El 20 de abril del año 2020 yo escribía en Página/12, estando en plena pandemia “La comunidad que viene es una comunidad de riesgos, colisiones y conflictos. Será, si cabe aún, más conflictiva que ahora, pero no será una guerra internacional sino una síntesis de conflicto y cooperación, una construcción interminables de perdedores y triunfalistas, porque la victoria será el propio desarrollo de todos los juegos”.
Pero si miramos los comienzos del año 2022, el horror de las grandes violencias, sin alternativas, todas seguidas, una a continuación de la otra, el año promete más que conflictos y sinrazones.
Los medios editorializan acerca de los crímenes y los móviles nos muestran las imágenes de los lugares donde patotas que incluyen varios adolescentes mataron a golpes a un joven y a un adulto, que cayeron muertos por botellazos o apuñalados. Estos crímenes no constituyen novedad, pero lo que resulta interesante es que se trata de delitos sin motivo a la vista, se trata de matar por matar. Lo cual tampoco es novedad en la historia de la civilización. Pero nos asombra la cercanía, geográfica y temporal. Sucede al lado nuestro, todo junto de golpe. Y esa es una novedad.
Crímenes diarios, uno tras otro, feminicidios protagonistas de fiestas barriales, toda clase de delitos incluyendo policías comprometidos, cualquiera fuese su rango, un panorama que no deja de sorprendernos. Un hombre en situación de calle a punto de ser incinerado por una mujer, en el horror de una máxima perversión y jóvenes de distintas edades rozando la niñez, también ellos.
Como si durante dos años se hubiesen acumulados los instintos más brutales para desencadenarse de repente en el año 2022, durante un año que se precipita en la violencia de toda índole.
Es verdad que durante el 2021 hubo asaltos y crímenes pero, por ejemplo, los ataques a criaturas pequeñas, están siendo notables. El maltrato contra niños y niñas se encuentra en edades tempranas con singular crueldad.
Es evidente que ha disminuido el reconocimiento del otro como un, un otro, otra, como un semejante y la frase de Hanna Arendt : se nace como humano y nos transformamos en personas, adquiere particular valor.
Durante ese tránsito desde el animal humano hasta la persona, se recorre un territorio caracterizado por los valores que incluyen, primordialmente el respeto por el otro. También Cristo pidió amor por el otro, asumiéndolo como hermano.
¿Será solamente un período de la Humanidad? ¿O resulta indispensable que se mantenga este ritmo y el mundo continúe con estas violencias? O será, que, desde Voltaire esta pregunta acosa a las sociedades, cada cual con sus espantosas violencias.
En un momento se supuso que el sujeto reflexionaría y se crearon los derechos humanos. Las nuevas identidades se incluyeron entre ellos. Pero a pesar de los nuevos derechos, los valores continúan en retirada. Y las demandas ahora ya no son reclamar derechos humanos a las autoridades sino más seguridad.
¿Seguridad sobre nuestra vida?
¿Sobre nuestros bienes?
¿Acerca del respeto y defensa de derechos por parte de un Estado, otrora benefactor?
En mi texto, seguridad aparece como un abstracto, donde cada quien o quiénes completa el formulario de incertidumbres. Bien lejos de la abstracción seguridad es un concreto que se siente en el ánimo cotidiano y es la que se demanda.