Opinión del Lector

Malvinas, escuchemos al estaqueado

Damas y caballeros, somos unos hijos de los eufemismos. Transitamos la Era del eufemismo. Nuestra historia se puede relatar desmenusándolos.

Antes de desembocar en la herida de Malvinas, un muestrario de eufemismos naturalizados. Por empezar, el alevoso de Hiroshima y Nagasaki. El anuncio de esos “exitosos” estallidos dijo que se “soltaron” dos bombas. ¿Se soltaron o se arrojaron? Se soltaron “para conseguir la paz más rápido” ¡Flor de coartada! Más acá se perpetraron otros eufemismos; a los genocidios se los elogia, se los llama “guerras preventivas”. La madrequelosparió, y el padre.

Así vamos, meta eufemismos: al degüello laboral se le dice “racionalización”; a los desgajados se los nombra sujetos en “situación de calle”; los femicidios se justifican como “crímenes pasionales”; al hambre de millones se lo minimiza como “insuficiencia alimentaria”; las invasiones con sed de petróleo se rotulan “intervenciones para restaurar democracias”. Despabilémonos, salgamos de la indiferencia activa. Tanto cinismo es auspiciado por los elefantes medios de (des)comunicación que, campantes, naturalizan la voladura y cremación de escuelas, maternidades, aldeas. Entonces dicen “efectos colaterales” de “misiles inteligentes” ¿Errar es humano? Otra vez: la madre que los parió. Y el padre.

La costumbre del eufemismo lleva al apogeo de la impunidad. Los muchachos del Pentágono, ¿cómo nombran a la inocultable tortura? El colmo: le dicen “interrogatorios exigentes”. Por tercera vez: la madre que los parió. Y el padre. Y, ya que estamos, les abueles.

A propósito de torturas: en el nombre de patria aquí se torturó a rajacincha. En el año 1982 después de Cristo, en esta patria idolatrada, se desnucó la condición humana con la torturación de soldados malvinenses. Esa herida sangra ¿La censura silenció? La excusa destiñe: la censura fue cierta; la obsecuencia mediática ¿fue menos cierta?

Memoremos: la de Malvinas, fue una (des)guerra. Bravuconada etílica. Consagración de la absurdidad ¿Cuándo nos interrogaremos como sociedad: hasta qué punto nos estafaron y hasta qué punto nos dejamos estafar? También la (des)guerra sucedió al compás de entusiastas pulpos medios descomunicadores. Con el desembarco, pasamos de la euforia patética a la depresión vergonzante. Muchos argentinos –demasiados– vivieron la (des)guerra con la adrenalina de un Mundial. A décadas de aquella suicidante bravuconada, para la reconquista real tendremos que aprender modos de coraje menos sonoros; aprender que paciencia es lo contrario de resignación. Esto nos enseñan, sin el barullo de las palabras, las Madres Abuelas de Plaza de Mayo. Tan insomnes, tan porfiadas parteras de la memoria, ellas.

Por estos días el expediente referido a las torturas en Malvinas llegó a la Corte Suprema. Por fin revisará un fallo propio y definirá si las torturas a soldados son o no delitos de lesa humanidad, que no prescriben. Ahí tenemos la deuda externa (en dólares), y la deuda interna (traducida en pobreza, analfabetismo y analfabetización), y la deuda interior (la que consuma la desmemoria). Así es: hay asuntos de lesa humanidad que nos siguen pendientes. En la invasión cometida por nuestros corajudos de oficina hubo improvisación, cobardía, necedad. Y hubo torturadores de soldados propios. Flagelaron a jóvenes ateridos y aterrados. No usaron picanas persuasivas, estaquearon, horas enteras, a cuerpos de soldados hambreados. O los enterraron, de cuerpo entero, sólo con la cabeza libre. El reclamo de las víctimas, no es un yogur, no tiene vencimiento. Aquella torturación continúa. Hay atrocidades que no prescribirán mientras el sol esté vivo.

Sucedió. Entre varios, más de un soldado, atravesado por el hambre, “robó una lata de dulce”; alguno salió desesperado por comida, “cazó una avutarda y la cocinó”. Se recuerda por la fecha al soldado estaqueado en la interminable noche del 25 de mayo de 1982… Hay un momento en el que las palabras enmudecen, pierden el pulso. Es ahí entonces cuando acudimos al levemovimiento de la crónicaquieta, hacia la leve ficción. Uno necesita que el grito alaride, y pide ayuda a la poesía.

Salgamos de la conciencia digestiva y vayamos con aquel soldado estaqueado. Noche, frío, plena intemperie, el soldado gime, llama a su madre. La suya no es pesadilla de almohada: sucede en carne viva. Ahí está él, arrojado a la absurdidad. Escuchemos al desguarnecido, ahora busca a su madre, tan lejana…

Cruz del sur, cruz en el sur

–De espalda, solo, / de cara a todo el cielo, aquí estoy: / me han crucificado en la tierra, mamá. Y tengo frío. / Sol ¿hubo alguna vez?

Sin semblante y sin saliva, / el pavor anegó mi corazón. / Me duele tanto el aire, ¿cómo era respirar, mamá? / Y esta noche, qué oscura se ha vuelto la noche / sin una estrella sin el lucero sin un pedacito de luna.

Ay, si mañana va ser como hoy, no me despiertes, mamá.

(La noche y la intemperie, continúan implacables).

–¿Estás ahí? ¿Dónde estás? / Nadie. Nada. / Te estoy llamando, alarido, no me responde tu aliento.

Pobrecita mamá, pronto te dirán madre.

Ay, madre madre, ¿por qué me has abandonado?

–Hijo, hijito, ya vuelvo. He salido a buscar a la patria.

–No vayas, madre, detente: a la patria la han saqueado.

–Los saqueadores, hijo, ¿quiénes son?

–Son ellos: los que inflando el pecho y alzando el mentón miran los desfiles desde el palco. Los bien comidos los bien abrigados los mal paridos, / los que nunca rozaron el honor, / los que eructan el grito sagrado. / Son ellos, mamá: los siempre ilesos.

((Al estaqueado, contra la tierra tan crucificado, ahora el cielo lo mira desde muy arriba. Pero no se baja el cielo. Se queda en el cielo, el cielo. ¿Indiferente o estupefacto? ¿Aterrado o acielado?

¿Y Dios? Dios no puede no ver lo que ve / y entonces se tapa la mirada, se tapa el horror. / Dios mío, gime Dios.

Silencio y sur. Y cruz del sur. Y cruz en el sur.

La escandalosa impunidad de la nieve.

Damas y caballeros, aquí no ha pasado nada. / Como siempre.

Pero a las palabras que se lleva el viento, / el mismo viento las devuelve. / Por favor, sigamos escuchando:

–Madre, madre, ¿por qué me has abandonado?

–Hijo, hijito, he salido a buscar a la patria.

–Madre, para qué, / si a la patria no le quedan ni los mástiles.

–Encontraré, hijito, encontraré a la patria…

–¿Dónde?

–Debe estar escondida, guardándose…

–¿Dónde dónde?

–Se me hace que vientre adentro de la Mapatria Grande.

–Vuelve pronto, madre.

–Seguro que volveré.

–Pero si mañana es como este 25 de mayo de 1982, / por piedad, no intentes despertarme. / No, no quiero día de mañana. / Y sé buena, rápido coseme los párpados.

* zbraceli@gmail.com

Autor: Rodolfo Braceli

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