UNO En estos días, Rodríguez ve muchos documentales. En alguna parte leyó que el género había estallado (tanto en elaboración como en visionado) a partir de la pandemia. La teoría es que la gente, más o menos confinada, necesita ver paisajes lejanos y vidas inalcanzables. Pero reales y verdaderas. Ya no alcanza con ficciones en tiempos en los que la vida se parece cada vez más a una mala serie. Aunque la cosa viene de antes: la última década ha significado una virtual y en muchos casos virtuosa o no revolución/evolución dentro de la especie. Y, a no olvidarlo, la imagen cinematográfica empezó siendo documental: llega un tren y los obreros salen de una fábrica. Después, los trenes de esos nazis que desfilan en viaje de ida a los campos de concentración (el History Channel con Hitler como estrella oscura); y Serguei Eisestein y Orson Welles; y los patrióticos Frank Capra y John Huston y George Stevens y John Ford y William Wyler; y las cimas de Albert & David Maysles y William Greaves y Werner Herzog y Godfrey Reggio y Ken Burns y D. A. Pennebaker y Errol Morris y (aunque Rodríguez no lo soporte) Michael Moore. Y los grandes fakecumentaries como This Is Spinal Tap! o Zelig o Borat o... Así hasta llegar a ese "docu-reportaje" en capítulos que por estos días revoluciona a España toda protagonizado por Rocío Carrasco: hija de cantante folklórica legendaria (quien al divorciarse se casó con torero, con quien adoptó a una parejita de pequeños colombianos) y de boxeador campeón mundial (quien al divorciarse se casó con una peluquera quien a su vez, al enviudar, se casó con un inmigrante africano) y en larga batalla con ex guardia-civil y hoy tertuliano y alguna vez concursante de Gran Hermano y con quien tuvo una hija que la odia o no (y un hijo con trastorno neurogenético) y que, también, anduvo por las playas de Supervivientes. Sí: todo el ADN ibérico centrifugado en poca vida y menos obra pero digna del mejor Almodóvar temprano. Allí está ella, Rociíto, hablando muy lento y moqueando y embutida en un traje muy '80s que es como una pesadilla centrifugada de David Byrne & Don Johnson & Prince. Rodríguez no la ve, pero es como si la viese, porque fragmentos del docu-monstruo agitan sus tentáculos por todas partes: en noticieros, en talk-shows, en declaraciones de políticos en campaña madrileña, en conversaciones de vecinos y familiares y en sueños que, invariablemente, derivan a pesadillas.
DOS Para despertar de todo eso, Rodríguez se la ha pasado viendo otros documentales. Y --warning, danger-- muchos son documentales en serie. Es decir: documentales que se quieren exhaustivos pero que, en más de una ocasión, se alargan y se alargan.
Así, Rodríguez ve el de los misterios de los bebés y el de la indiferencia de los gatos. El del que empezó torturando gatitos on line y luego se pasó al asesinato humano y fue rastreado por gente que pasa demasiado tiempo on-line. El de los peligros de internet. El del Cecil Hotel. El que recopila los (in)salubres consejos de la sacerdotisa de sí misma de Gwyneth Paltrow. El de la vida y obra de Dios. El de esa especie de secta político-religiosa en Washington D.C. y el de Walter Mercado, astrólogo que debió haber sido "villano invitado" en Batman. El del co-creador a reivindicar de Batman. El de San Fred Rogers. Los muchos acerca de individuos con una cierta propensión a creerse dioses (el de Osho y su enclave utópico-distópico, el del que anda todo el tiempo en traje de baño Speedo y obliga a sus seguidores a que le financien absurdos ballets, el del Papa del Palmar de Troya, el del yogui trepador social y depredador sexual Bikram). El de esa chica rica con tristeza que es Taylor Swift y el de Billie Eilish que parece demente de felicidad. El de las alegres nínfulas que se desnudan en internet y el de lo que le ocurre a las porn-stars según pasan los años. El de ese pobre chico de provincias que sueña con tener millones de followers metropolitanos. El de las asesinadas chicas de Alcàsser. El del fiscal argentino y el del presidente uruguayo. El de Maradona y el de El Diego. El de Ford vs. Ferrari y el de Edison vs. Tesla. El de Mia Farrow vs Woody Allen. El del mellizo amnésico cuyo hermano decide no ayudarlo a recordar el horror de sus infancias y el de los trillizos separados para extraño experimento socio-psicológico. El de John Coltrane y el de Miles Davis. El del lavador de cerebros y pulidor de cuerpos de menores r&b R. Kelly y el del carcelario y mitómano Ike White. El del asesinato de Malcolm X y el de la asesina o no Amanda Knox. El de la talidomida y el del farmacéutico vengador. El de la desaparecida Madeleine McCann y el de la omnipresente Greta Thunberg (aunque seguro que es mucho más interesante la hermana sólo por ahora menos conocida de la pequeña eco-influencer: la cantante Beata Mona Lisa Ernman (apellido de la madre), quien padece trastorno obsesivo compulsivo y "de oposición desafiante" y déficit de atención con hiperactividad y a quien, seguro, ya le llegará el docu propio --parece que sus padres la entrenan para que se ocupe del frente #MeToo-- y resulta imposible no imaginarla como una especie de Dark Greta tóxica y contaminante en plan Marvel Comics). Los demasiados que se ocupan de Los Windsor y del Clan Kennedy. Los de narcos y el de los Tigres del Norte. El de Quincy Jones y el de Nina Simone y el de Whitney Huston y de Michael Jackson y el de O. J. Simpson. El de Michael Jordan y el de Dennis Rodman. Los de la Dra. Ruth y la Jueza Ruth. El de Jim Carrey y Andy Kaufman y el de John Belushi y el de Robin Williams y el de Fran Lebowitz y el de SNL y el de The Comedy Store. El de Hemingway y el de Capote. El de Joan Didion y el de Pauline Kael. El de Leonard Cohen y Marianne. El de entrepeneurs milenaristas que montan festival imposible en isla del Caribe. El del tipo de los tigres y el del que se hace amigo de un pulpo. Los de Steve Jobs y Bill Gates y Jeff "Lex Luthor" Bezos. Los de Harvey Weinstein y Jeffrey Epstein. El de la posible foto de Lincoln agonizante o muerto. El de Donald Trump y el de Hillary Clinton y el de los Reagan. El de Roger Stone y el de Steve Bannon. El de Cambridge Analytica y el de Team Foxcatcher. El de Ted Bundy el del Unabomber y el de ese otro que confiesa todo para aliviar a familiares en busca de cicatrizar heridas. El del artista secreto Stanislav Szukalski y el de autopublicista Banksy. El de Sid & Judy (Garland). El de The Beatles on tour y el de la Rolling Thunder Revue de Bob Dylan. El de Laurel Canyon como Brigadoon musical y el de la country music. El de buscando cantante para Queen y el de liberen a Britney. El de la "comprensible" Segunda Guerra Mundial y el de la "inexplicable" guerra de Vietnam. El de Steven Spielberg y el de David Lynch y el de los films fetiche de los '80s. Los de extraterrestres y los que se dedican y ocupan de esos agujeros negros que acabarán devorando a todos los anteriores documentales menos (mientras el miedo al virus muta al miedo a las vacunas) al que se ocupa de la próxima pandemia. Plaga que, advierten, nos borrará del mapa y documental que Rodríguez no puede dejar de NO ver mientras piensa que, en el futuro, todos serán/tendrán un documental de quince minutos.