Las expectativas de aumento de precios están desancladas porque se mantiene la proyección de mayor devaluación del dólar oficial y mayor aumento de precios regulados, en un entorno macro de aumento de la cantidad de pesos en el pasivo del Banco Central.
El jueves pasado el INDEC publicó su medición de la variación del índice de Precios al Consumidor, correspondiente al mes de junio pasado, que resultó del 6% en promedio nacional, marcando una desaceleración respecto a lo sucedido en el bimestre anterior.
En números absolutos, una tasa de inflación mensual del 6%, o su equivalente anual del 101% no es una buena noticia.
Tampoco lo es, cuando se compara la tasa de inflación local, con la que prevalece en el mundo, en dónde salvo contadas excepciones, se observa incrementos de precios anuales, similares o por debajo de los que se registran por mes en nuestro país.
Pero aún con estas consideraciones, si lo observado en junio marcara una tendencia para los próximos meses, se podría afirmar que la Argentina transita un sendero auspicioso de reducción de la tasa de inflación.
Sin embargo, este no parece ser el caso, tanto desde un enfoque exclusivamente macroeconómico, como el correspondiente al desequilibrio de los precios relativos, intervenidos por la política económica oficial.
Desde el ángulo macroeconómico, la inflación, es decir la tendencia a la suba generalizada de los precios, es un fenómeno monetario que, en la Argentina de estos años, se explica en gran parte por el uso del Banco Central, como una caja del Tesoro.
Es decir, un problema monetario de origen fiscal.
En este año, y en especial desde que el Gobierno decidió incumplir sin pudor el acuerdo con el FMI, durante el segundo trimestre del año, el uso de la maquinita del Banco Central para financiar déficit fiscal y la renovación de deuda pública que el sector privado rechaza superó los 3 billones de pesos.
Para evitar que estos pesos generen todavía más inflación, el Banco Central retira una parte colocando deuda remunerada, las tristemente célebres Leliqs, pagando una tasa de interés, que es más emisión, y más colocación de deuda remunerada.
Esta es la inflación macroeconómica que justifica un 100% anual de inflación.
Esta inflación macroeconómica convive mes a mes con estacionalidades en los precios, algunas “naturales”, como puede ser el de la carne o las verduras, y otras de “temporada” como el turismo, los útiles escolares, o el pan dulce.
Y a esto se le suma las variaciones de precios originadas en las regulaciones del Gobierno, las de los servicios públicos y las de algunos privados, combustibles, precios justos, y, sobre todo, como un precio principal, el correspondiente al dólar oficial.
Cuando se observan los precios regulados por el Gobierno, insisto, empezando por el correspondiente al dólar oficial, está claro que estamos ante un escenario que podríamos calificar de “inflación reprimida”.
En efecto, el dólar oficial muestra un considerable retraso que se comprueba directamente por la cola de importadores queriendo comprar, y por los pocos exportadores queriendo vender e, indirectamente, por la brecha con los dólares cuasi libres -también intervenidos por el Banco Central-.
Ya le comenté que el exceso de demanda de dólares es la contracara del exceso de oferta de pesos. Pero como el Banco Central no quiere reconocer ese exceso demanda elevando el precio del dólar, lo termina atendiendo perdiendo reservas, al punto en que hoy las líquidas netas son negativas.
A este atraso en el precio del dólar oficial que regula los precios de los alimentos y de la energía, se le suma la falta de actualización plena de los precios de los servicios públicos, y de algunos servicios privados regulados por el Estado. Y algunos otros precios comprendidos en el sistema de control de precios, como los combustibles y otros rubros de consumo masivo.
Para ser ecuánimes, como contrapartida, también el índice de precios refleja la variación de precios que están, en alguna medida, “adelantados”, porque, dada la dificultad de acceder a dólares oficiales para importar insumos o bienes finales, toman en cuenta total o parcialmente el precio del dólar libre.
Metiendo todo lo anterior en la cacerola, el resultado es un guiso en dónde la tasa de inflación esperada es superior a la tasa de inflación presente.
Cuanto más se reprime la inflación ahora, más se espera que se acelere en el futuro.
Dicho técnicamente, las expectativas de inflación están desancladas, porque se mantiene para el futuro la proyección de más devaluación del dólar oficial y más aumento de precios regulados, en un entorno macro de aumento de la cantidad de pesos en el pasivo del Banco Central.
En síntesis, cuanto más “artificialmente” baja luzca la inflación presente, mayor será la expectativa de inflación futura y lo que importa, en este contexto, son las expectativas.
Paradójicamente, al precandidato Sergio Massa, sólo le importa la inflación presente, léase de aquí a las PASO. En cambio, al ministro Massa, debería importarle anclar las expectativas de inflación para los próximos meses, con menos represión de precios hoy.
Por ahora, va ganando el precandidato.