Abdalá II es el primer jefe de Estado árabe que visita la Casa Blanca en el comienzo del segundo mandato de Donald Trump, pero habría querido quizá ser el último. La amenaza del presidente norteamericano de quitar las ayudas a Jordania si no acepta su plan para Gaza coincide con el mandato que el monarca de Amán siente de liderar la oposición árabe a esa propuesta. Está en juego el prestigio de Jordania en la región. También su estabilidad política, puesta varias veces en peligro por la masiva presencia de refugiados palestinos. Y en el otro extremo de la balanza, la dilatada y estrecha amistad con Estados Unidos. Además de la ayuda económica y militar norteamericana a Jordania, estimada en unos 1.500 millones de dólares anuales.Jordania es, y ha sido siempre, un ejemplo de estabilidad y moderación en Oriente Próximo. El reino hachemí –un modelo teórico de monarquía constitucional, en realidad una monarquía absoluta que se apoya en partidos que la respetan– ha jugado siempre un papel esencial en la lucha contra los enemigos de Occidente. Desde 2013, la Inteligencia norteamericana está emparentada con la jordana en la batalla contra el terrorismo islámico. Así que Donald Trump, conocedor de todo ello, haría bien en ser prudente a la hora de jugar de farol con el monarca hachemí.Es mucho el dinero que está en juego en términos de ayuda directa de Estados Unidos, tanto económica como de armamento y formación de militares jordanos. Pero el problema palestino, que Trump quiere aparentemente resolver de un plumazo, afecta muy seriamente a la supervivencia de Jordania como Estado propio. En 1970, la OLP de Arafat trató de derrocar la monarquía jordana y cerca estuvo de conseguirlo. Hoy, la mitad de los 11 millones de jordanos son palestinos de origen. Pensar que es viable aceptar, de la noche a la mañana, gran parte de los dos millones de palestinos que han experimentado durante quince meses los horrores de la guerra en la franja de Gaza, es pensar en los excusado.