Opinión del Lector

La condena de Haití

El asesinato del presidente Jovenel Moise en Haití, por una banda parapolicial, de las más de 70 que existen en ese país, ha generado el temor de que se produzca una nueva intervención internacional seguramente encabezada por Washington o de que se afiance el poder territorial de las bandas de narcos parapoliciales.


Moise estaba por salir de la presidencia. En el caos haitiano, hacía más de un año que era una especie de presidente interino sin respaldo. Y no hay nadie que lo pueda suceder con el peso suficiente para contener el descontento popular por una situación económica calamitosa. Y menos para reducir a los grupos violentos cuya existencia alentaron tanto Moise como otros dirigentes para reprimir el descontento.



Al parecer, uno de estos grupos, que subsisten con el narcotráfico y otros delitos, sería responsable del asalto a la casa del presidente Moise, --un rico empresario bananero-- y de su asesinato.

La crisis en Haití es otro eslabón en la cadena de tragedias políticas a la que fue condenado el primer país de América Latina en independizarse y abolir la esclavitud. El ejemplo de los esclavos generando sociedades libres y más igualitarias era insoportable a principios del siglo XIX para las sociedades colonialistas o esclavistas.

Los independentistas norteamericanos de 1776 tendrían que haber recibido con alborozo a la nueva nación que surgía en Latinoamérica, pero la mayoría de ellos era esclavista y sólo vieron un ejemplo peligroso que podría extenderse.

Deuda

La declaración de la independencia haitiana fue en 1804, pero recién en 1825 fue aceptada por Francia a cambio de una enorme indemnización que el nuevo país demoró dos siglos en amortizar, durante los cuales la enorme deuda taponó la economía y condenó a sus habitantes a una miseria profunda. Haití es el país más pobre del Continente americano.

En 1915, Estados Unidos invadió Haití e impuso un protectorado. En esa época había hecho lo mismo con Puerto Rico, intervino la aduana de República Dominicana, impuso la enmienda Platt a Cuba e invadió Nicaragua.

Haití no pudo levantar cabeza, condenado por su origen esclavo afroamericano. Se sucedieron los dictaduras y la miseria hasta que en 1957 asumió el médico rural Francois Duvalier, con un discurso antimperialista que rápidamente viró hasta convertirse en aliado de Estados Unidos. Papá Doc y su grupo parapolicial, los Tonton Macoute, se convirtieron en el paradigma de las dictaduras terroristas latinoamericanas.

Baby Doc

A Papa Doc lo reemplazó su hijo Jean-Claude, conocido como Baby Doc (foto), que fue derrocado en 1986 por un gobierno militar que dió elecciones en 1990 cuando fue elegido por aplastante mayoría el sacerdote salesiano formado en la teología de la liberación, Jean Bertrand Aristide. Su gobierno popular duró siete meses. Aristide se refugió en Estados Unidos donde había una colonia numerosa de haitianos.

Ante la inestabilidad permanente de la dictadura militar y la presión de la migración multitudinaria de haitianos que huían de la miseria, el presidente Bill Clinton volvió a invadir Haití, pero esta vez para reponer a Aristide. El popular sacerdote resistió las presiones, se negó a privatizar las empresas estatales, pero las concesiones en el plano económico hicieron fracasar su gobierno y terminó exiliado en Sudáfrica.

Esa es la historia de un Haití azotado también por terremotos y huracanes, calamidades que hicieron aún más precaria la vida de los sectores populares.

El presidente asesinado era aliado de los Estados Unidos, había llegado a un acuerdo con el Fondo Monetario y sus representantes levantaban la mano en la OEA junto con el hombre Washington, el secretario general Luis Almagro. En el esquema de poder clandestino, Mose estaba aliado con uno de los grupos paramilitares más poderosos, asentado en Puerto Príncipe. Pero en los últimos meses se había producido un distanciamiento entre el mandatario y “Barbacue”, el jefe de ese grupo, que convocó al pueblo a las armas. Mose había pedido ayuda a la OEA para combatir a los paramilitares.

Autor: Luis Bruschtein

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