Opinión del Lector

Globalismo o soberanías

La guerra híbrida plantada por Estados Unidos contra China tiene uno de sus escenarios de combate en el Este Europeo. Una década atrás, Beijing invirtió 6 mil millones de dólares en la adquisición del 5 por ciento de la tierra cultivable de Ucrania. Pocos meses después, en 2014, un golpe de Estado impulsado por Washington le impidió al gigante asiático el acceso a esos recurso naturales. A principios del siglo XXI, China profundizó sus lazos con Libia, y Beijín inició un proceso de inversiones petroleras. Una década después, las revueltas promovidas por la OTAN ejecutaron a Mohamed Gadafi y convirtieron al país más desarrollado del Magreb en un Estado fallido. Desde 2011 hasta la fecha, el PBI de Trípoli se redujo en un 50 por ciento y gran parte de las inversiones fueron clasificadas como quebrantos.



El objetivo primordial de los Estados Unidos, en la actual etapa histórica, es restringir, obstaculizar, condicionar y –de ser posible– circunscribir a Beijing a un área de influencia acotada al sudeste asiático, cercada por la arquitectura de seguridad conocida como AUKUS (acrónimo de Australia, Reino Unido y Estados Unidos), instituida para militarizar las relaciones con Beijing en el Indo-Pacífico y condicionar su comercio internacional. Con ese objetivo interfiere en sus asuntos internos, empoderando a los sectores de Taiwán que buscan la desintegración de China, y conforma el Diálogo de Seguridad Cuadrilateral, –también conocido como QUAD-, integrado por Estados Unidos, Japón, Australia e India para quebrar la asociación de India en los BRICS y, al mismo tiempo, intimidar a las fuerzas armadas comandadas por Xi Jinping.



El Departamento de Estado desarrolla también acciones ofensivas en África, en América Latina y en el Caribe. Impulsa políticas diplomáticas orientadas a sabotear la cooperación china en áreas de infraestructura critica como represas hidroeléctricas, puertos o plantas potabilizadoras. Gracias a esas presiones, Argentina –el Gobierno de Javier Milei– decidió no ingresar a los BRICS+, descartó un posible financiamiento para establecer un puerto de aguas profundas en Tierra del Fuego y paralizó las obras ligadas a la construcción de las represas hidroeléctricas Néstor Kirchner y Jorge Cepernic, planificadas en colaboración con la corporación china Gezhouba.



Las orientaciones diplomáticas brindadas por el secretario del Departamento de Estado Antony Blinken, refrendadas reiteradamente por la generala Laura Richardson (foto), explican las declaraciones del actual presidente argentino, quien adelantó en noviembre de 2024 que no iba a motorizar acuerdos comerciales con Beijing. La provocación al gigante asiático se profundizó con la recepción –por parte de la canciller Diana Mondino– del representante comercial de Taiwán, Miao-hung Hsie. Como respuesta, el gobierno de Xi Jinping puso en duda la continuidad del acuerdo de financiamiento por 6500 millones de dólares, acordado en octubre de 2023 con el entonces ministro de Economía, Sergio Massa.



La estrategia estadounidense se asemeja a la que llevó a cabo contra la Unión Soviética durante la Guerra Fría: medio siglo atrás, Henry Kissinger promovió la alianza con Mao Tsé Tung como forma para impedir la potencial alianza de Beijing con Moscú. Esa decisión permitió las inversiones en China y el paulatino proceso de ingeniería inversa que catapultó su industrialización, innovación y desarrollo tecnológico. Hoy, el gigante asiático es el socio comercial prioritario de 144 países –el 73 por ciento de todos los países del mundo– y el primer productor mundial de bienes. Cuando Xi Jinping asumió el liderazgo en 2012, se planteó la Iniciativa de la Franja y la Ruta, y –poco tiempo después– el Banco Asiático de Inversión. De forma inmediata, la política exterior estadounidense abandonó guerra contra el terrorismo y decidió a instalar una contradicción global: la disputa contra los regímenes autocráticos representados por Vladimir Putin y el secretario general del Partido Comunista Chino. Sin embargo, ninguna de las monarquías absolutas del Golfo Pérsico fue ubicada en ese nuevo régimen del mal.



La confrontación planteada por Washington busca impedir la estructuración de un mundo más horizontal y multipolar, basado en la configuración de relaciones internacionales horizontales sustentadas en el principio de la no injerencia en los asunto internos de los países. Por el contrario, el modelo que pretende perpetuar el Occidente otantista es el de la imposición de reglas unilaterales consistentes en bloqueos, sanciones, operaciones de espionaje, manipulaciones mediáticas y ejecuciones extrajudiciales a los países y/o dirigentes capaces de cuestionar el orden global con sede en Washington y en Bruselas. Este conflicto sintetiza la contradicción fundamental de la época: la disputa entre el modelo de globalización (gobernado por la tríada del Complejo Militar Industrial, Wall Street y las trasnacionales) y una multipolaridad que tiene a los BRICS+ y al Sur Global como sus más claros exponentes. Latinoamérica, en ese marco, será un simple escenario de la disputa o un potencial actor relevante. Depende de cuánta soberanía esté dispuesta a obtener.

Autor: Jorge Elbaum|

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