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Jim Hollander, el fotógrafo de los sanfermines que retrata el conflicto israelí: «Siento lo mismo en la guerra que en el encierro»

Un toro de Miura hizo de Jim Hollander (New Jersey, 1949) un fotógrafo de guerra. Sucedió el 8 de julio de 1977. El reportero judío, que a sus 75 años sigue cubriendo el conflicto en Israel, Gaza y Líbano , había llegado a Pamplona cuatro años antes. Venía a vivir sus primeros sanfermines con su padre, un pintor bohemio y exproductor de cine del Greenwich Village con cortijo en Torremolinos, caballos, pelos largos y ropa hippie. La primera noche, se habían alojado en Casa Marceliano junto a la Cuesta de Santo Domingo , el restaurante en el que almorzaba Hemingway y donde en aquellos años, antes del encierro, los mozos sin posibles acudían a comerse, frías, las sobras de la cena. En los años siguientes Jim aprendió a correr con los gloriosos guiris Joe Distler —que sigue en la calle— y Matt Carney. Cartney era un héroe de Iwo Jima que había sido actor en París, un \'apolo\' gringo que corría el encierro en Teléfonos vestido con una sonrisa y que inspiraba novelas de James Mitchener en las que mozos convalecientes se ligaban a las enfermeras que los curaban.Jimmy era uno más en aquella cuadrilla de buscadores de la verdad en la que figuraban jinetes de rodeo, escritores y un miedo de Davy Crocket. Un año llegó a Pamplona a caballo desde Pizarra, en la sierra de Coín, en Málaga, donde vivía. «¿De dónde vienes?», le preguntaban las gentes de los pueblos, y el respondía, lacónico: «De Pizarra», pero nadie sabía dónde estaba.Noticia Relacionada Un año de la masacre del 7-O visual Si Israel, la nación trauma Chapu Apaolaza | enviado especial a Tel AvivNoventa carrerasSegún sus cuentas, se había asomado noventa veces al vértigo frío de las ocho de la mañana en la calle Estafeta tan larga, tan recta y tan profunda. El 8 de julio del 77 no sabía que, esta vez sería la última. Por aquellos años, en el encierro corrían dos cabestros «rápidos y muy listos» que apodaban \'los cabestros blancos\', unos bueyes lorquianos, pálidos y fantasmales que se aparecían de la nada. Esa mañana, Jim no los vio venir, así que sintió un golpe y se vio volando tres metros por los aires. Al caer, un miura se cebó con él y, aunque no lo corneó, la paliza fue tremenda. «Me hizo mucho daño», recuerda a día de hoy con ese tono suyo despreocupado, llano y punto irónico con el que lo mismo te cuenta que ha reservado mesa para comer que te anuncia que Irán está atacando Tel Aviv o te invita a subir a una colona de Beeri a hacer fotos de bombardeos. Unos metros más adelante de donde cogieron a Hollander, se formó un montón en el que se hirieron decenas de mozos y bajo los cuerpos encontraron a José Joaquín Esparza Sarasibar, muerto a sus 35 años. Los días de encierros son o muy buenos, o muy malos. Ese día era de los segundos. «Me dije: se acabó». Y se acabó. «Al día siguiente, como no iba a correr, decidí coger la cámara y me puse a hacer fotos del encierro ». Las mandó a UPI (United Press International) y así nació el mejor fotógrafo del encierro y el mejor retratista de los sanfermines que ha habido en la historia junto a Ramón Massats y su canónico reportaje sobre los la fiesta pamplónica.En la primera y la tercera imagen, Hollander inmortaliza los disturbios que ocurrieron el 18 de julio de 1978, cuando las fuerzas del orden irrumpieron en la plaza de toros y el enfrentamiento se saldó con la muerte de Germán Rodríguez Saiz, militante de la formación radical de izquierdas LKI. En la segunda fotografía, el papa Juan Pablo II ora ante el Muro de las Lamentaciones J. HollanderFoto de cartel taurinoA su estela, cientos de profesionales vendrían al encierro a llenar las portadas de los grandes medios con el milagro