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FUNERAL! Texto completo de la homilía al Papa Francisco

Este es el texto que se ha leído en el Funeral del Papa Francisco este 26 de abril de 2025



En esta majestuosa plaza de San Pedro, donde tantas veces el Papa Francisco celebró la Eucaristía y presidió grandes encuentros durante estos 12 años, estamos reunidos en oración en torno a sus restos mortales con el corazón triste, pero sostenidos por las certezas de la fe, que nos asegura que la existencia humana no termina en la tumba, sino en la casa del Padre, en una vida de felicidad que no conocerá ocaso.

En nombre del Colegio cardenalicio, os agradezco cordialmente a todos vuestra presencia. Con intenso sentimiento dirijo un saludo deferente y un vivo agradecimiento a los Jefes de Estado, Jefes de Gobierno y Delegaciones oficiales que han venido de muchos países para expresar afecto, veneración y estima por el Papa que nos ha dejado. El plebiscito de expresiones de afecto y participación, que hemos visto en estos días después de su paso de esta tierra a la eternidad, nos dice cuánto ha tocado las mentes y los corazones el intenso Pontificado del Papa Francisco.



Su última imagen, que permanecerá en nuestros ojos y en nuestros corazones, es la del domingo pasado, Solemnidad de Pascua, cuando el Papa Francisco, a pesar de graves problemas de salud, quiso impartir su bendición desde el balcón de la Basílica de San Pedro y luego descendió a esta plaza para saludar desde el Papamóvil abierto a toda la gran multitud reunida para la Misa de Pascua. Con nuestra oración queremos ahora encomendar a Dios el alma de nuestro amado Pontífice, para que le conceda la felicidad eterna en el horizonte luminoso y glorioso de su inmenso amor. Nos ilumina y nos guía la página evangélica, en la que resonó la propia voz de Cristo al interrogar al primero de los Apóstoles: «Pedro, ¿me amas más que éstos?». Y la respuesta de Pedro fue pronta y sincera: «¡Señor, Tú lo sabes todo; Tú sabes que te quiero!». Y Jesús le confió la gran misión: «Pastorea mis ovejas». Esta será la tarea constante de Pedro y de sus Sucesores, un servicio de amor en la estela del Maestro y Señor Cristo que «no había venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida en rescate por todos» (Mc.10,45). A pesar de su fragilidad y sufrimiento últimos, el Papa Francisco eligió recorrer este camino de entrega hasta el último día de su vida terrena. Siguió las huellas de su Señor, el buen Pastor, que amó a sus ovejas hasta dar la vida por ellas. Y lo hizo con fuerza y serenidad, cerca de su rebaño, la Iglesia de Dios, recordando la frase de Jesús citada por el apóstol Pablo: «Hay más alegría en dar que en recibir» (Hechos, 20.35). Cuando el Cardenal Bergoglio, el 13 de marzo de 2013, fue elegido por el Cónclave para suceder al Papa Benedicto XVI, tenía a sus espaldas los años de vida religiosa en la Compañía de Jesús y, sobre todo, estaba enriquecido por la experiencia de 21 años de ministerio pastoral en la Archidiócesis de Buenos Aires, primero como Auxiliar, luego como Coadjutor y más tarde, sobre todo, como Arzobispo.

La decisión de tomar el nombre de Francisco apareció inmediatamente como la elección de un programa y un estilo en los que quería basar su Pontificado, buscando inspirarse en el espíritu de San Francisco de Asís. Conservó su temperamento y su forma de liderazgo pastoral, y enseguida dio la impronta de su fuerte personalidad en el gobierno de la Iglesia, estableciendo un contacto directo con las personas y las poblaciones, deseoso de estar cerca de todos, con una marcada atención a las personas en dificultad, gastándose sin medida, especialmente por los últimos de la tierra, los marginados. Fue un Papa en medio de la gente, con el corazón abierto a todos. Fue también un Papa atento a lo nuevo que surgía en la sociedad y a lo que el Espíritu Santo suscitaba en la Iglesia. Con su vocabulario característico y con su lenguaje rico en imágenes y metáforas, buscaba siempre iluminar los problemas de nuestro tiempo con la sabiduría del Evangelio, ofreciendo una respuesta a la luz de la fe y animándonos a vivir como cristianos los retos y las contradicciones de estos nuestros años de cambio, que a él le gustaba calificar de «cambio de época». Tenía una gran espontaneidad y una manera informal de dirigirse a todos, incluso a las personas alejadas de la Iglesia. Rico en calor humano y profundamente sensible a los dramas de hoy, el Papa Francisco compartía verdaderamente las angustias, los sufrimientos y las esperanzas de nuestro tiempo de globalización, y se entregaba en reconfortar y animar con un mensaje capaz de llegar al corazón de las personas de manera directa e inmediata.

