La Argentina parece encaminarse hacia un modelo de mayor apertura de mercado, pero algunos problemas de las últimas décadas todavía persisten; sobre todo, cómo superar la “restricción externa” y generar una balanza positiva de exportaciones versus importaciones en el largo plazo. Lograr esto implica un mayor foco en la innovación, que según estudios internacionales es una herramienta fundamental para mejorar las exportaciones en economías emergentes.
Dadas las relaciones directamente proporcionales entre riesgos y beneficios, cabe preguntarse: ¿está nuestro país en condiciones de apostar por la innovación? Podría decirse que sí, ya que a pesar del deterioro educativo de los últimos años la Argentina todavía cuenta con lo que José María Fanelli llama “el bono demográfico”, es decir, una población joven y educada.
La educación es relevante porque uno de los requisitos para la innovación es contar con equipos que tengan la capacidad de aprender. Según Hansen y Birkinshaw, la cadena de valor de la innovación comienza con la generación de nuevos conocimientos. Por supuesto que una población educada no genera por arte de magia empresas que tengan la capacidad de generar nuevos conocimientos. De lo contrario, bastaría con invertir en buenas escuelas y universidades para tener un país desarrollado. Pero podríamos decir que la educación es un buen cimiento sobre el cual se puede construir.
Las empresas deben preguntarse cómo transforman a personas talentosas y educadas en miembros de equipos que pueden utilizar el aprendizaje para innovar. Por fortuna, este es un tema que las escuelas de negocios han investigado en los últimos años y ya contamos con algunos conocimientos útiles.
El consejo más general que se puede dar es que hay que formar equipos que asuman desafíos y sepan transformar sus aciertos y errores en conocimientos más abstractos. Según Chris Argyris, el verdadero aprendizaje es aquel en el cual un acierto o error genera un proceso reflexivo que permite revisar los supuestos y generar nuevas hipótesis para poner a prueba. Esto quiere decir que dentro de los procesos de la empresa deben incluirse los tiempos y los métodos necesarios para que la reflexión se produzca. Darse un tiempo rutinariamente para revisar cómo y con qué éxito se enfrentaron los problemas es indispensable para mejorar la performance en el futuro.
También hay que considerar qué estímulos se le proporcionan al equipo. Los desafíos propios de la realidad de la empresa -reclamos de los clientes, problemas del producto, de los proveedores, etc.- son tan sólo una de las fuentes de aprendizaje.
Existe un aprendizaje vicario, que es el que surge de analizar las respuestas de otros equipos, como proponen la mayoría de las escuelas de negocios que usan el método del caso. Y está el aprendizaje por experimentación, en el cual se crean situaciones problemáticas controladas: los experimentos no sólo se hacen en laboratorios, también hay situaciones de simulación o experimentos mentales que puede desarrollar un equipo imaginando respuestas a situaciones hipotéticas. Un artículo reciente de Harvey, Cromwell y Edmonson sugiere que forzar a los equipos a enfrentarse a estos diferentes tipos de aprendizaje de manera habitual puede promover las innovaciones.
Un último consejo para las empresas es que fuercen a sus equipos a romper la rutina. Las personas tendemos a generar hábitos de pensamiento y dinámicas de grupo que, a la larga, impiden la innovación. Por eso algunos expertos recomiendan rotar a los miembros de los equipos. Pero quizás esta política no sea factible o necesaria, ya que hay alternativas para romper la dinámica de grupo. Steve Jobs, por ejemplo, diseñó el edificio central de Apple con un solo pasillo por un motivo muy claro: quería aumentar la probabilidad de que sus empleados se cruzaran, porque en estos encuentros causales comentaban lo que estaban trabajando y recibían sugerencias que los propios expertos nunca habían pensado. Este tipo de charlas casuales también podía incentivar la innovación.
En resumen, mantener los incentivos al aprendizaje es fundamental para promover las innovaciones. Cuando la realidad no los proporciona, hay que crearlos.