Una vez más el silencioso descontento comenzó a surgir. Las palabras de los que suben a las tarimas a creerse dueños de la verdad se vaciaron, otra vez, de contenido. Vacuas como son, gimen en el éxtasis que produce el éxito efímero.
La victoria aplastante de las últimas elecciones los visten con su verdadera cara. La plata no alcanza y solo les importa si les tocan los votos que les permiten perpetrarse. Otra vez los guardapolvos en las calles.
Ni piqueteros, ni planeros, esta vez. Son los eslabones más débiles que cuando empiezan a juntarse de verdad forman una cadena casi imposible de romper. Cadena que empezó como un rumor y acrecentó la versión de siempre: la plata no alcanza. Los oídos sordos y las respuestas vacías comenzaron a friccionar las voces. Excesos varios, violencia simbólica que a veces no es deleznada pero que otras veces cobra la simbología que siempre tuvo.
Hace más de 20 años empezó a caer así un régimen que gobernó sin pleitesía y con una morbosidad pocas veces vista. Supo ser récord de votos también y cayó tan fuerte y tan bajo como alto había llegado.
No se puede correr a padres y abuelos de familia con una palmadita en la cola. Conformarlos con “es culpa de los de Nación”, cuando ellos también gestionan y gobiernan. Los y las maestras comenzaron la marea de manifestaciones que puede volverse océano.
Sin embargo del otro lado no existe en Corrientes una afrenta política capaz de construir tejiendo uno a uno los eslabones sueltos. Todos sabemos y todos nos damos cuenta. Todos entendemos y todos podemos votar. Nadie lo usufructúa.
Quizás el problema sea que, de nuevo, los que acá son oposición no solo no están juntos, sino que juegan el mismo partido que los que gobiernan.
En la Nación el oficialismo protesta contra una oposición que reclama por los mismos males que acá se quejan ellos mismos, pero en bandos opuestos. Una suerte de circulo del eterno retorno discursivo que solo propone que la misma rueda gire.
Ni los blancos ni los colorados nos sacarán de este apriete. Apriete que ellos mismos construyeron cuidadosa y metódicamente desde mucho antes que muchos de nosotros hubiéramos nacido.
Difícilmente la matriz se modifique, poco probable es que un terruño oscuramente conservador encuentre en su misma raíz un cambio profundo y necesario. Es que esas células capaces de generar el cambio son las que el conjunto de la sociedad trata de expulsar como si fueran malignas. Una forma de autopreservación, del status quo en este caso.
El lunes en Saladas las tizas se mancharon como vienen siendo manchadas desde hace siglos o desde hace décadas en nuestra provincia. Golpearon y violentaron una muestra de reclamo pacífico que busca dar de comer a hijos y nietos.
El poder reinante no lo entendió así. Lo vio como el mal camino de hijos díscolos y como quien no leyó nada de nueva pedagogía castigó, corrigió con el azote del dolor y de la represión física.
Así empezó allá cerca del 2000 el movimiento que sacó a unos y puso no a otros sino a los mismos. Se reciclaron, se reunieron, se juntaron como almizcle y con el dulzor de las palabras y la plata fácil volvieron (o nunca se fueron).
Son los mismos de siempre, los que saltaron la plaza del aguante y se catapultaron con el dolor del Puente, los que en Plaza de Mayo llegaron después del “que se vayan todos” y de las miles de cacerolas aboyadas.
¿Será hora de entender que el poder está en las urnas, después de todo 8 de cada 10 correntinos eligieron al actual gobierno provincial?.
Las tizas seguirán reclamando y los guardapolvos, cada vez más añejos y gastados, protestarán. Ganarán las calles con las fuerzas de todos los movimientos que buscan un cambio o se desinflarán con la escasa fuerza del que sabe que ya perdió de antemano. Mientras tanto los hijos y nietos siguen sin comer y el caudal político de quienes gobiernan se diezma. A nadie parece importarle.