Su carisma de acogida y escucha, unido a un modo de comportarse propio de la sensibilidad actual, tocó los corazones, buscando despertar las energías morales y espirituales. La primacía de la evangelización ha sido la guía de su Pontificado, difundiendo, con una clara impronta misionera, la alegría del Evangelio, que fue el título de su primera Exhortación Apostólica Evangelii gaudium. Una alegría que llena de confianza y esperanza el corazón de cuantos ponen su confianza en Dios. El hilo conductor de su misión ha sido también la convicción de que la Iglesia es un hogar para todos; un hogar con las puertas siempre abiertas. Ha recurrido repetidamente a la imagen de la Iglesia como un «hospital de campaña» después de una batalla en la que ha habido muchos heridos; una Iglesia deseosa de ocuparse con determinación de los problemas de la gente y de las grandes aflicciones que laceran el mundo contemporáneo; una Iglesia capaz de inclinarse sobre cada hombre, más allá de cualquier credo o condición, curando sus heridas. Son innumerables sus gestos y exhortaciones en favor de los refugiados y desplazados. También ha sido constante su insistencia en trabajar a favor de los pobres. Es significativo que el primer viaje del Papa Francisco fuera a Lampedusa, una isla símbolo del drama de la emigración con miles de personas ahogadas en el mar. En la misma línea fue su viaje a Lesbos, junto al Patriarca Ecuménico y el Arzobispo de Atenas, así como la celebración de una Misa en la frontera entre México y Estados Unidos.

De sus 47 arduos Viajes Apostólicos, quedará para la historia el que realizó a Irak en 2021, desafiando todos los riesgos. Aquella difícil Visita Apostólica fue un bálsamo en las heridas abiertas del pueblo iraquí, que tanto había sufrido por la obra inhumana del ISIS. También fue una Jornada importante para el diálogo interreligioso, otra dimensión relevante de su labor pastoral. Con la Visita Apostólica 2024 a cuatro naciones de Asia-Oceanía, el Papa llegó a «las periferias más periféricas del mundo». El Papa Francisco puso siempre en el centro el Evangelio de la misericordia, subrayando repetidamente que Dios no se cansa de perdonarnos: perdona siempre sea cual sea la situación de quien pide perdón y vuelve al camino recto. Quiso el Jubileo Extraordinario de la Misericordia, subrayando que la misericordia es «el corazón del Evangelio». Misericordia y alegría del Evangelio son dos palabras clave del Papa Francisco. Frente a lo que llamó «la cultura del descarte», habló de la cultura del encuentro y de la solidaridad. El tema de la fraternidad ha recorrido todo su pontificado en tonos vibrantes. En su Carta Encíclica «Fratelli tutti» quiso reavivar una aspiración mundial a la fraternidad, porque todos somos hijos del mismo Padre que está en los cielos. Con fuerza nos recordaba a menudo que todos pertenecemos a la misma familia humana.

En 2019, durante su viaje a los Emiratos Árabes Unidos, el Papa Francisco firmó un documento sobre la «Fraternidad humana para la paz mundial y la convivencia común», recordando la paternidad común de Dios. Dirigiéndose a hombres y mujeres de todo el mundo, la Carta Encíclica Laudato si’ llamó la atención sobre los deberes y la corresponsabilidad hacia la casa común. «Nadie se salva solo». Ante el desencadenamiento de tantas guerras en los últimos años, con horrores inhumanos e innumerables muertes y destrucción, el Papa Francisco ha alzado incesantemente su voz implorando la paz y llamando a la sensatez, a la negociación honesta para encontrar posibles soluciones, porque la guerra –ha dicho– es sólo muerte de personas, destrucción de casas, hospitales y escuelas. La guerra siempre deja al mundo peor que antes: siempre es una derrota dolorosa y trágica para todos. «Construir puentes y no muros» es una exhortación que repitió muchas veces, y el servicio de la fe como Sucesor del Apóstol Pedro siempre se ha unido al servicio de la humanidad en todas sus dimensiones. En unión espiritual con toda la cristiandad, estamos aquí en gran número para rezar por el Papa Francisco, para que Dios lo acoja en la inmensidad de su amor.

El Papa Francisco solía concluir sus discursos y encuentros diciendo: «No se olviden de rezar por mí».

Querido Papa Francisco, ahora te pedimos que reces por nosotros y que desde el cielo bendigas a la Iglesia, bendigas a Roma, bendigas al mundo entero, como hiciste el domingo pasado desde el balcón de esta Basílica en un último abrazo con todo el pueblo de Dios, pero idealmente también con la humanidad que busca la verdad con corazón sincero y mantiene en alto la antorcha de la esperanza.

Con información de El Confidencial

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