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Incendio en una cocina casi provoca una tragedia en Esquina

Crédito: 3497

Un fo­co íg­neo pro­vo­có da­ños ma­te­ria­les en el in­te­rior de una vi­vien­da cuan­do una co­ci­na ar­dió en lla­mas y ca­si lle­gó a la ga­rra­fa, lo cual pu­do ser trá­gi­co, ya que en el lu­gar se en­con­tra­ba la pro­pie­ta­ria con sus dos hi­jos.



El he­cho ocu­rrió en la lo­ca­li­dad de Es­qui­na, al­re­de­dor de las 15, cuan­do la mu­jer se en­con­tra­ba co­ci­nan­do. En ese mo­men­to, co­men­zó el fo­co íg­neo en la zo­na de la co­ci­na en la que se co­nec­ta con la man­gue­ra de la ga­rra­fa, la cual afor­tu­na­da­men­te no es­ta­lló, aun­que sí se ge­ne­ra­ron lla­mas de gran mag­ni­tud que al­can­za­ron en­tre otros mue­bles a la ala­ce­na, jun­to a una par­te del te­cho de ma­de­ra, los cua­les fue­ron con­su­mi­dos par­cial­men­te.

 

Por for­tu­na, nin­gu­na de las per­so­nas pre­sen­tes al mo­men­to del in­cen­dio, sa­lie­ron he­ri­das. Es­te fue avis­ta­do por agen­tes mu­ni­ci­pa­les de trán­si­to, que vie­ron el hu­mo sa­lir de la ca­sa, y rá­pi­da­men­te lla­ma­ron a los Bom­be­ros Vo­lun­ta­rios.



Fue así co­mo una do­ta­ción se pre­sen­tó en el in­mue­ble ubi­ca­do por Go­ber­na­dor Ve­laz­co al 700.

 

Se­gún se in­di­có, la in­ter­ven­ción in­me­dia­ta de los bom­be­ros evi­tó que se ge­ne­re un in­cen­dio de ma­yor mag­ni­tud, el cual po­día com­pro­me­ter al res­to de la vi­vien­da.

 

Pér­di­das to­ta­les en una fin­ca cer­ca de Cu­ru­zú Cua­tiá de­bi­do a un in­cen­dio



Un in­mue­ble ubi­ca­do en el pa­ra­je Ca­za­do­res Co­rren­ti­nos que tam­bién su­frió un fo­co íg­neo en su in­te­rior co­rrió pe­or suer­te ya que sus pér­di­das fue­ron to­ta­les, con­ta­bi­li­zán­do­se en­tre los da­ños va­rios elec­tro­do­més­ti­cos que­ma­dos, al igual que bue­na par­te de su es­truc­tu­ra. En el he­cho no se re­gis­tra­ron le­sio­na­dos, ya que la fin­ca se en­con­tra­ba sin sus pro­pie­ta­rios al mo­men­to en que el in­cen­dio se de­sa­tó. Bom­be­ros ini­ció una in­ves­ti­ga­ción pa­ra sa­ber los mo­ti­vos del fo­co íg­ne­o.

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