“Me mandé una cagada”, dijo Matías Ezequiel Martínez, luego de matar a puñaladas a su exnovia Ursula Bahillo. Cagada: “Acción torpe o equivocada”, dice el diccionario. Cagada suena a tan poca cosa. “Me quiero matar”, dijo después, como tantos otros femicidas. Como tantos otros que también dijeron “Me mandé una macana” (una cosita de nada, ¿no?) o:
Se me fue la mano
No sé lo que hice
No sé por qué lo hice
“No sé por qué maté a mi esposa”, dijo Fernando Farré y la acribilló con 74 puñaladas. “No soy un femicida, nunca le pegué a nadie”, dijo también. Como tantos otros que repiten en la intimidad, por teléfono o con la respiración apretada a la cara de su presa:
Si no estás conmigo, no estás con nadie
Mirá cómo me ponés
Vos te lo buscaste
No voy a permitir que estés con otro
Si me dejás, me mato
Si lo contás, te mato
Los femicidas no solo matan. Aun cuando lo reconocen, minimizan lo que hicieron, al nombrarlo o al callar. ¿A quién les hablan? Ya lo han dicho las expertas, el femicidia con su acto les habla a los hombres. A otros hombres que están en la misma, que los pueden entender, que saben de qué está hablando. Por supuesto, la culpa siempre la descargan en la otra, en la víctima, en la novia, mujer, suegra, ex; hasta que después de haberles quitado la vida, se dan cuenta de lo que hicieron (cuando no lo niegan), pero la culpa nunca es de ellos. En todo caso será una metida de pata, un error, y ¿quién no puede tener un error?
“Era solo abusar de ella”, dijo un femicida nicaraguense, y la violó y la mató junto a su primo, con premeditación. "Nadie te va a creer", dijeron muchos. Acá y en toda Latinoamérica: "calladita te ves más bonita", o "acá se hace lo que dijo yo”.
“Si no sos mía, no vas a ser de nadie”, le dijo Fabián Tablado a Carolina Aló, y la mató de 114 puñaladas, en 1996.
"Estás loca, nunca pasó, te inventas todo", dijeron muchos, acá y en países de habla inglesa.
“Me hacían la vida imposible, eran ellas o yo”, dijo el femicida Ricardo Barreda, que había matado a sus dos hijas, a su esposa y a su suegra con una escopeta, en 1992.
“Siempre le pegué a todas mis mujeres y nunca había pasado nada”, dijo Carlos Monzón, femicida de Alicia Muñiz, en 1988, cuando apenas se hablaba de “mujeres golpeadas” porque no se nombraba siquiera la violencia contra las mujeres y menos la violencia de género. La naturalización de la violencia se exhibía con impunidad: “Quién no le ha pegado alguna vez a una mujer”, dijo entonces Alain Delon, amigo del campeón.
Desde mucho antes, todo el tiempo, hombres, mujeres, medios de comunicación, poder judicial, profesores y profesoras, todes, dijeron: Las mujeres dicen 'No", cuando en realidad quieren decir 'Sí´. Se lo buscó por andar vestida así. Las mujeres no denuncian la violencia porque les gusta/son masoquistas. Mi marido me pega lo normal. Deberías ser un poco más femenina. La violencia contra las mujeres es un tema privado, no hay que meterse. Los hombres no lloran. Si un niño te trata mal es porque le gustás. Fue un crimen pasional. La mató por celos...
La lista sigue, por supuesto. Nuestro lenguaje está poblado de expresiones que justifican y sostienen la violencia, el sometimiento de las mujeres y la desigualdad. Quienes venimos del campo de la comunicación hace años proponemos la reflexión sobre el lenguaje, para desmontarlo y modificarlo.
Hoy decimos:#JusticiaporUrsula #Bastadefemicidios #Niunamenos