Fue como volver a pisar un camino que se había desbloqueado dos años atrás. Ya habíamos vivido una mañana con la media sanción de la interrupción voluntaria del embarazo, ya habíamos gritado con amigas y visto la emoción de las pioneras por el estallido verde. Habíamos caminado por acá, y volver a encontrarnos así tiene la calidez de las construcciones colectivas.
Pero porque el proceso es largo y quedan tareas por delante, es inevitable advertir algo grave que pasó. Lo expuso brutalmente el diputado jujeño Julio Ferreyra durante la sesión: ante la falta de argumentos y el avance de los derechos, algunos solo pueden tratar de imponer violencia, y ya no se conforman con fotos sanguinolentas, videos engañosos, mentiras, muñecos de bebes empalados y ensangrentados, fetos con deseos de escolarización. A quienes pretenden imponer su propia mirada del mundo aun a quienes no la comparten, ya no les alcanza con que la violencia sea simbólica: pasaron al acto.
En la madrugada, cuando muchas bancas habían quedado vacías, Ferreyra fue taxativo: “no estoy actuando libremente”, dijo. Aunque él tenía la intención de votar en un sentido (a favor del proyecto de IVE), aunque las presiones que pudiera recibir él (“todo tipo de amenaza”) no le importaban demasiado, agregó, había pasado algo más, que había incidido de manera radical sobre su voto: las amenazas habían llegado “hasta la casa de mi hija en la mañana”. Ante la evidencia de que las presiones tradicionales (por ponerles un nombre, porque cabildeo y negociación, definitivamente, no son) no funcionaban, los sectores de la reacción no dudaron.
Y sin embargo lo que sucedió con la familia de Ferreyra no fue el primer episodio de la escalada. En su necesidad de polarizar, el integrismo y la reacción apostaron a la violencia y la acción directa por fuera de todo mecanismo democrático. Los llamaron “escraches”, pero fueron aprietes. Como con bloquear casillas de correo electrónico a fuerza de bloquearlas no alcanzó, como el tránsito por los despachos --pandemia mediante-- ya no es lo mismo, fueron a las casas de los representantes elegidos por el pueblo.
Fueron a la casa de Facundo Suárez Lastra, en Ciudad de Buenos Aires; a la puerta del barrio de Laura Russo, en Escobar; a la panadería de la familia de Carolina Gaillard, en Entre Ríos; a la casa de Claudia Najul, en Mendoza. Repartieron entre vecinas y vecinos volantes de una misma factoría: el rostro y el nombre del diputado en cuestión y una foto de vísceras sangrientas, el lema “votó a favor del genocidio del aborto”. Pintaron los frentes de las casas, las veredas, con un stencil que decía “si hay aborto hay guerra”.
Ya en 2018 habían aumentado la intensidad de su reacción. Se vio con claridad en el Senado, la instancia a la que, evidentemente, habían imaginado que el proyecto no llegaría.
A diferencia del régimen que se dio la Cámara de Diputados en este tramo, el Senado seguirá sesionando de manera remota hasta marzo del año próximo. Eso quiere decir que las y los legisladores, a excepción de las autoridades y otros cuatro senadores (2 por la mayoría, 2 por la primera minoría), estarán en sus provincias y no en la Cámara. ¿Qué les puede deparar a ellos la reacción (integrista, antidemocrática, neoconservadora, fortalecida bajo el paraguas prestado de la “derecha alternativa”), si en lugar de al amparo del Congreso --como estuvieron los diputados amenazados, a pesar de todo-- están en sus casas, en sus distritos?
El viernes la luz se hizo cuando amanecía. Otra vez después de una madrugada intensa, otra vez después de palabras ofensivas, brutales en algunos casos, de mentiras, de admoniciones que sin querer sonaban a utopía (como el “si tanto les molesta dios, sáquenlo de la Constitución” de una diputada con agenda confesional, Dina Rezinovski, que lo proponía con indignación y que en redes, en cambio, fue recibido con alborozo). Otra vez la calle, con glitter y pañuelos verdes, festejó. En medio de la pandemia, en el arranque de un día de calor intenso, sobre el fin de una semana del último mes del año. En las circunstancias, si se quiere, más adversas. Falta, pero falta menos. Toda construcción tiene sus pasos, sus tiempos, y la nuestra está cada vez más firme. Por eso la reacción sube su volumen. Ojalá el ruido no apabulle a las legisladoras y los legisladores sobre quienes, en esta etapa, recae la responsabilidad. Ojalá puedan decidir con libertad, en el sentido amplio, feliz, de la palabra. Ojalá las instituciones y los recursos de la democracia prevalezcan.