparecieron con sus trajes wahabíes y cortes de barba reglamentarios en el espectacular telón de fondo de la Casa Blanca o el número 10 de Downing Street. Pero ahora, con la OTAN en retirada, los actores clave son China, Rusia, Irán y Pakistán (que sin duda han brindado asistencia estratégica a los talibanes y para quienes este es un gran triunfo político-militar). Ninguno de ellos quiere una nueva guerra civil, al contrario que Estados Unidos y sus aliados después de la retirada soviética. Las estrechas relaciones de China con Teherán y Moscú podrían permitir trabajar para asegurar una paz frágil para los ciudadanos de este país traumatizado, con la ayuda de la continua influencia rusa en el norte.
Se ha puesto mucho énfasis en la edad promedio en Afganistán: 18 años, en una población de 40 millones. Por sí solo, esto no significa nada. Pero existe la esperanza de que los jóvenes afganos luchen por una vida mejor después de cuarenta años de conflicto. Para las mujeres afganas, la lucha no ha terminado, incluso si solo queda un enemigo. En Gran Bretaña y en otros lugares, todos aquellos que quieran seguir luchando deben centrarse en los refugiados que pronto llamarán a las puertas de la OTAN. El refugio es lo menos que Occidente les debe: una pequeña reparación por una guerra innecesaria.
* El escritor e intelectual pakistaní Tariq Alí estudió Filosofía y Ciencias Políticas en el Exeter College de la Universidad de Oxford. Políticamente, se hizo conocer por sus posturas contra la guerra de Vietnam, y posteriormente por sus posicionamientos sobre Medio Oriente. Miembro del Internacional Marxist Group, colaboró en periódicos como The Guardian, Counterpunch y la London Review of Books, y fue editor de la revista New Left Review. Vive en Londres. Este artículo fue publicado inicialmente en NLR. La versión en español apareció en el diario Público.