La Libertad Avanza, del mismo modo que otros extremismos de derecha contemporáneos, interpela una masculinidad que se siente amenazada por los feminismos y el avance de derechos sexuales. Al proyectar en ellos parte de sus frustraciones ofrece una vía para la descarga emocional y la reposición identitaria.
El León, el Rey, Napoleón, Terminator, pero también las fotos con multimillonarios y los besos torpes con la actriz cómica, o ese semblante que pone para las selfies, con la cabeza inclinada y la mirada maliciosa, que amén de servirle para tapar los colgajos, es una imitación de aquél mítico protagonista de "La Naranja Mecánica", Alex de Large. Esta galería de representaciones de Javier Milei nos muestra que buena parte de su estética funciona en un mismo sentido: como estimulante para una masculinidad herida.
Un elemento común en las diferentes expresiones de la ultraderecha mundial suele ser articular la defensa de valores reaccionarios con la reposición de un imaginario que resalta el vigor masculino. A tal punto que acaba construyendo la idea de una masculinidad ideal, eterna, que pretende mirarse en el espejo de la tradición del arte clásico griego y romano, pero pasado por el photoshop y la inteligencia artificial.
La masculinidad, sintiéndose amenazada y fragilizada por la serie de transformaciones que vienen aconteciendo en nuestras sociedades, ha encontrado en estos líderes un modo de conjurar su angustia y sus frustraciones, lanzándose a la lógica proyectiva de una descarga emocional asegurada por la construcción de chivos expiatorios como los feminismos y las disidencias sexuales. No es poco lo que prometen estos líderes a una masculinidad frustada. Les devuelven un sitial que sintieron arrebatado, otorgándoles nuevamente un lugar central en la historia: el de ser los salvadores de una civilización occidental en decadencia. Y este guión -por más remakes que se hayan hecho- parece que siempre encuentra público.
Esas imágenes que buscan exhibir omnipotencia se alternan con otras expresiones, que revelan la verdadera impotencia que subyace a aquéllas. La otra cara de ese vigor hiperbólico es la del hombre que da rienda suelta al desprecio, la burla y el castigo hacia las mujeres. Desde las acusaciones de corrupción a la esposa de Pedro Sánchez a los apodos denigratorios como “Lali depósito”. Un relevamiento por el ecosistema de influencers que sostiene a La Libertad Avanza es suficiente para presentarnos un muestrario de los verbos que se utilizan en las polémicas de Milei o de sus referentes influencers toda vez que se enfrentan a las mujeres: destrozó, domó, humilló, destruyó.
La eficacia de esta retórica reside, entre otras cosas, en el modo de anudar el ámbito de lo personal con los asuntos públicos. Uno de los temas recurrentes en los extremismos de derecha es la demografía (sobre todo en Europa). La alarma por la disminución de las tasas de natalidad se acopla con la xenofobia y el temor a que los inmigrantes se conviertan en una proporción cada vez mayor de la población. Revertir esta tendencia requeriría políticas conservadoras que devuelvan a los géneros sus roles tradicionales. Así lo entienden estas corrientes, que toman como blanco todas las políticas alentadas por los feminismos y las disidencias, a las que culpan de los efectos anti-natalistas. Pero esta obsesión por las estadísticas demográficas se arraiga en un fenómeno de otra índole, más personal, que consiste en las frustraciones sexuales y afectivas de miles de hombres que han visto desestabilizado su lugar central en la sociedad.
Las narrativas de los extremismos de derecha se insertan en ese punto de intersección que existe entre las frustraciones masculinas y la política sexual de muchos países que han producido transformaciones a partir de las demandas de los feminismos y las disidencias sexuales. Colocarse en ese punto les ha otorgado un enorme rédito político y les ha granjeado la simpatía de amplios sectores de varones, mayormente entre los jóvenes. A través de ellas, una masculinidad frustrada ha podido proyectar en el vasto campo político y social la causa de sus frustraciones, encontrando no solamente una vía para la descarga emocional sino también para la reposición de su identidad, llamada a encarnar la salvación de una civilización que estaría amenazada.
De este modo, el retrato de esta masculinidad exacerbada comienza a aparecer bajo el aura de un paisaje teológico, de un mesianismo que orbita en un discurso de tinte salvífico, empujando la arena política hacia categorías religiosas. La masculinidad es construida a imagen y semejanza de una entidad eterna, que otea la historia desde un más allá, siempre superior al resto de las identidades, relegadas a lo efímero y a la contingencia. La crisis de la masculinidad es proyectada como crisis de la civilización entera. La reivindicación de la masculinidad se vuelve entonces un modo de defender la civilización.
Cualquier muestra de vulnerabilidad o de fragilidad es rechazada en estas estéticas. La omnipotencia que exhiben es el espejo ideal en el que gusta mirarse una masculinidad que persigue desesperadamente imágenes que le permitan recobrar la completud de una identidad fuertemente astillada.