La construcción del edificio se inició a mediados del siglo XIX, pero terminó de configurarse ya en el XX. Por problemas estructurales, se pasó de dos torres a una sola central.
Corrientes cuenta con un amplio catálogo de construcciones que tienen valor histórico y arquitectónico, la mayoría construidos hace más de un siglo. Entre ellos se encuentran los templos religiosos, como la iglesia de la Merced, emplazado en el área monumental y centro administrativo de la ciudad.
Como casi todos los espacios que hoy representan una parte importante del patrimonio capitalino, provincial y hasta nacional, La Merced pasó por varias etapas y se erigieron antes allí otros edificios hasta que, a mediados del siglo XIX, se comenzó con la edificación del actual. Más allá de esto, el templo conocido hoy por los correntinos terminó de tomar forma definitivamente recién hace menos de un siglo.
Aunque la idea estaba desde antes, fue en 1862 cuando comenzaron con los trabajos para construir un nuevo templo que reemplazara al que estaba en ese mismo lugar y muy deteriorado, con paredes a punto de derrumbarse. Del antiguo edificio colonial se estima que solo se utilizó una parte de los cimientos, ya que se buscaba una estructura firme hecha de ladrillos.
Hacer una construcción semejante demandó un esfuerzo económico importante en aquella época. Fue entonces cuando tuvieron que concatenar los fondos estatales, los de la misma iglesia y una fuerte participación de la ciudadanía. El Gobierno de la Provincia aportó $ 4.000 y otros $ 2.000 se obtuvieron a partir de limosnas y colectas.
Pero la solidaridad para la construcción del nuevo templo de La Merced no se circunscribió a la cuestión económica, sino que la ciudadanía colaboró de manera directa en la obra propiamente dicha. Cuentan los relatos de la época que podía verse por momentos una línea de mujeres que iban y venían del templo en construcción al lugar donde se guardaban los ladrillos. “Cada mujer tomaba dos o tres ladrillos, los ponía sobre su cabeza o en sus manos y los dejaba en la obra”, dice una de los testimonios que quedaron.
Lo mismo sucedió con el agua, que era transportada desde el río hasta la obra muchas veces por la noche, para que los trabajadores tuvieran listos los materiales al otro día al iniciar la jornada. La construcción del nuevo templo se había vuelto una cuestión central para el Estado, el catolicismo, los feligreses y los correntinos en general.
Como pasó también en muchos de los históricos edificios que se conservan en la ciudad, el avance de la obra tuvo serios contratiempos. En el caso de La Merced, aseguraban que el ingeniero Grosso, jefe de la obra, casi no aparecía por el lugar. El hombre, en aquellos años, tenía a su cargo también la catedral y el Teatro Vera, entre otras intervenciones de envergadura que le impedían abocarse plenamente a cada una de ellas. Por eso, se cambió el responsable de la edificación, con las lógicas complicaciones en los plazos.
Es así que la obra estuvo prácticamente culminada para 1964, pero los problemas comenzarían una década después, cuando se advirtió que las torres estaban en mal estado y con riesgo de caerse.
En 1877, decidieron hacer obras en el frente y se colocó también la pila bautismal, que había sido retirada de la iglesia Matriz, construida donde se encuentra actualmente la Casa de Gobierno. Las torres comenzaron a ser también un problema, ya que una de ellas contaba con un corredor que ocupaba gran parte del espacio de la calle Buenos Aires, afectando el trazado urbano. Se analizaron diversas alternativas, pero todas ellas requerían importantes transformaciones y fuertes inversiones. En ese contexto nació la idea de una torre única para ahorrar y solucionar los problemas.
En 1900 llevaron adelante la demolición de las torres, construyéndose una sola central como la que puede observarse hoy. También se instalaron las campanas y la cruz en la parte superior.
Luego, para la década de 1930, se hicieron obras de terminación en mármol, colocación del órgano y otras cuestiones que pueden considerarse menores respecto de las modificaciones fuertes que se dieron a comienzos del siglo XX, cuando La Merced configura gran parte de su fisonomía actual.
Estatus
El templo de La Merced fue construido en un área central de la ciudad, por lo que convocó desde sus inicios a una feligresía de clase alta, pudiente y siempre bien predispuesta a realizar generosos donativos a la Iglesia. Esto posibilitó que se realicen exitosas colectas y que puedan juntarse los fondos que ayudaron a su edificación, más allá del apoyo estatal.
Esta misma condición hizo que se dieran algunas polémicas, ya que, estando cerca del Cambá Cuá, por aquel momento considerado periférico, fue también lugar de fe para la población afrodescendiente.
La llegada a la iglesia con la imagen de San Baltasar en la primera mitad del siglo XX no fue bien recibida por las familias más influyentes de aquella época y fue el argumento para intentar prohibir el ingreso “a aquellos que no conocen más que la diversión”, haciendo referencia a la tradición festiva que tiene el santo negro.
Con nuevo edificio, La Merced se consolidó como uno de los espacios religiosos más importantes de la ciudad, estatus que mantiene hasta ahora junto con otras de similar trascendencia histórica y arquitectónica. La República