Salud

El sofusbir y la vaca masai

Las farmacéuticas sangran a los países al máximo, pero sin matarlos, lo que arruinaría el negocio.
He escrito un par de notas en los últimos tiempos sobre el sofusbir, un nuevo medicamento para tratar la hepatitis C, cuyo costo en los países desarrollados es un millón de pesos, lo cual crea problemas para su financiamiento en esos países.

Ver http://datachaco.com/noticias/view/39462 y http://datachaco.com/noticias/view/53277

El medicamento acaba de aprobarse en Argentina, donde hay unos 400.000 potenciales pacientes, y su precio será diez veces menos que en los países desarrollados.

Una nota de la prensa nacional escrita por un funcionario del gobierno,  presenta esto como una victoria de la firmeza del gobierno argentino, que rechazó el precio al que se vende en los países desarrollados, aunque en el mismo diario que trae esta noticia, hace un mes, el inventor del medicamento, un egipcio, había sido consultado sobre el tema, respondiendo que se cobraría a cada país en la medida de sus posibilidades de pago.

Esto me hace acordar a la vaca de los masai, una tribu africana, pastores de vacas, que se alimentan de sangre de vaca, mezclada con leche. La vaca es sangrada periódicamente, pero no al extremo de poner en riesgo su vida, es decir que será lo que hará la empresa que produce el sofusbir con cada país. Lo sangrará aunque sin matarlo. Si la vaca es grande, como la yanqui o la alemana se le sacarán más sangre, y si es una vaca hindú o argentina, mucho menos.

Vender algo ganando muy poco es mejor que no vender nada, y vender mucho ganando muy poco a veces es más ganancia que vender poco ganando mucho. La diferencia entre el precio del supermercado y el kiosco, y da lugar al curioso deporte del regateo, muy popular en algunos países, donde el vendedor queda defraudado si uno paga el precio pedido sin protestar. Me costó aprender eso, y la diversión implícita, y en Miami es donde más se practica.

Las farmacéuticas son en general propiedad de fondos de pensión de ancianos yanquis, que invierten allí sus ahorros, puesto se les dice que es lo que más rinde, lo cual es generalmente cierto, aunque esto supone altos precios de los nuevos medicamentos, de los cuales los ancianos son los mayores consumidores.

Entre los fondos de pensión y los ancianos, se mueven los gerentes de estas empresas y los médicos, a los cuales los gerentes de las empresas deben  convencer que un nuevo medicamento es muchísimo mejor que los anteriores, aunque no lo sea, sino mínimamente.

Estas formas de convencer incluyen muchos mecanismos, la conocida muestra gratis, el financiamiento de congresos médicos nacionales e internacionales, etc.

Para que la venta de un medicamento sea aprobada en un país, la empresa debe presentar los ensayos clínicos que avalan su eficacia, ensayos que se realizan en pacientes de todo el mundo, para conseguir la cantidad necesaria de cada tipo de enfermedad, en hospitales prestigiosos que den garantías de seriedad.  La mayoría de los casos de Argentina provienen de  grandes hospitales públicos y privados de Buenos Aires, y el médico que incluye a un paciente en estos estudios recibe en promedio un pago de 20.000 dólares por cada caso, para compensar los gastos que supondrá enviar los informes que requiere la empresa continuamente.

Lógicamente el paciente debe prestar su consentimiento para ser incluido en la prueba de un medicamento en ensayo, y un escándalo al respecto en el hospital Fernández de Buenos Aires hace pocos años, provoco una revisión de todos los procedimientos de autorización en el país para hacer estas cosas, y reveló las cifras anteriores de pago por caso.

Si el estudio necesita 10.000 pacientes, a 20.000 dólares cada uno, ello supone que el costo de cada ensayo clínico es de 200 millones de dólares, sin que se sepa de antemano si el medicamento será o no beneficioso, de manera que si no lo es, serán 200 millones de dólares perdidos, aunque siempre cabe la posibilidad, como en el caso del viagra, que un medicamento inútil para algo, la insuficiencia coronaria en ese caso, produzca otros efectos, que saldrán de los largos informes de los médicos que los ensayan, y se pueda inventar una enfermedad para ese efecto.

Como hará la empresa para que los pacientes de los países desarrollados no viajen a aprovechar ofertas de tratamiento en los países subdesarrollados no lo sé, aunque sin duda estará pensado, o se tolerará este margen de picardía incluido en los costos, del mismo modo que las mismas empresas hacen picardías de tipo estadístico en los estudios, para abaratar costos.

La patente del medicamento, que vendría a ser como el derecho de sangrado, no es ilimitada, sino que dura algunos años y después todos pueden fabricar y vender el producto a  un precio cien veces inferior al inicial, de modo que hay que vender la mayor cantidad posible del medicamento, antes que venza la patente, u otra farmacéutica aparezca con un producto aún mejor, ya sea porque lo es realmente, o porque son más vivos, o tienen mejores estadísticos, que inventan nuevas trampas.

He hecho muchos intentos por enseñar estadística a los estudiantes, aunque ellos siempre me recuerdan que una de las razones para elegir medicina es que nunca fueron buenos en matemáticas, de la cual se derivan las estadísticas, y esto es igual en casi todos los países, excepto en Cuba. Los médicos cubanos saben muchísima estadística, y tienen un profesor, matemático,  en la Facultad de Medicina de la Habana, autor de un libro sobre el particular “cultura estadística en ciencias de la salud”, que es una realidad una sátira al uso de la estadística que hacemos los médicos, un poco al estilo de la sal y pimienta, de la cual siempre se agrega un poco al plato, a gusto del comensal.

De todos modos los masai, sin estudios estadísticos, saben hasta donde pueden sangrar a cada vaca.

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