Hagamos un ejercicio de imaginación. Juguemos a la fábula.
En una reunión de vecinos aparece un recién mudado al lugar, y a los gritos dice "voy a destruir este barrio". Lo sacan de la reunión y al rato vuelve y vocifera nuevamente "quiero destruir todo el barrio, lo voy a destruir, para eso vine a vivir acá"
Algunos vecinos vuelven a echarlo mientras doña Cata y el Carozo Sánchez van hasta la comisaría (dos cuadras nomas) y presentan una denuncia por amenazas.
Por supuesto, la policía lo encara, lo interroga y abre un sumario que pasa a una fiscalía, que lo cita, lo interroga y probablemente y de acuerdo a la potencialidad de efectivizar esa amenaza, termine procesándolo mediante el art 149 bis del Código Penal.
Y el tipo puede tener una condena a prisión de entre seis mesas a dos años, por alarmar y amedrentar a una o más personas.
Y en este caso, como el mal, constitutivo de un delito (como lo es sin duda, destruir un barrio) está dirigido contra un colectivo que es el barrio todo, la pena se ve agravada.
Pero, ¡que distinto es cuando alguien dice que va "a destruir al Estado"! (no a un barrio, al Estado todo) y encima tiene la idoneidad que le habilita mecanismos para hacerlo, ya que como Presidente puede ir eliminando, achicando, inutilizando partes del Estado con el solo ejercicio de su firma y tambien posee la fuerza para lograrlo, mediante la jefatura de todo el personal armado y de seguridad del pais al que puede hacer participar, por ejemplo, en evitar que los que quieran defender al Estado, logren hacerlo, y que los que se oponen a esa destrucción, incluso puedan ser castigados (reprimidos) al demostrar esa actitud.
En este caso no hay mucho alboroto y ni siquiera, entre tanta dirigencia política que se pavonea gritando "la Patria no se vende" o "No pasarán" y otras lenguaraces e inútiles jactancias, aparecen dos valientes como doña Cata y el Carozo Sánchez, que se animen a denunciarlo.
Nuestro pais entró en una etapa de sollozo contenido, de valentías dichas al oído para creerse, entre dos, que son corajudos y de una ácida lluvia de mierda que, como mucho, debiera mojar a algunos y por alguna razón más cercana a Jacques Lacan que a Juan Perón, nos está mojando a todos y lo soportamos sin distinguirnos ni ponernos el piloto Aguamar.
En tanto convivimos con una clase dirigente que en su mayoría duerme la siesta y cuando amaga con despertarse se toma unos ansiolíticos para continuar en la tranquilidad de su romance con Morfeo.