El siglo XX termina con la disputa entre el declive de la hegemonía imperial estadounidense y el surgimiento de fuerzas favorables a un mundo multipolar en el centro de la lucha política mundial. Ya se proyectaba como la disputa central del nuevo siglo.
El siglo XXI acelera estas disputas. En primer lugar, con la irrupción de la pandemia, que pone de manifiesto la debilidad de Estados Unidos para hacerle frente y la forma mucho más acertada de China de afrontar sus efectos. Lo que ya se reveló como un factor que acelera el enfrentamiento central en el nuevo siglo.
Cuando la pandemia parecía ser el factor determinante en la entrada del siglo XXI, que marcaría todo el nuevo siglo, surgió la guerra en Ucrania. Esto ya se produjo en el nuevo marco de alianzas estretegicas entre Rusia y China, que formalizó un largo proceso de acercamiento entre ambas potencias. Al mismo tiempo que la administración de Donald Trump y sus secuelas -incluida la invasión del Capitolio- revelaron la crisis del sistema político estadounidense y la fuerza de una derecha transformada en extrema derecha. Un nuevo elemento de debilitamiento de la capacidad de hegemonía política en el mundo, que siempre se enorgulleció de su modelo de democracia.
La tercera década del nuevo siglo proyecta así una nueva forma de guerra fría. La primera se basaba en el relativo equilibrio entre Estados Unidos y la Unión Soviética, con la superioridad económica y tecnológica de Estados Unidos, y un equilibrio entre ambas potencias a nivel militar.
Desde que la URSS hizo estallar su bomba atómica, se ha impuesto a EE.UU. un equilibrio catastrófico, en el que ya no es posible una nueva guerra mundial porque las dos potencias se destruirían mutuamente. Fue en este marco que surgió la Guerra Fría en la que se dieron conflictos entre los bloques liderados por EE.UU. y la URSS en un marco de convivencia, con pactos políticos y diferencias entre ellos. La crisis de Cuba y los conflictos en torno a Berlín fueron los momentos de mayor riesgo de enfrentamiento abierto entre los dos bloques. Sin embargo, en el marco del equilíbrio catastrófico, encontraron vías de resolución pacífica de los conflictos.
En la primera guerra fría fue característica la superioridad del bloque occidental a nivel económico, apoyado en las economías norteamericana, europea y japonesa, frente al relativo atraso de la URSS y los demás países del bloque liderados por ella. EE.UU. utilizó esto para influir en la situación interna de la URSS como propaganda del éxito económico del capitalismo y las tentaciones del consumismo de mercado.
La combinación de estos factores, más el congelamiento de la situación interna de la URSS, incapaz de renovarse como economía y de democratizarse, especialmente acentuada durante los largos 18 años de gobierno de Brezhnev, terminó desembocando en la crisis interna que llevo’ al fin de la URSS. Por primera vez, una gran potencia en la historia de la humanidad prácticamente se derrumbó desde adentro, sin ser derrotada en una guerra.
La desaparición de la URSS y del campo socialista ha devuelto al mundo a un período de hegemonía unipolar a escala mundial, bajo la dirección de Estados Unidos, que no existía desde la hegemonía británica del siglo XIX.
Pero este escenario duró poco. Las transformaciones en Rusia bajo Vladimir Putin y los avances en China impusieron rápidamente una nueva situación. La nueva guerra fría es muy distinta de la anterior. Estados Unidos es más débil y las fuerzas alternativas, a favor de un mundo multipolar, agrupadas en los BRICS, tienen una fuerza creciente.
El acuerdo estratégico entre China y Rusia se produce en paralelo a un debilitamiento de la hegemonía estadounidense sobre su campo. En la guerra de Ucrania, Francia y Alemania se vieron tentadas a tomar iniciativas propias, sin confiar en el vacilante papel de Joe Biden en la coordinación del campo imperialista.
Comparado con la fuerza que tuvo en la primera guerra fría, ya sea en el campo político, económico, tecnológico y hasta militar, Estados Unidos es flagrantemente más débil. En la crisis de Ucrania, incluso la superioridad militar de EE. UU. resultó ser relativa, ya que la iniciativa y la audacia de Rusia neutralizaron su capacidad de acción.
Al mismo tiempo, las eventuales victorias de Lula y Petro podrían configurar una América Latina más fuerte y coordinada que nunca, que fortalezca a los BRICS y el surgimiento de un mundo multipolar.
La nueva guerra fría será así muy diferente a la primera, menos estable en el equilibrio de fuerzas entre los dos bloques, con tendencia al fortalecimiento de las fuerzas emergentes y al declive de EE.UU.
El siglo XXI seguirá siendo un siglo de disputa entre el declive de la hegemonía norteamericana y el ascenso de fuerzas favorables a un mundo multipolar. Pero tanto la pandemia como la guerra de Ucrania aceleran esta disputa, acentuando el desenlace favorable para esta última. El destino de los Estados Unidos en el nuevo siglo se convierte en una incógnita.
El eventual regreso de Donald Trump a la presidencia de los EE.UU. podría representar una forma de convivencia con Putin y la propia China o una nueva forma de confrontación, ya que Trump puede darse cuenta de cómo el prestigio de los EE.UU. y sus efectos en su electorado tienen efectos muy importantes también en el voto.
La tercera década del siglo XXI resulta decisiva para el destino del mundo a lo largo de la primera mitad del siglo y quizás incluso de todo el nuevo siglo. La disputa entre el declive de la hegemonía norteamericana y el creciente fortalecimiento de las fuerzas favorables a un mundo multipolar deben llevar al mundo, a finales de esta década, a un nuevo escenario político diferente, con un papel decisivo para los BRICS.