fugaz, luminoso y festivo, de la victoria del hombre sobre el miedo y la desdicha. Años después, en 2002, una de las fotos de Hollander sería imagen de la Feria del Toro. Aparecía un toro embistiendo a un capote, ligeramente desenfocado según la histórica expresión de Robert Capa para definir sus fotos del Desembarco. Expuso sus fotos por todo el mundo y publicó el libro \'Fiesta\' para cuya edición Reuters le concedió tres meses de permiso pagado. «Fue la primera vez que lo hicieron y después, me despidieron». La guerra vino poco después de la fiesta. Al año siguiente, estando en Pamplona, Jim se encontró con los sucesos de los sanfermines de 78. La plaza era un polvorín político. El 8 de julio, la Policía entró a sangre y fuego al cabo de una corrida en la que se había desplegado una pancarta a favor de la amnistía. Hollander retrató la batalla campal en la que la policía usó fuego real y que terminó en una carnicería con 150 heridos —siete de ellos por bala— y un estudiante muerto de un disparo en la frente. «Cuando volví a Madrid, me encontré con las manifestaciones estudiantiles y seguí haciendo fotos y enviándolas», recuerda.Un toro de Cebada Gago en la curva de Estafeta el encierro del 10 de julio de 2007 J. HollanderOrígenes en ReutersLos cabestros blancos y aquel toro de Miura lo habían hecho, sanfermineramente, fotógrafo de guerra. «Vendí las fotos a Capa Press». Empezó a ganar dinero. Trabajaría en Reuters y, después, en 2003, la agencia de prensa europea EPA le encargó montar y dirigir un equipo desde Israel para cubrir la información de la región con permiso de los sanfermines a los que acudía cada año. Durante medio siglo, el \'capotico\' del santo moreno, frente al que se para Hollander cada año en la Cuesta de Santo Domingo, le hizo su proverbial quite y ni él ni ninguno de los hombres que ha trabajado a su cargo ha resultado herido. En sus primeras fotos del 78 ya se advierte la pulsión del reportero de conflicto, ese pulso y ese deseo por estar cerca. Los cuerpos desmadejados de los mozos con pañuelico, las manos que taponan las heridas, o que abofetean mejillas para despertar al herido, serían las mismas que más tarde se encontraría en las operaciones israelíes en el Líbano, entrando con los marines en Kabul o buscando a Bin Laden por las montañas de Afganistán. En Sudán, en Irak, en Liberia, Adis Abeba o Mogadiscio o en el kibutz Nir Oz, todos los muertos terminaron siendo un poco el mismo muerto. El encierro también parece el mismo. «No he faltado ni un solo día. Aunque ya no corro, siento las mismas sensaciones, el mismo miedo a las ocho menos dos minutos, porque sé lo que está en juego», explica.—¿El encierro se parece a la guerra?—Siento lo mismo en la guerra que en el encierro. Las dos situaciones tienen algo de impredecible. En la guerra no sabes de dónde va a venir la bala que te va a matar y en el encierro, no sabes por dónde va a venir el toro que te va a matar. Ambas situaciones tienen que ver con la alegría de estar vivo. Hemingway decía que no hay mejor sensación que sobrevivir a un disparo en la guerra y algo similar sucede en el encierro. Pero hace 56 años que no corro.Guerra de GazaLa guerra, en cambio, sigue ahí, y él en ella, al otro lado del objetivo. Antes, iba a la guerra y desde hace un año, la guerra vino a él. Ahora, ocupa todos los espacios de su vida. Su segundo nieto —Manuel— nació la semana pasada en el refugio del hospital de Tel Aviv y allí estaba Jim con la cámara capturando los instantes aquella vida que de nuevo se abría paso entre la muerte. Solo que esta vez, la muerte lo ha visitado en su país, en su ciudad, en su casa, en su familia. La parca, que tomó posiciones el 7 de octubre en la carretera 232 y entre las casas de los kibutz, ahora es distinta. «Ahora es algo personal. Disculpa, están cayendo cohetes», comenta, e