Desde 1914 la Iglesia Católica celebra el último domingo de septiembre la Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado, un día creado para “expresar nuestra preocupación por las personas vulnerables en movimiento; rezar por ellos mientras enfrentan muchos desafíos; y para sensibilizar sobre las oportunidades que ofrecen las migraciones”.
Esta celebración se incorporó en el calendario de las celebraciones de la Iglesia Católica durante el pontificado de Benedicto XV a pedido de la Congregación Consistorial, que estaba preocupada por el gran flujo migratorio de italianos hacia diferentes regiones del mundo.
Fue así que el 6 de diciembre de 1914, la Congregación envió la carta “El dolor y las preocupaciones” a los Obispos italianos para pedir que instituyan la Jornada. El objetivo inicial era sensibilizar y recaudar fondos “a favor de obras pastorales para los emigrantes italianos” y para construir y sostener el Colegio para la Emigración, dedicado a formar misioneros en Roma.
El 21 de febrero de 1915 se celebró la primera Jornada en Italia a cargo de la Congregación Consistorial, que dio las directrices, sugerencias e informes financieros. Ese año, pidió a los Obispos de América que también recauden fondos. En 1928, la Congregación trasladó la celebración de la Jornada al primer domingo de Adviento.
En 1952, la Constitución Apostólica Exsul Familia recomendó celebrar anualmente la jornada “pro emigrante” no solo a favor de los italianos, sino también “de otras nacionalidades o idiomas” y extendió al resto del mundo la fecha de celebración designada en 1928.
En 1969, la instrucción “De pastorali migratorum cura” señaló que la “Jornada del migrante” se celebre en “el periodo y de la manera que las circunstancias locales y las exigencias del entorno social lo sugieran”.
En 2004, la instrucción “Erga migrantes caritas Christi” señaló a las conferencias episcopales e Iglesias Orientales Católicas que podían celebrarla un día o incluso una semana, y el Pontificio Consejo para la Pastoral de los Migrantes lo extendió también a los Refugiados.
Ese mismo año, el Papa San Juan Pablo II estableció que la celebración en toda la Iglesia Católica sea “el primer domingo después de la Epifanía, cuando ésta se traslada al domingo, y el segundo domingo después de la Epifanía, cuando permanece el 6 de enero”.
El 2018, el Papa Francisco anunció que “por razones pastorales”, se extienda la fecha al segundo domingo de septiembre.
Sobre los mensajes de la Jornada, es importante destacar la contribución del Concilio Vaticano II, pues influenció en la pastoral migratoria e hizo que el migrante se reconozca como “persona y ciudadano con derechos y deberes” y pase de ser un “destinatario de las obras de caridad cristiana” a un “sujeto de evangelización” y “protagonista del plan providencial de Dios”.
Desde entonces, las cartas se volvieron “mensajes temáticos” pensados para orientar “la reflexión sobre temas de naturaleza bíblico-teológica relacionados” con la pastoral del migrante. El primer tema de la Jornada establecido en 1968 fue “No hay fronteras para la Iglesia. Emigración: encuentro de hermanos”.
Para el P. Gabriele Bentoglio, Subsecretario del Pontificio Consejo para la Pastoral de los Migrantes e Itinerantes, la pastoral del migrante “alcanza su apogeo en Jesús Salvador, extranjero en el mundo de los hombres, que continúa su obra de salvación a través de los extranjeros de hoy”: los migrantes y refugiados.
Este año el Papa Francisco eligió como tema de la jornada la frase “Como Jesucristo, obligados a huir. Acoger, proteger, promover e integrar a los desplazados internos”, que busca centrar la atención en el “cuidado pastoral” de los migrantes.
Ante la pandemia del COVID-19 que azota el mundo desde inicios del 2020, el Papa Francisco realizó la Bendición “Urbi Et Orbi” el Domingo de Pascua, celebrado el 12 de abril.
El Santo Padre pidió a Dios “que reconforte el corazón de tantas personas refugiadas y desplazadas a causa de guerras, sequías y carestías. Que proteja a los numerosos migrantes y refugiados —muchos de ellos son niños—, que viven en condiciones insoportables, especialmente en Libia y en la frontera entre Grecia y Turquía”, dijo.
En mayo, el Papa Francisco reiteró este llamado en su mensaje para la edición 106 de la Jornada, subrayó que los migrantes y desplazados “no son números, sino personas” e invitó a facilitar el encuentro con ellos para conocer sus historias y así poder comprenderlas.
El Santo Padre también se refirió a la pandemia del COVID-19 y dijo que “nos ha recordado que todos estamos en el mismo barco. Darnos cuenta que tenemos las mismas preocupaciones y temores comunes, nos ha demostrado, una vez más, que nadie se salva solo”.
En ese sentido, señaló que los migrantes nos dan la oportunidad de encontrarnos con Dios y que en este encuentro se puede notar “que la precariedad que hemos experimentado” a causa de la pandemia “es un elemento constante en la vida de los desplazados”.
También, denunció que las agendas políticas nacionales están dejando a un lado este drama “invisible”, e hizo un llamado a la cooperación internacional para atender esta emergencia que también requiere de “iniciativas y ayudas internacionales esenciales y urgentes para salvar vidas” de personas que huyen del hambre y la guerra en busca “de una vida digna”.
El 25 de setiembre, el Papa Francisco se dirigió a los participantes de la 75ª Asamblea General de las Naciones Unidas por medio de un mensaje de video.
El Santo Padre señaló que es intolerable que se ignore de forma intencional que muchos de los migrantes “son interceptados en el mar y devueltos a la fuerza a campos de detención donde enfrentan torturas y abusos” y son “víctimas de la trata, la esclavitud sexual o el trabajo forzado, explotados en labores degradantes y sin un salario justo”.
El Papa también subrayó que los esfuerzos internacionales como los dos Pactos Mundiales sobre Refugiados y para la Migración “carecen del apoyo político necesario para tener éxito” y otros fracasan porque los estados “eluden sus responsabilidades y compromisos”.
No obstante, afirmó que “la crisis actual es una oportunidad: es una oportunidad para la ONU, es una oportunidad de generar una sociedad más fraterna y compasiva”.
Para ello, pidió reconsiderar el papel de “instituciones económicas y financieras, como las de Bretton-Woods, que deben responder al rápido aumento de la desigualdad entre los súper ricos y los permanentemente pobres”; y promover un “modelo económico que promueva la subsidiariedad, respalde el desarrollo económico local e invierta en educación e infraestructura”.
Finalmente, llamó a no dejar de “notar las devastadoras consecuencias de la crisis del Covid-19 en los niños, comprendiendo los menores migrantes y refugiados no acompañados” y pidió a todos los países que afronten “las grandes necesidades del momento, reduciendo, o incluso condonando, la deuda que pesa en los presupuestos de aquellos más pobres”.