Opinión del Lector

La nueva cepa y una reacción de pánico que paraliza: ¿adiós al desconfinamiento?

El virus no respeta fronteras geográficas ni tampoco las fronteras simbólicas de clase social. Es importante insistir que las precauciones deberán seguir existiendo, más allá de la eficacia de una eventual vacuna.


El desconfinamiento se estaba proponiendo de manera progresiva, tanto en nuestro país como en muchos otros. Pero ahora, frente al aumento de los contagios provocados por una nueva cepa que se presenta con una mayor contagiosidad, las medidas de confinamiento pueden verse reforzadas. Ya la Unión europea ha anulado todas las comunicaciones con el Reino Unido, y nuestro país ha anulado los vuelos desde Londres y quizá la frontera con Brasil. Uruguay ha cerrado todas sus fronteras.


La vida cotidiana y las fiestas tradicionales de Navidad y Fin de Año no tendrán sus características habituales antes de la pandemia, sino dentro de un tiempo imposible a determinar. Es factible que el riesgo de contagiarse perdure antes que una vacuna eficaz permita protegernos. Esto supone una adaptación a nuevas formas de vida, más restringidas y dolorosas por el distanciamiento social, incluidos nuestros afectos cercanos. ¿Quién no anhela abrazar a su pareja, a sus hijos a sus nietos, a sus padres y amigos?

El abrazo, algo que nos parecía tan natural, se ha convertido en una esperanza por venir. Si bien un cierto grado de desconfinamiento, por un lado, podrá aliviar económicamente a una gran parte de la población, pueden existir reacciones contrarias frente al riesgo de contagio siempre presentes. De un lado, aquellos que tienen temor y toman precauciones útiles, aquellos que tienen temor pero banalizan, aquellos que reaccionan de manera paranoica frente al virus y aquellos omnipotentes que desestiman al virus negando la realidad del riesgo de contagio.

Así vemos las playas llenas de gente en Miami o un grupo perteneciente a la asociación del rifle en USA, que se rebela contra el confinamiento. O las playas de la Costa Atlántica de nuestro país, abigarradas de gente. Las reacciones son siempre individuales en función de los mecanismos de defensas de cada uno. Pero la reacción individual no es independiente del riesgo comunitario. Aquí es donde interviene el Estado para regular el riesgo social. Se calcula que cada persona infectada puede contagiar a varias personas más en función del índice de contagiosidad. Y se calcula que la nueva cepa que hizo explosión en el Reino Unido, ha aumentado de 70 % la contagiosidad.

Por eso es importante insistir que las precauciones deberán seguir existiendo, más allá de la eficacia de una eventual vacuna, y que si bien es importante no entrar en pánico, es sin embargo indispensable tener un temor prudente al riesgo real de infección. Frente a lo disruptivo del virus en el cuerpo pero también en el psiquismo, se puede producir una reacción de pánico que paraliza y es estéril, o un temor lúcido ante una realidad inquietante que nos hace prudentes y eficaces, permitiendo evitar la diseminación del virus y simultáneamente protegerse.

Albert Camus, en La Peste, decía que las epidemias despiertan lo mejor y lo peor de las personas. Llama la atención la reacción de mucha gente ante el personal de sanidad, por un lado se los aplaude en agradecimiento al riesgo que corren por infección o agotamiento, pero por otro lado de manera irracional se los quiere expulsar de los consorcios como si vehicularan la peste.

Letras Libres

En el mejor de los casos, el confinamiento habrá servido para reflexionar sobre la jerarquía que cada uno quiere dar de aquí en más a sus afectos y a sus verdaderos valores. Xavier de Maistre, obligado a permanecer cuarenta y dos días en su habitación, escribió un libro que se llama “Viaje a alrededor de mi habitación”, en el cual propone un vagabundeo de ensueños creativos. Ojalá habremos aprendido de nuestros temores y ensueños que no somos sin el otro, que estamos todos en el mismo crucero, y que nadie puede resolver sus problemas de manera individual sino en interacción con el otro. El virus no respeta fronteras geográficas ni tampoco las fronteras simbólicas de clase social. Es un virus democrático. Lo que es menos democrático es cómo cada uno puede confrontarse con las consecuencias económicas del confinamiento.

Algunos seres humanos creyeron en la omnisciencia de la palabra "mercado", como si fuera el paradigma que debería regir nuestras vidas, en vez de privilegiar la condición de viviente y el entorno social y ecológico que lo influencia.

El ser humano no puede existir sin el respeto a las leyes de la naturaleza y del ecosistema. Las consecuencias podrían ser que las zoonosis se multipliquen de manera incontrolable poniendo en riego a la subsistencia misma de la humanidad. Angustia la incertidumbre en cuanto al futuro del planeta, nuestra casa. ¿Triunfará la pulsión de vida o la pulsión de auto-destrucción en nuestro planeta?

Nada será igual que antes de la pandemia. Queda por saber si como sociedades seremos mejores o peores que antes de la misma, si la humanidad busca la sobrevida o se desliza inexorablemente hacia su propia destrucción.

Autor: Juan Eduardo Tesone

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