interrumpe la conversación durante unos segundos. Hezbolá ha lanzado decenas sobre el país. La cúpula de hierro ha llenado el cielo de nubecitas blancas que recuerdan en su inocencia a cuando el chupinazo del día seis de julio estalla sobre la plaza del Ayuntamiento de Pamplona. Pero no hay ni canciones, ni jolgorio, ni vivas a San Fermín y, a lo lejos, se escucha a Rina Castelnuovo, la mujer de Jim gritando: «¡Están cayendo en Tel Aviv!». Allí viven sus dos hijas. Hollander sigue en activo. Retrata a los soldados en la frontera con Gaza, los acompaña en sus cuarteles, toma imágenes de los bombardeos desde la frontera —«es terrible cómo ha quedado aquello»— y se mueve por la frontera del Líbano con el Ejército. En las FDI lo conocen bien y saben que es un tipo experimentado que sabe lo que se hace. Ha visto más guerras que ellos. Hace unas semanas, junto a la frontera de Líbano, en la zona desocupada de civiles, Jim retrató la entrada de los primeros tanques israelíes en el país vecino en la operación contra Hizbolá. A sus 75 años, en noviembre pasado retrató el momento justo en el que un misil impactaba en un edificio de Jan Younés y su imagen apareció en las páginas de periódicos de todo el mundo. —¿Será esta su última guerra?—Esta será la última guerra, si es que termina algún día.Hollander, junto a su mujer Rita Castelnuovo, ha comisariado en el centro Isaac Rabin de Tel Aviv bajo el título \'50 years and a day\' –cincuenta años y un día– una exposición sobre los atentados terroristas de Hamas del 7-O Jim Hollander Fotoperiodismo: de la Nikon F a la \'bodycam\' La mañana del 7 de octubre de 2023, Jim Hollander estaba en su casa en Jerusalén con su nieta, su mujer y sus dos hijas, cuando empezaron a escuchar las primeras noticias de la masacre que estaba perpetrando Hamás junto a la frontera. A sus 75 años, Jim y Rina, que siguen en activo, sintieron el reflejo de coger las cámaras, el coche y conducir hacia el fuego. Esta vez, su hija se puso delante de ellos: «No vais a ninguna parte». Los terroristas de Hamás habían empezado la rave de la muerte con que arrasaban cientos de casas en los kibutz, cazaban a los asistentes al Nova como conejos y sembraban el terror en ciudades y carreteras. Decapitaba, violaban, torturaban. «Quizás hubiera entrado allí. Mi hija me salvó la vida». Desde entonces, sigue trabajando a su aire desde el privilegio y la falta de ataduras que otorga la autoridad de ser leyenda de la fotografía. «Sigo trabajando, curiosamente para United Press que fue la agencia que primero compró mis fotos. La vida son ciclos que se repiten». Otras cosas muchas han cambiado, por ejemplo el acceso a las zonas de combate que está más restringido que en aquellos años. Hollander se apuntó a una lista para empotrarse con el IDF en las operaciones en Gaza y aún no le han llamado. Las imágenes llegan de otra manera. «Por primera vez se trabaja informando con imágenes de las \'bodycam\' de los soldados. Es un punto de vista muy distinto: muy directo», admite el fotógrafo, que ha comisariado junto a su mujer una muestra con este tipo de imágenes que se expone en el centro Isaac Rabin de Tel Aviv bajo el título \'50 years and a day\' –cincuenta años y un día–. Además, expone en ese mismo centro una muestra que firma al alimón con Rina, su mujer, en la que se recogen fotografías sobre el recuerdo de los atentados y el duelo del país y que se titula \'Remember\' -recuerda-. Uno de los trabajos que más tiempo y trabajo le han llevado en los últimos tiempos es Lonka Project , un trabajo con retratos de supervivientes del Holocausto en el que han participado más de 300 fotógrafos y que lleva el nombre de Lonka, la madre de su mujer que pasó por cinco campos de concentración durante el horror del exterminio nazi.

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