La “la abanderada de los humildes” denunció con su voz lo que pasaba, y lejos de quedarse en el puesto de una artista bien posicionada, decidió hacer frente a esa realidad. Su imagen llama a la acción, a la lucha y a la transformación. A no resignarse.
Cholita -como le decían de pequeña- nació en Los Toldos un día como hoy de 1919. No soñaba de chica ser Primera Dama, ni seguramente se le cruzó alguna vez por su cabeza convertirse en una líder política aclamada y popularmente acompañada.
Sintió, eso sí, desde su primera infancia, la indiferencia social, el silencio y las injusticias. Gran parte de su camino, de sus momentos paradigmáticos, se encuentran mencionados en La Razón de mi Vida. Pero también en sus diferentes discursos y declaraciones hace mención a la conciencia de la vulnerabilidad social desde una empatía generada por la experiencia propia.
Al respecto, en el capítulo tres de su libro rescata un recuerdo de su infancia: “Hasta los once años creí que había pobres como había pasto y que había ricos como había árboles. Un día oí por primera vez de labios de un hombre de trabajo que había pobres porque los ricos eran demasiado ricos; y aquella revelación me produjo una impresión muy fuerte”.
Pero, desde ya, como se hizo mención, no es el único momento en el que la protagonista hace referencia explícita de la injusticia social. Evita, si tiene algo que la destaca, sea por el contexto histórico en el que vivió o por su edad y su género, siempre dijo lo que ocurría, denunció con su voz lo que pasaba, y lejos de quedarse en el puesto de una artista bien posicionada, decidió hacer frente a esa realidad. Se atrevió sin medir las consecuencias.
Supo pronunciar en uno de sus discursos: “A ellos les molesta que haya una mujer que trate de amparar a los ancianos, a los desvalidos, a los niños. Les molesta todo lo que se haga en bien del pueblo”. Si algo aprendimos en la transición de la historia es que las personas y movimientos que se comprometen con las luchas sociales son golpeados por los grupos concentrados de poder. A “ellos” les molesta.
Y en La Razón de mi Vida eso se expresa en los insultos que recibía pero también en el modelo que ella combatía. Cuenta que mientras recorría la ciudad de Buenos Aires buscando apoyo para que liberasen a Perón, muchos fueron los que se entregaron a la tibieza de la historia, “Esto fue lo peor de mi calvario por la gran ciudad. La cobardía de los hombres que pudieron hacer algo y no lo hicieron”. En cualquier movimiento social la diferencia está entre quienes hacen y se juegan y quienes eligen la comodidad de su refugio.
En La hora de mi soledad termina haciendo una reflexión que conecta con el resto y que de algún modo da cuenta de una característica grande de Eva. Habla sobre lo que fue salir a la calle a pedir por Perón.
Esa secuencia, esa escena, la de lanzarse a la batalla por lo justo ya la había visto muchas veces en su vida. La vio de chica en su pueblo, la vio en Buenos Aires cuando llegó por primera vez, la vio con sus compañeras y compañeros de trabajo cuando luchaban por sus derechos. Ella volvió a meterse en la historia porque ya había pasado el momento de resignarse a ser una víctima. Este capítulo concluye con un resumen que dice: “¿Acaso no le había dicho yo a él ‘...por muy lejos que haya que ir en el sacrificio no dejaré de estar a su lado, hasta desfallecer’? Desde aquel día pienso que no debe ser muy difícil morir por una causa que se ama. O simplemente: morir por amor”.
“Morir por una causa que se ama” es vivir por amor a una causa. La expresión muerte no refiere a una inmolación, sino más bien a atravesar una vida que encuentre sentido diario en el trabajo militante y en el sueño que se persigue. “Simplemente morir por amor”, significa entonces vivir por una causa que se ama, es concluir un paso de entrega por algo que creemos digno, colectivo, y próspero.
El ejemplo y la imagen de Evita es en gran parte eso, dar todo por lo que se quiere y por lo que se ama entendiendo que las causas que se aman no son propias, son ideales colectivos que nacen, que se gestan, que se posicionan y que crecen, y que se pasan de generación en generación y que cada vez dan más frutos.
Y así como aparece dibujada por el artista argentino Alejandro Marmo en siluetas de hierro, la misma imagen de ella se repite en las casas del conurbano, en una fábrica recuperada, en un club que renace, en la bandera de los militantes. Esa imagen llama a la acción, a la lucha y a la transformación. A no resignarse. Porque instaló un sitio donde la política se ligó para siempre a la coherencia, a la justicia y a lo nacional.
Las causas que se aman, como la que representa Eva en la lucha por la justicia social, se construyen y alimentan día tras día en donde se materializa su magisterio.
Por eso, el desafío político consiste en vivir por una causa que se ama, como dijo Evita el 17 de octubre de 1951, por lo que tenemos en el corazón, por lo que nos quema en el alma, nos duele en la carne y nos arde en los nervios.