Los espacios políticos no pueden seguir siendo rígidos, cerrados. Por el contrario, deben ser abiertos, flexibles.
Hace pocos días, el filósofo político Daniel Inneraraty publicó un artículo sobre Saber y Poder donde despliega conceptos que considero oportuno volver a subrayar. Si bien se trata de reflexiones que anteceden a la irrupción del Covid-19, sin duda la pandemia, su prolongación y velocidad de contagio, visibilizan aún más y aceleran la necesidad de repensar las democracias y las viejas categorías políticas. Y, reflexiona el autor de “Teoría para una democracia compleja y Pandemocracia”, que este nuevo frame se presenta como una instancia ideal para preguntarnos sobre los privilegios que han perdido, tanto el poder como el saber. El primero ya no puede darse el lujo, la arrogancia, de mandar sin aprender. La escucha activa y apertura a nuevos conocimientos es imprescindible. Como tampoco la ciencia, por su parte, puede jactarse u ostentar el monopolio de la verdad sin someterse a un proceso de legitimación permanente. No hay un saber único ni un poder absoluto. El desafío es, entonces, compensar las debilidades y fortalezas de uno y otro para enfrentar las complejidades del siglo XXI.
¿Por qué entonces es necesario que los espacios políticos dediquen tiempo y esfuerzo a reflexionar sobre estos desafíos? ¿Nos podemos dar el lujo de eludirlos?
Los espacios políticos no pueden seguir siendo rígidos, cerrados. Por el contrario, deben ser abiertos, flexibles. Y en ese sentido no hay forma de continuar con procesos formación unidireccional. Y mucho menos de adoctrinamiento o cualquier otro modelo que en algún momento abrazaron los partidos políticos. Desde ProyectAr, la Escuela de Gobierno, del “Buen Gobierno”, creemos que los partidos deben generar ámbitos de aprendizaje abiertos, plurales, diversos, paritarios y federales. Y colaborativos.
Se podrá argumentar, observar y hasta cuestionar, que no hay margen para abocarse a reflexionar sobre estos desafíos cuando tenemos la responsabilidad de gobernar. Sobre todo en tiempos tan aciagos como los que nos toca transitar donde lo urgente manda. Sin embargo, es justamente la velocidad del cambio, la incertidumbre, la falta de certezas, la perplejidad de los ciudadanos frente a la sucesión de acontecimientos inesperados, de los crecientes malestares y la falta de confianza, que deben ser repensados, entre todos, temas tan neurálgicos para nuestro presente y futuro. Necesitamos que la política recupere la confianza social. Tenemos la obligación, como dirigentes políticos, de aprender y compartir conocimiento. Siempre. De ampliar la mirada, de conversar con todos y todas, de escuchar. De ejercitar cada día la acción de ponernos en el lugar del otro. Porque practicando la conversación genuina es la única forma de que las cosas sucedan de verdad.
Sentimos la necesidad, en estos tiempos tal vez más que nunca, de abrir la política. De relacionarnos con centros de investigación, con las universidades nacionales e internacionales, con académicos, especialistas y gestores de políticas públicas. Nadie tiene todas las respuestas. Nadie tiene el monopolio del conocimiento y los liderazgos deben tener la flexibilidad de adaptarse a las nuevas complejidades sociales. En nuestro país, como pasa seguramente en gran parte del mundo, los nuevos desafíos requieren de soluciones colectivas y grandes consensos y acuerdos. Palabras que por cierto deben ser reivindicadas cuando la polarización actúa como zonas de confort, de comodidad, de refugios seguros frente a la incertidumbre. Lo innovador, lo si se quiere disruptivo, arriesgado, es buscar ampliar, provocar consensos, salir de las trincheras, estar dispuestos a ceder, dejar de aferrarse a verdades aparentes.
Necesitamos proyectar nuestro presente y nuestro futuro.
Por todo esto es que estamos impulsando Proyectar, nuestra Escuela de Gobierno y Políticas Públicas. Así, abierta, plural, diversa, paritaria y federal. Una escuela acorde a los desafíos del siglo XXI.